El 2020 fue un buen año para la música de desfile, aunque no haya habido pasarela. Esta clase de throwbacks son un comodín conocido del pop: cuando las modas impactan contra sus propios límites, lo que adviene es un reciclaje de fórmulas probadas. No hace falta señalar que el benefactor más reciente es el disco, evidente en cada recoveco que puebla al mainstream hoy. Está presente en Doja Cat llegando al #1 a fuerza de TikTok y un sample de Chic. Está en la complacencia de Dua Lipa, cuyo concepto de nostalgia futura debería situar en un ahora que, lejos de ser tal, se limita a un flexing de buenas referencias. Está en “Babylon” de Lady Gaga, donde la cita directa a “Vogue” se camufla como meta-comentario (“Money don’t talk, rip that song”). Hasta reinas como Kylie Minogue y Annie Lennox salieron de sus catacumbas, solo para encontrarse con que la resurrección del disco ocurrió en un año sin discotecas.
Esta apelación al confort de lo conocido denota lo que solo puede tratarse de stasis creativa. Los números reportan que, más que nunca, nuestros favoritos de siempre se impusieron sobre la novedad en las plataformas de streaming, lo que parece evidenciar un lazo indisociable entre lo nuevo y su territorialización. Los centennials, entretanto, acaban de descubrir a Fleetwood Mac. Todo esto está genial: fue un gran año para el pop. Solo que, como básicamente toda dimensión de la existencia en el 2020, no se movió en ninguna dirección. Estamos en una captura de pantalla del año 2015 que duerme plácidamente en el celular de Mark Ronson.
Y sin embargo, en un año tan completamente retromaníaco para el pop, todavía tenemos a Róisín Murphy siendo fiel a sí misma en el mejor de los sentidos: haciendo lo que se le canta. Róisín Machine, su quinto álbum de estudio en solitario, también mira al pasado pero solo con intención de sofisticarlo. Al igual que Madonna (que volvió a confesarse en la pista de baile con tres décadas de exploración artística encima) y a diferencia de Gaga (que parece estar haciéndolo en su sexto LP, cual peaje que se paga para retener al séquito), los derroteros que transitó Murphy fueron de lo más insólitos: trip hop, música concreta a base de instrumentos de cocina, y un EP en italiano. Se ganó su retorno a las raíces.
En este sentido, Róisín Machine es un trabajo bien titulado: su autora es una factoría pop. Murphy es una máquina que convierte toda materia prima en una invitación poderosa a activar las funciones corporales. El propósito rector de las diez canciones que integran esta obra es netamente sacar a bailar. Este reencuentro de la irlandesa con el pop house fue facilitado por el productor de Sheffield, DJ Parrot, con quien ya había colaborado en su irresistible Overpowered (2007).
Así y todo, no deja de ser pop tal como solo lo puede entender una iconoclasta de la talla de Róisín Murphy. Los engranajes que mueven su maquinaria son la falta de concesiones, el agnosticismo hacia los patrones rítmicos familiares y la liberación de las constricciones del formato canción. Ideológicamente, está más cerca de PC Music que de un producto del montón revendido bajo el branding del poptimismo.
Murphy ni siquiera nos malcría con catarsis. Su proceder compositivo es más prolongado, casi tántrico. Estas canciones son crescendos loopeados, mayormente anticlimáticos, que se agigantan en una única dirección. Es la sonorización perfecta para el 2020: pop autocontenido, encerrado en sí mismo, constantemente al borde del colapso. “Something More”, por ejemplo, trata sobre la falta de saciedad. ¿Cómo puede sorprender la privación formal de un clímax?
El recurso al fade, que constituye el tejido conector entre los tracks, se explica en cómo fue conceptualizado Róisín Machine. Durante la promoción del álbum, Murphy asemejó la escucha a la experiencia de estar en un boliche recorriendo las distintas pistas de baile. Esta clase de secuenciación y mezcla, más adyacente a la lógica de un DJ Mix, le confiere coherencia interna a una colección de canciones que en su mayor parte ya circulaban de antemano.
En simultáneo se van contorneando lineamientos temáticos. “I feel like my story’s still untold/But I’ll make my own happy ending”, inaugura Róisín sobre cuerdas en “Simulation”, quizás aludiendo a la conocida narrativa de ella como crisálida pop que no fue ajusticiada por la industria tras el coqueteo comercial de Overpowered. Esta frase de “Simulation” se reitera en “Murphy’s Law”, punto alto del LP por su imbricación de teclados. “Kingdom of Ends” irrumpe sin percusión, abriéndose paso con una armonización que suena como una prima lisérgica de “Bittersweet Symphony”. El groove de “We Got Together”, mientras tanto, pide a gritos un mash-up con “The Power of Love” de Huey Lewis & the News. Las líneas de bajo propulsivas subyacen todo el tiempo y en “Narcissus” se destacan.
Escuchar Róisín Machine es percatarse de una evolución que va desde la languidez inicial a la corporalidad del final. Los riffs, los punteos, los fills van ganando nitidez. “Jealousy” es la culminación de ello: uno de los cierres más explosivos y sublimatorios del año. Hay un giro lírico que pasa de afirmar “I’ve never been the jealous type” a terminar concediendo que, en efecto, debe serlo. Vulnerabilidad refrescante para una época en la que los pronombres posesivos deben omitirse al hablar de la pareja.
El glamour con el que Róisín se porta y con el que compone aparece así yuxtapuesto a los textos confesionales de Róisín Machine. Que reclame abiertamente el reconocimiento que tanto se le negó no es algo necesariamente canchero a los ojos del resto. Que haya sido autora de su propia revalorización, y de la mano de uno de sus mejores trabajos, es la coronación que solo una diva de su calibre se merece.
Róisín Murphy – Róisín Machine
2020 – Skint Records
01. Simulation
02. Kingdom Of Ends
03. Something More
04. Shellfish Mademoiselle
05. Incapable
06. We Got Together
07. Murphy’s Law
08. Game Changer
09. Narcissus
10. Jealousy
Escuchalo en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).