Un elenco de pesos pesados, un director consagrado, hechos reales, moda de primerísima marca, lujos, codicia, disputas familiares y un crimen que marcó los noventa. Sobran atractivos para que House of Gucci (o La casa Gucci en su estreno local) haya sido una de las películas más esperadas del año. Porque a simple vista, la nueva cinta de Ridley Scott -su segunda de la temporada después de The Last Duel (El último duelo), estrenada en octubre- no deja de ser un placer culposo: es como hacer zapping entre un programa de chimentos, la telenovela de la siesta y uno de esos documentales de dudosas fuentes sobre homicidios cruentos. Lástima que La casa Gucci termina siendo más correcta de lo que debería. Sin demasiadas marcas autorales ni estridencias, fue concebida como un drama tradicional para desaprovechar una historia inverosímil que daba para mucho más. O al menos para que dos horas y media de metraje no se vuelvan interminables.
Basada en el libro de investigación de Sara Gray Forden, cuyo llamativo título reza La casa Gucci: Una historia sensacional de asesinatos, locura, glamour y codicia, el film narra los pormenores de la familia Gucci, dueña de la marca homónima que se convertiría en un imperio de la moda de Italia para el mundo, centrándose sobre todo en la figura de Patrizia Reggiani (Lady Gaga en un papel que ya se dice que le dará un Oscar), una outsider que entra a la familia dispuesta a quedarse con todo.
Para eso, Patrizia conquistará al tímido y desinteresado heredero Maurizio Gucci (Adam Driver fenomenal como siempre), se casará con él y muy lentamente lo irá manipulando para que ingrese al negocio familiar sin dejar de inmiscuirse ella misma para cortar cabezas. Como buenos tanos, los Gucci de por sí son un clan complicado donde los padres no se llevan bien con los hijos: papá Rodolfo (Jeremy Irons) se distancia de Maurizio por no confiar en su nuera cuando todavía parece inofensiva, papá Aldo (Al Pacino) desprecia a su hijo Paolo (Jared Leto totalmente irreconocible) por considerarlo un inútil sin talento como diseñador de moda. Con tantas asperezas y rencores más el agregado de ciertas desprolijidades tributarias, a Patrizia no le costará mucho orquestar alianzas, traiciones y sobornos en el seno de una familia que no es más que un nido de buitres.
La extensa duración de la película es necesaria para construir a fuego lento tanto un crescendo de tensión muy efectivo como la sutil pero monstruosa transformación de Patrizia al agarrarle el gustito a un estilo de vida hiper privilegiado. El guion en ese sentido hace un buen trabajo narrando lo más sintéticamente posible una historia compleja que abarca varias décadas. El tema es que el formato no ayuda y el film se vuelve pesado de todos modos. La casa Gucci calzaría mejor como una miniserie al estilo de American Crime Story, que de hecho tuvo una temporada dedicada al asesinato de otro pope de la alta costura italiana como lo fue Gianni Versace.
Si se logra mantener el interés a lo largo de gran parte de la película es sobre todo gracias a las actuaciones de un elenco sobresaliente. Sin embargo, la inentendible decisión de que el cast hable en inglés con un pésimo acento italiano sabotea prácticamente toda la obra y su intención de manejar un registro sobrio y realista. Semejante híbrido grotesco lo transforma todo en una caricatura, además de resultar ofensivo para la comunidad italiana. Si se logra abstraerse de este atentado cultural -es difícil pero no imposible- y además no se conoce demasiado la historia y su final anunciado que funciona como un gran spoiler, La casa Gucci puede disfrutarse y hasta generar acaloradas indignaciones como cualquier culebrón que se precie de tal.
La casa Gucci está disponible en cines.