Cuando St. Vincent publicó Strange Mercy en 2011, la primera impresión fue la de un rostro constreñido bajo látex blanco. Esa foto fue peculiar como carta de presentación; ni siquiera quedaba claro si la boca pertenecía a Annie Clark, autora detrás del proyecto. En el álbum siguiente, sin embargo, la situación fue otra. La guitarrista se sentó en un trono rosado, estilizada cual líder de secta futurista con la mira puesta en la dominación global. Y tres años más tarde, en 2017, regresó con otra imagen de sumisión, esta vez bajo la forma de un culo desubjetivado (culo que, se confirmó, pertenecía a alguien más). No caben dudas: lo que se observa en el arte de Strange Mercy y Masseduction es el P.O.V. de Annie Clark.
Esta alternancia de perspectivas a lo largo de sus artes de tapa -cazador, presa, cazador, presa- sugiere que la temática rectora del universo St. Vincent, el núcleo invariable alrededor del cual gira todo lo demás, es el flujo de control (control que se extiende a lo musical, en la disposición meticulosa de cada elemento; desde los arreglos barrocos de su primer disco a los riffs distorsionados que caracterizarían su música subsiguiente). Y en 2021, Clark todavía ejerce sujeción desde un trono, aunque uno de otro rango, mucho más deteriorado, roñoso y enclenque.
Con Daddy’s Home, su sexto trabajo de estudio en solitario, ella ha perdido el control, o al menos lo ha cedido en parte. Los momentos de libertad que solían estar espaciados en el catálogo de St. Vincent, reservados más que nada para arriba del escenario (el outro de “Prince Johnny”, la sublimación desbordada de “Your Lips Are Red”), son ahora el eje fundante de la escucha. La angularidad rígida fue sustituida por un proceder más fluido que, no obstante su languidez, jamás va en desmedro de una visión (este LP no es, digamos, una improvisación empaquetada y carente de intención). En palabras de Clark, se trata simplemente de “gente que es buena tocando música, tocando música”.
Es razonable que Clark no se sienta tan al mando, ¿quién rebalsa agencia en pleno 2021? Daddy’s Home arranca con un piano honky-tonk, prontamente interrumpido por un sintetizador modular que trunca toda expectativa, de un modo no tan disímil al de cierto virus que pausó los planes de la humanidad entera. “Pay Your Way in Pain”, la apertura en cuestión, relata una sucesión de frustraciones: “I went to the park just to watch the little children/The mothers saw my heels and they said I wasn’t welcome”. El desencanto se plasma en el pre-estribillo, justo antes de que Clark elongue la palabra “pain” a la manera de Bowie en “Fame”. La melodía anticiparía un tono alto que nunca llega, y no porque Annie sea mala vocalista. Está sonando deliberadamente abatida, hecho que se confirma en el grito primal que cierra la canción.
Y tiene motivos legítimos para sentirse así. Su padre fue encarcelado en 2010 por ser parte de una estafa bursátil, debiendo cumplir nueve años de condena. Este hecho, que inspiró la totalidad de Strange Mercy, se hizo de público conocimiento por las transgresiones de The Daily Mail (aunque el fandom estaba al tanto por las transgresiones de cierto chat de internet). Pero Daddy’s Home, al margen del título satírico, no tiene nada que ver con el confinamiento de Clark padre o con el sistema carcelario en sí: esa experiencia ocupa una sola canción, la homónima, de las catorce que integran el LP. Más bien, St. Vincent toma el aprisionamiento de su papá (y en el proceso, su colección de vinilos) para desplegar una antología en sepia que, en lo sonoro, se muestra reverencial a nombres de la talla de Steely Dan y Stevie Wonder. Boomers que están mucho más que OK.
Co-producido por Jack Antonoff, Daddy’s Home retrotrae a la Nueva York granulada de principios de los setentas, logrando sonar como lo haría Fritz el gato deambulando por las calles salvajes de Martin Scorsese. Al margen de la iconografía en las letras, el imaginario setentero cobra vida mediante colchones de wurlitzer, bajos prominentes y las armonías de dos coristas talentosas: Lynne Fiddmont-Lindsey y Kenya Hathaway (cuyo parentesco con Donny solo reafirma la fidelidad de época). St. Vincent no tiene un disco mejor que Daddy’s Home en cuanto a lo armónico.
El instrumento estrella, sin embargo, es el sitar, cuyo uso no se reduce a ser un significante textural de cierto período: en “Down and Out Downtown” aporta el riff principal, sonorizando el desaliño brumoso de una protagonista que vuelve a su casa en tren. Junto al track titular, “Down and Out” contiene la tesis sonora del disco: groove, soltura, organicidad; todo al servicio de un soul psicodélico en mid-tempo. Si Masseduction fue el hedonismo de sábado por la noche, Daddy’s Home es la resaca del día después.
