Get Out! No se vayan, por favor, ese es el nombre de la película que, traducida, podría ser “Huye” y argentinizada “Tomate el palo” o “Rajá de acá“. El debut directorial de Jordan Peele ha dado mucho de qué hablar desde febrero en tierras norteamericanas y es muy fácil saber porqué: hace su estreno en pleno primer mes de la presidencia de Donald Trump, dos palabras que tiene mucho sentido decirlas con “es racista” o cualquier tipo de adjetivo negativo que devenga de una profunda ignorancia. Además, se estrena luego de sucesivos disturbios y de una efervescencia social entre la comunidad afroamericana debido a los varios casos de perfilado racial y asesinato por parte de la policía, problema que da origen en el 2013 al movimiento Black Lives Matter, pidiendo (entre otras cosas) la rendición de cuentas policial. A su vez, irrumpe en el medio de un profundo cuestionamiento a la juventud progresista liberal post-Obama, a su corrección política, tanto por parte de la derecha (the alt-right) como por la izquierda (un ejemplo claro de esto es la opinión de Slavoj Zizek al respecto).
Sobre estos tres ejes pivota la película, que en su estructura es bastante efectiva ya que se vale de elementos típicos del género, pero los presiona a tal punto de conseguir algo sumamente original, sin perder el rumbo en el universo propio y, a mi juicio, de forma brillante. Con el humor característico de las comedias afroamericanas, generando así un paralelismo de géneros, Daniel Kaluuya (conocido mayormente por su participación en Black Mirror) interpreta a Chris Washington. Su novia, Rose Armitage (excelentemente interpretada por Allison Williams), lo llevará a conocer por primera vez a su familia.
Desde el inicio se ve que la cuestión racial está en el núcleo de la cuestión: Chris le pregunta si ellos saben que es negro, a lo que Rose responde que carece de importancia, que sus padres no son racistas y que su padre le hablará de Obama, por el cual hubiese votado por un tercer término. La familia Armitage es una familia típicamente burguesa, al parecer adinerada, y formada universitariamente, que vive en los clásicos barrios suburbanos de Estados Unidos. Su padre Dean (Bradley Whitford), es neurocirujano, algo torpe socialmente pero simpático; su madre, Missy (por Catherine Keener), es psiquiatra y especializada en la hipnosis. Se introduce el elemento surrealista, onírico (exagerando, quizás, la imagen-cristal) muy bien logrado, que empuja hacia afuera los límites de lo clásico y juega a la par con la narración del género.
Chris es, al parecer, un exitoso fotógrafo. A lo largo de la película, se ve que el lente, sea del celular o de su cámara, funciona como un reducto, en el que se distancia y vigila pero, a la vez, se autorrepresenta sobre los otros personajes buscando en ellos un refugio, que terminará siendo en verdad la fuente de Narciso. Sin embargo, por encima de todo, registra y sincera, diluye las apariencias. Acaso una metáfora al importante rol que han tenido los celulares en el último tiempo para grabar y difundir los numerosos casos de injusticia y violencia por parte de la policía contra la comunidad afroamericana (para los aquejados por el síndrome de Frankenstein: ¿cuántas injusticias habrán pasado desapercibidas antes de los celulares con cámara?).
Sumado a esto, la escena final (tranquilidad, no hay spoiler) no puede adjetivarse de otra manera como brillante, ya que se vale del fuera de campo absoluto, no del cinematográfico, sino del campo en el que está el propio espectador. De lo que el espectador espera que suceda no por su hábito cinematográfico, tampoco por una deducción lógica, sino por lo que una sociedad enferma e injusta le ha enseñado acerca de cuál es el resultado obvio.
Sin más, la película de Peele es una bocanada de aire fresco para el constante olor a mierda que se siente en las carteleras del cine mainstream.