Ellie (Thomasin McKenzie) recibe por correo la aprobación de una beca para estudiar diseño de moda en Londres y ella, eufórica, empaca sus cosas -vinilos de los sesentas incluidos- y se va para la gran capital con todo el entusiasmo y la candidez típica de una chica de pueblo. Una vez allá, los problemas para adaptarse en la urbe de sus sueños no tardan en llegar. Todavía no puso un pie en la residencia que el taxista ya se le insinuó de manera muy desagradable. Y así prácticamente con cada hombre que se cruza. Sus compañeras también aportan pinchando el globo con un bullying constante por la ropa que hace -y usa- y por sus adorados años sesenta.
Harta del maltrato, Ellie consigue alquilarle una habitación a una anciana. Ahora está sola y tranquila, pero por las noches empieza a “soñar” que es otra, una aspirante a cantante de clubs nocturnos llamada Sandie (Anya Taylor-Joy) y toda esa historia paralela sucede, obviamente, en plena década de los sesenta. Parece que a Ellie no le alcanzaba con la ciudad, también tenía que ser la época. Sandie quiere subirse a los escenarios y para eso conoce a Jack (Matt Smith), quien será su amante y manager. Ella está dispuesta a todo para triunfar y, en esta línea temporal, los problemas -mucho más turbios- tampoco se hacen esperar. A partir de acá, la película, que ya había pegado un volantazo confuso, empieza a patinar para todos lados. El resultado es una obra difícil de definir, y no en el mejor de los sentidos.
El misterio de Soho (Last Night in Soho) es el nuevo trabajo del director y guionista inglés Edgar Wright, un tipo que no tiene reparos en demostrar su versatilidad en cuanto a géneros cinematográficos, ni su afición por la parodia y el espíritu de clase B. No por nada se hizo un lugar en la industria jugando con todo eso en la Trilogía Cornetto (Shaun of the Dead -2004-, Hot Fuzz -2007-, The World’s End -2013-) junto a Simon Pegg y Nick Front como sus geniales secuaces. También incursionó con éxito en los cómics y videojuegos con su versión de Scott Pilgrim vs the World (2010) y la muy aclamada Baby Driver (2017), ya abocado a tener su propia heist movie. En definitiva, una carrera dispersa, de narrativas eclécticas pero con pisada fuerte en cada tipo de terreno.
Hasta que la ambición le jugó una mala pasada e hizo de El misterio de Soho un largo pastiche autocomplaciente de géneros y temas imposibles de abarcar sin perder algún tipo de dirección. Acá hay material como para hacer al menos tres películas (buenas) de haberse enfocado y mantenido medianamente las distintas líneas argumentales con sus respectivos conflictos. Podría haber sido un coming of age que discuta el choque cultural alrededor de la dinámica ciudad/pueblo -de hecho, la primera parte, y la mejor, es solo eso-; podría haber sido una película de época romántica, o un noir, en homenaje al Soho londinense de aquellos años; podría haber sido una película de terror, incluso tres películas de terror: un thriller psicológico de fantasmas -aquí irían los comentarios sobre enfermedades mentales-, una de zombies y un giallo, con sus golpes de efecto y clichés grotescos correspondientes.
Como dice el dicho: el que mucho abarca, poco aprieta. Así, El misterio de Soho termina siendo solo un ejercicio de estilo, de múltiples estilos. El contenido y los personajes ya no importan porque todo es bastante caótico. No se entiende qué se quiso decir con todo esto y sin embargo hay un par de mensajes simplistas y muy poco felices planteados y sobreexpuestos constantemente hasta el cansancio: 1) Londres -y por extensión cualquier ciudad grande- es peligrosa y aplasta a la gente que proviene del interior; 2) Los hombres son todos libidinosos. El alegato supuestamente feminista de la película, con una vuelta de tuerca que deja cualquier intención patas para arriba, es por lejos lo más cuestionable. Wright con estos discursos de pobre tratamiento podría haber hecho otra película de terror más, la peor de todas, ese terror con crítica social de trazo irritablemente grueso tan de moda ahora gracias a los exitosos films de Jordan Peele.
Dicho todo esto, hay que reconocer que Wright es un gran virtuoso estética y técnicamente. La película luce ideas visuales muy interesantes y ciertas puestas en escena despliegan un diseño de producción envidiable. Algunas, por su carácter lúdico antes de que acometa la oscuridad, recuerdan a lo que hacía Michel Gondry en sus videoclips o en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Los años sesenta también están bien representados a través de la arquitectura, el vestuario y la atmósfera de los salones nocturnos de la época. Pero es la banda de sonido que recorre el rock y el pop de esa década la que se lleva todos los aplausos, con una mención especial para la fantástica escena en un boliche con “Happy House” de Siouxsie and the Banshees.
Gracias al talento de Edgar Wright, la película increíblemente no termina siendo un desastre total. Se salva por su envoltura, que tapa un contenido disperso, superficial y por lo tanto nulo. El misterio de Soho es un caramelo para los ojos, pero no para la mente o el corazón.
El misterio de Soho está disponible en cines.