Mientras el sitar es tocado con la sofisticación que caracteriza al estilo interpretativo de Clark (es decir, ofreciendo mayormente fills y contrapuntos), la guitarra es usada para el falocentrismo más tradicional, sin pretender sonar como un instrumento distinto. “Live in the Dream”, una referencia insoslayable a “Us and Them” de Pink Floyd, culmina en un solo apabullante de dos minutos; más cercano a Gilmour y su entendimiento del espacio entre notas que a Robert Fripp, la influencia directa de Annie. Es una canchereada bienvenida viniendo de alguien que últimamente priorizó, quizás en exceso, la economía pop (“Los Ageless”, “Savior” y el solo de “Sugarboy”, por ejemplo, se edifican sobre las mismas cinco notas).
Daddy’s Home es, por todo esto, involutivo y espectacular: retromanía ejecutada con exactitud. Irónicamente, mirar al pasado es algo nuevo en el contexto de la obra de St. Vincent, y es destacable la insularidad de sus referencias en relación a las del resto del pop, actualmente en su tercera ola de revival disco (es posible, de hecho, que Annie esté marcando tendencia: se rumorea que el esperado tercer álbum de Lorde va a timonear hacia la psicodelia). Algo más: Clark podría haber sucedido Masseduction, su quiebre comercial, con material que consolide su reinado sobre el Twinkdom que la adoptó por la afiliación Antonoff. Por el contrario, se comprometió de lleno a algo que tenía que sacar de su sistema (y cuyas referencias no se circunscriben exclusivamente a los tempranos setentas; Kurt Cobain y Sheena Easton informan “Down” y “My Baby Wants a Baby” respectivamente).
El tramo final de Daddy es, simultáneamente, el más melódico y emotivo. “Somebody Like Me” guiña a los arpegios de Harry Nilsson, pero el clímax sensible está en “…At the Holiday Party”, sobre una persona que deja entrever su insatisfacción en una cena. La narradora tendrá la sagacidad de notarlo, pero dista de ser sentenciosa: el refrán “you can’t hide from me” es acompañado por el ingreso acogedor de coristas y saxo. Es un hermoso momento de ternura.
Desafortunadamente, a St. Vincent no se le ha extendido aquella cortesía en los últimos años. Muchos detractores, en busca de un argumento que camufle la ponzoña despertada por una historia de éxito femenino, han decidido reprocharle a Clark una ausencia de emocionalidad, rotulando su música como “cerebral” y cuestionando el valor del artificio como vehículo de verdad. Este juicio no solo se cae frente al último tercio de Daddy’s Home sino que se arraiga en una tradición misógina de pretender confesionalidad del arte femenino, exigencia que, el tupé, proviene de una cultura que tardó veinte años en respaldar a alguien como Fiona Apple (Björk, por su parte, señaló cómo recuperó el interés público cuando su musa la llevó a transitar una prerrogativa tradicionalmente femenina en Vulnicura).
Es gracioso que los golpes a lo performático sean proferidos por gente que se camufla bajo la pose de las buenas intenciones. En verdad, al descubrir racismo en que St. Vincent mencione la existencia de la policía o liste a Nina Simone como una de sus referencias personales, le están pegando por no procesar el trauma de su padre de una forma que se lea correcta. ¿Llegamos al punto donde no se puede separar al arte del progenitor del artista? Progenitor ausente, dicho sea de paso, aunque siquiera aclararlo equivalga a tirar a la basura sesenta años de pensamiento barthesiano sobre la muerte del autor.
Si hay una canción que no es cerebral o distante, es “The Melting of the Sun”, el plato central de Daddy’s Home y uno de los mejores temas de todo el repertorio St. Vincent. En ella, Clark habla sobre el sol como metáfora platónica de lo inamovible, y procede a homenajear a tres mujeres que contribuyeron a cambiar las estructuras de poder que hasta entonces se presentaban como dadas: Nina Simone, Joni Mitchell y Tori Amos (al cantar “Brave Tori told her story/Police said they couldn’t catch the man”, St. Vincent hace en cinco segundos lo que la crítica, la de entonces y la revisionista, no supo hacer en tres décadas). Increíblemente, “Melting of the Sun” canaliza a todas esas leyendas en sus propiedades formales: la denuncia social de Nina, el rasgueo acústico de Joni y las teclas de Tori se hacen escuchar, conviviendo perfectamente con el solo de Annie. St. Vincent está parada al lado de ellas, derritiendo el sol.
Escuchá Daddy’s Home de St. Vincent en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).