Hay veces que la gloria no lo es todo. O mejor dicho, que la gloria no tiene nada que ver con una celebración colectiva. El conformismo puede ser el peor enemigo del arte y este monstruo invisible se esconde detrás de los laureles para sofocar a los artistas que logran percibirlo y generar estragos incomprensibles para el público. Radiohead es un ejemplo de esto.
Luego del éxito de OK Computer (1997), la agrupación oriunda de Abingdon se propuso la delicada tarea de modificar los paradigmas del rock alternativo. La banda estaba en la cresta de la ola de su popularidad, pero la grabación de su tercer disco los había empujado hacia un abismo que amenazó con su superación. Toda una paradoja, ser alabados pero sentenciar su propio desdén. Pasaron tres largos años hasta que Radiohead sacó su siguiente disco, el fenomenal Kid A. Y como sucede con algunos fenómenos que son difícil de comprender al momento de su aparición, escuchar Kid A a 20 años de su salida nos ayuda a entender por qué Radiohead es una de las bandas más representativas del nuevo milenio. Su historia se puede equiparar con los vaivenes que complejizaron toda una época y siguen vigentes hasta el día de hoy. Dos décadas después, Kid A se mantiene actual y lo seguirá haciendo por mucho tiempo más.
Ya es reconocido el desprecio de Radiohead hacia “Creep”, una de sus canciones más exitosas mundialmente. El paso de su primer disco, Pablo Honey (1993), a OK Computer se puede discernir con facilidad, pero aun así, no fue un cambio netamente radical incluso si tenemos en cuenta el eslabón del medio The Bends (1995). Y esto fue lo que espantó en cierta medida a la banda que anhelaba la evolución de su sonido. En medio de la gira exhaustiva de OK Computer, Thom Yorke cayó en una depresión espinosa que necesitó de una pausa indefinida y un distanciamiento de lo ocurrido para esclarecer los objetivos. Así, en consecuencia de un arduo bloqueo creativo que paralizó su accionar, Radiohead encontró la salida del laberinto no solo evitando hacer el mismo camino de antes, sino también borrando todas las huellas de ese sendero para descubrir una vía de fuga que les permitiría desaparecer completamente.
En la recta final de los 90, el clima sociopoítico avecinaba un cambio de siglo y las teorías conspirativas eran el pan caliente de cada día. Kid A absorbió ese sensacionalismo paranoico del estado de alerta constante del fin del mundo, la tecnofobia que coaccionaba el avance del capitalismo y las medidas neocolonialistas como farsas pacifistas. La cosmovisión del mundo había cambiado, y el rock no debía quedar anclado al pasado. La banda tomaría postura del asunto apocalíptico con una epopeya cibernauta que dividió a su público en dos polos bien acentuados: por un lado quienes aborrecieron el cambio de sonido, y por el otro, quienes percibieron en esta transición la apertura de un portal hacia una nueva educación de concebir el rock como música popular. Con Kid A, Radiohead puso en jaque a un género acomodado, prejuicioso y formalmente agotado.
Para llevar adelante esta revolución sónica, primero hubo que modificar el modus operandi. Y es acá donde se revela el valor del productor Nigel Godrich, considerado como el sexto integrante de Radiohead y el gurú que condujo a la banda a cruzar límites, emprender nuevos desafíos y detectar el germen estético que adjudicaría el giro rotundo. A diferencia de OK Computer que fue como una especie de manifiesto en pos de la energía que irradiaba el sonido en vivo del grupo, Kid A es un disco cien por ciento puesto a la disección del crucigrama de su ensamblaje. Radiohead hizo a un lado las guitarras e incursionó en la vertiginosidad de las texturas electrónicas por medio de sintetizadores, máquinas de ritmo, sampleos y hasta se dieron el lujo, gracias al ingenio de Jonny Greenwood, de incorporar a su lenguaje un instrumento insólito como el ondas martenot. La necesidad ferviente de sonar diferente generó la premisa de analizar la materia prima y explorar en lo desconocido en todos sus sentidos, desde la instrumentación hasta la lírica, Radiohead se introdujo a la tentativa de hacer lo que se les dio la gana sin importarles nada que no tuviera que ver con su metamorfosis.
El extenso proceso de grabación de Kid A fue toda una odisea con una sucesión de altibajos. Relieves puntiagudos como los picos de las montañas de la portada diseñada por Stanley Donwood. El guitarrista Ed O’Brien se encargó de mantener informados a sus seguidores por medio de un diario en el cual escribía fecha por fecha algunas impresiones del procedimiento para, en sus propias palabras, “desmitificar el proceso de grabación”. Esta es una pieza invaluable que cualquier fan del grupo debe leer para comprender la dificultad del experimento en el que consistió la grabación del disco.
