Probablemente, nadie esperaba una colaboración entre dos artistas colosales de la talla de Bobby Gillespie (ex baterista de The Jesus and Mary Chain y vocalista de Primal Scream) y Jehnny Beth (líder de Savages), pero aun así, tanto la necesitábamos. Y es que el fuerte de Utopian Ashes, su disco juntos, puede llegar a desilusionar a los seguidores de sus carreras musicales: pocas son las huellas de Screamadelica (1992) o de Vanishing Point (1997), como tampoco de Silence Yourself (2013) o Adore Life (2016). Ni siquiera un equivalente al electrizante To Love is to Live (2020), el álbum solista de la cantante, productora y actriz francesa. Utopian Ashes es un punto de inflexión en la carrera de ambas celebridades; o quizás sea solamente un paréntesis en la vorágine creativa. Poco importa, lo valioso está en su versatilidad por sobre lo efímero del estancamiento artístico.
Esta mística inaugural comienza a descascararse con “Chase It Down”, un track elegante y poderoso acerca del desgaste emocional en una relación. Se trata de un prefacio idóneo para un disco que sublima las desventuras de la lumbre amorosa consumida por el paso devastador del tiempo. La bruma perdura en el vals titulado “English Town” con el propósito de adoptar la consistencia de un glaciar que, aún tieso y helado, permanece flotando en el artificio cotidiano. Al igual que Damon Albarn en Merrie Land (2019), el segundo álbum de The Good, the Bad & the Queen, Gillespie retrata a los pueblos vetustos de Inglaterra trazando pinceladas oscuras sobre la densidad etérea aducida por la lírica junto al descorazonamiento acompasado del piano.
La amenaza latente del tópico son las intersecciones ajenas al margen de la hoja. Por eso, consciente de la disyuntiva intrínseca al dilema shakespeariano de “Ser o no ser”, el cantautor escocés explicó que no se trata de una relectura testimonial de su diario íntimo, sino de un ensayo literario con personajes delineados exclusivamente para Utopian Ashes. Tras este aviso, vale la pena aclarar que esa necesidad receptora de asociación impune, en ciertas ocasiones, aprisiona a la emancipación creadora en búsqueda de un sentido superfluo que mimetiza el veneno y la arrogancia del chusmerío televisivo. Esclarecer por anticipado la ficción conyugal en pos de desligar las canciones de la autoreferencialidad no debe interpretarse como falta de honestidad, sino por el contrario, de engreimiento artístico. El mérito de la dupla al evocar su presencia de manera progresiva y colateral les permite ahondar en el principio universal del melodrama a expensas de las experiencias subjetivas. El meollo de la cuestión es evitar la redundancia biográfica, experimentar la libertad absoluta y, al mismo tiempo, evidenciar el instinto sagaz que entraña la inspiración de “ser otros”.
Si todavía no agarraste los pañuelos, el efecto melancólico de baladas desgarradoras como “You Can Trust Me Know”, “Remember We Were Lovers” y “Sunk in Reverie” no tardará en propagarse a tus ojos transformando melodías en señales nerviosas, lágrimas cristalinas y vestigios amorosos. La fragilidad que denota esta trilogía folk dificulta la neutralidad interpelando, a partir de un aforismo metafísico, a algo concreto e inexorable de nuestra realidad: el pasado es el cementerio del alma que resguarda un sinfín de sueños muertos a modo de condena. “Sintiendo que te perdí, ¿dónde nos equivocamos?/ Me digo a mí mismo que no puedo vivir sin vos, ¿de verdad no soy tan fuerte?”, canta agobiado el frontman de 59 años en “Remember We Were Lovers”, muy lejos de todos aquellos deseos revolucionarios presumidos en aquel incendiario milenario que propagó el sexto disco de Primal Scream, XTRMNTR (2000).
Los aires de derrota trascienden la naturaleza de los géneros debido a que la particularidad de algunas canciones se diluye en razón del concepto. Por lo tanto, hay un rudimento orgánico que subyace los contrastes, atando cabos sueltos en consecuencia de la patología del hipertexto. “El todo es más que la suma de las partes” es un axioma que cruza de lado a lado los relieves de la marcha de Utopian Ashes. Ya sea la invocación de Patti Smith en “Stones of Silence”, los chispazos blues de “You Don’t Know What Love Is”, o el canto angelical que embriaga la calidez de “You Heart Will Always Be Broken” durante seis minutos, Gillespie y Beth hacen hincapié en la escenificación del desmoronamiento de la vida marital con una transparencia gradual que se desarrolla en fondo y forma hasta el final. Utopian Ashes es de esas obras que se valoran mucho más cuando se absorbe sin intervalos a modo de ópera rock o mixtape folletinesco, drenando las diferencias cualitativas para sumergirnos en el suplicio develado.
“Living a Lie” es el himno de la paradoja que envuelve Utopian Ashes: “Estamos viviendo una mentira/ Estuve viviendo solo/ Juntos separados”. El ensamble vocal progresa sobre una atmósfera onírica que enreda ecos del house al temple nupcial erigido por el arpa. El repertorio culmina con “Sunk In Reverie”, una canción acústica que permite cicatrizar las heridas de la separación desplegando un amanecer centelleante que asoma a cuentagotas tras la puesta del sol.
En tiempos donde los featurings se establecieron como la moneda corriente debido a su talante dinámico, voluble y renovador, el cual permite combinar distintas propuestas en un formato esporádico y trascender con algo auténtico a manera de single; optar por un disco completo sin importar cuál fuera la jerarquía preponderante es un acto riguroso. La impronta epistolar que aborda Utopian Ashes es nostálgica y desoladora. Cada pieza representa una carta de despedida, una ofrenda floral ante el derretimiento de los relojes que pintó Salvador Dalí en La persistencia de la memoria. El orden produce una sensación ilusoria de principiar el relato mediante una abstracción depurada y resolutoria: de los cimientos eleva una casa en vísperas de volver a la vida concerniente al idilio matrimonial.
Escuchá Utopian Ashes en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Apple Music).