Kid A fue producido en cuatro ciudades distintas (París, Copenhague, Gloucestershire y Oxford) en un período de tres años. Llegaron a grabar alrededor de sesenta canciones, de las cuales diez formaron parte de Kid A y otras ocho fueron a parar a su secuela, Amnesiac (2001), publicado tan solo ocho meses después. Todo consistió en prueba y error. Para la creación de las letras, la banda desconfió de sus antiguos procedimientos y encontró en el dadaísmo una fuente de inspiración para la maquinaria de escritura que consistía en una técnica de relevamiento azaroso de tirar frases sueltas en un sombrero y luego construir una retórica a modo de cadáver exquisito. Esto explica en cierta medida la cualidad críptica que predomina en la cosmogonía de Kid A con su poética disruptiva y su oscuridad hermética.
Desde su primera canción, Kid A nos transporta a otra dimensión con “Everything in Its Right Place”, una apertura que evidencia el nivel de alienación apabullante que predomina en la totalidad del álbum. Comienza con el sonido de un sintetizador espacial y envolvente, mientras la voz de Yorke se presenta con un atributo robótico y nos asegura, como dice su título, que todo está en su debido lugar. El cantante quería que la voz sea como un instrumento más y para eso se utilizaron distintas plataformas de edición como Pro Tools y Cubase que le permitían deformar su timbre vocal y generar esa sensación fantasmagórica. Así también sucede en la canción que le da el nombre al álbum, una pieza que enrarece aún más la escucha mientras nos sumerge en un paisaje distópico atestado de reverberación que ratifica que Radiohead ya no es lo que era.
Si este inicio nos emplaza a un no-lugar en donde las máquinas tomaron el control, “The National Anthem” es una explosión estruendosa que nos despierta del sueño autómata y nos hace sentir la presión de la era digital. Con una potente línea de bajo distorsionado, una batería resonante y un saxo frenético, Radiohead contraataca con una de las melodías más poderosas de su trayectoria. Luego sigue “How to Disappear Completely”, la canción que Yorke eligió como la favorita de su banda y que por un momento nos devuelve al Radiohead que estábamos acostumbrados y su esplendor melancólico. Sobre una guitarra acústica y los arreglos orquestales de Greenwood, “How to Disappear Completely” es una pieza desgarradora que retrata el dolor, la asfixia y el pánico que caracteriza la llegada de la modernidad. El pasaje ambient titulado “Treefingers” prepara el área para otro de los temas más prominentes del disco, “Optismistic”, una balada sensorial que nos hace no extrañar tanto a la época de OK Computer por su fragilidad y con una cuota de sarcasmo.
Pero Kid A es también un grito de sublevación que encuentra su punto más drástico en “In Limbo” y su atmósfera difusa que nos ahoga en lo abstracto de su travesía mientras Thom canta: “You’re living in a fantasy world/ This beautiful world”. En ese mismo camino, “Idioteque” es una marcha al desconcierto. Su entramado electrónico se desenvuelve con vehemencia y soltura, incorporando samples tomados de unas composiciones vanguardistas: “Mild und Leise” de Paul Lansky y “Short Piece” de Arthur Krieger. Para este entonces, Radiohead estaba fascinado con los sampleos y no es casual, aunque no sucedió, que hayan querido convocar al mítico productor de hip hop Dr. Dre durante la grabación del disco.
“Morning Bell” llega para equilibrar de nuevo el humor, una canción que al parecer dejó muy satisfecho al grupo ya que la anexaron a su álbum siguiente con una versión más directa y con guitarras. El final llega con otra alusión cinematográfica de Radiohead así como lo había sido “Exit Music (For a Film)”: “Motion Picture Soundtrack” funciona como una despedida afligida inspirada en un Disney fúnebre con capas de arpas sampleadas y un Thom Yorke que expulsa un cierre abatido diciendo “Te veré en la próxima vida”.
La salida de Kid A fue todo un hito por el aura enigmática que rodeó su creación. No hubo singles ni videoclips, en reemplazo sacaron unas piezas audiovisuales llamadas blips que eran como unos cortometrajes que mostraban al oso insignia del grupo en distintas situaciones animadas. Y a pesar de que la totalidad del disco fue filtrado en internet antes de su lanzamiento, Kid A consiguió ser el álbum con el mayor éxito en ventas de Radiohead.
Para su presentación, también se optó por la singularidad. Inspirados por la lectura del libro No Logo de Noami Klein, la banda salió de gira con una carpa de circo con capacidad para diez mil personas lo que le permitió que sus shows estén ajenos a cualquier tipo de publicidad. Fastidiados de que sus recitales estén colmados de marcas y anuncios, armaron su propio escenario que le permitía escabullirse de todo tipo de señal empresarial. Durante la cuarentena, la banda comenzó a liberar una serie de conciertos completos por YouTube con los hashtags #StayHome #WithMe y uno de estos nos revela la presentación de Kid A: Live From a Tent in Dublin.
Lo que en principio pareció un delirio místico perturbado, 20 años después nos parece completamente lógico y acertado. Radiohead visualizó las catástrofes venideras y se consagró como un agujero negro hacia la certeza decisiva de un futuro por siempre apocalíptico.