La historia habla por sí sola. Aunque en el presente resulte inverosímil, Led Zeppelin no fue siempre sinónimo de grandilocuencia, ni tampoco pudo ostentar el consentimiento unánime que sugirió dieciséis años después Appetite for Destruction (1987), el disco debut de Guns N’ Roses, discípulos y herederos. Tras una trilogía homónima, el grupo conformado por Jimmy Page, Robert Plant, John Paul Jones y John Bonham seguía dividiendo el panorama entre quienes se aferraban a su estrépito discerniendo el advenimiento de una nueva era estética, y entre se anclaban a la corriente en boga oponiendo argumentos consecuentes a la dilatación del período psicodélico que vislumbraron: Jefferson Airplane, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Pink Floyd, The Doors, y tantas más.
Toda esa tremolina terminó el 8 de noviembre de 1971 cuando a través de Atlantic Records publicaron Led Zeppelin IV, un verdadero tanque legendario que arrasó con la suspicacia contextual y trascendió las fronteras generacionales para alcanzar la gloria. Cincuenta años después, la atesora con firmeza, sin una marea de discusiones bizantinas, pues en el mundo moderno entrañan delirios arcaicos. Era una controversia prematura que, si bien dejó correr mucha agua bajo el puente en esa época, con el transcurso de los años cesó gracias al sólido dique erguido por canciones como “Black Dog”, “Going to California”, “When the Levee Breaks”, y por supuesto, “Rock and Roll”.
El cuarto trabajo discográfico catapultó al grupo británico hacia el estrellato y rápidamente se le adjudicó el cuarto número romano para desdoblar la mística precedente. A pesar de ello, la carencia rotular posibilitó una anomalía en la nomenclatura tradicional a expensas del itinerario que definió y orientó la osadía del cuarteto. Significó una bisagra a nivel conceptual y contemplativo, ya que la premisa consistió en diferenciarlo de los demás con cuatro símbolos esotéricos en su edición original, uno por cada miembro, en pos de focalizar lo esencial abstrayendo el epígrafe de hipótesis metafísicas. A su vez, dejó al descubierto una adscripción bilateral en virtud que direccionó al oído novato a percatarse del tridente eclipsado; como también resignificó la apreciación de quienes lo impugnaron desprevenidos. Houses of the Holy (1973) y Physical Graffiti (1975) ratificaron el desacierto con la misma intensidad.
Por esta razón, la ecuación validó la devoción del fan promedio de la banda londinense cuando tergiversó de manera involuntaria su génesis. En el imaginario colectivo se cristalizó honrar con fervor la lucidez de “Immigrant Song” o “Since I’ve Been Loving You” –incluidos en el álbum anterior-, luego de alucinar con la destreza del guitarrista Jimmy Page en “Stairway to Heaven”, y no viceversa. Es raro tropezar con ese apasionamiento y tenacidad desmedida en defensa de la cronología, sin denotar una afortunada e inusual herencia melómana, o la vanagloria de un cuento snob. El riff sublime del ex líder de The Yardbirds, la vocalización aguda de Robert Plant, y un encadenamiento infinito de reinterpretaciones ajenas, perpetuaron a la cuarta pieza del repertorio como una reliquia universal que subsistió desde el auge hasta el agotamiento de las convenciones genéricas con el propósito de aflorar un clásico popular de todos los tiempos.
A pesar de sus ocho minutos de extensión, “Stairway To Heaven” fue la canción que más veces sonó en las radios norteamericanas. Pero el éxito colosal trajo también sus polémicas. Al igual que “Moby Dick”, “Whole Lotta Love” y “The Lemon Song”, por solo mencionar algunas, también fue acusada de plagio. Esto derivó un juicio pertinaz impulsado por la descendencia del músico fallecido Randy Wolfe, que alegó objeciones para develar la similitud armónica con el riff de “Taurus”, la canción incluida en el álbum debut de la banda Spirit de 1968. La jurisprudencia se hizo eco de la cadencia interminable de “Stairway To Heaven”, lo que se reflejó en un altercado legal casi surrealista que se dirimió finalmente a mediados del año pasado absolviendo a los británicos de los alegatos en su contra.
La agrupación se pasó el otoño y el invierno de 1970 elaborando las canciones del álbum en cuestión. Las grabaciones arrancaron en los estudios Island de Londres, y luego abandonaron la capital inglesa para abstraerse en el emblemático Headley Grange, una casa de campo en Hampshire que albergó a varias bandas como Bad Company, Fleetwood Mac, Genesis, Peter Frampton y The Pretty Things. Utilizaron el Rolling Stones Mobile Studio para grabar la mayor parte de las pistas con el ingeniero Andy Johns, quien también diseñó algunas de sus antecesores. Una vez concluida la estadía campestre, Led Zeppelin regresó a su tierra natal con el objetivo de registrar la espléndida melodía de “Stairway To Heaven”. La mezcla inició en los estudios Sunset Sound de Los Ángeles con Page a la cabeza; no obstante, la ultimación del proceso se retrasó hasta julio debido a las giras estivales del cuarteto.
El resultado exteriorizó un abordaje ecléctico con diversos matices y colores que cohabitan armoniosamente en un espiral magnético. El enigma se abre con el frenesí que irradian el par de hits mencionados, “Black Dog” y “Rock and Roll”; mientras que en “The Battle of Evermore” disminuyen el nerviosismo con el fin de sacar a la luz la sensibilidad folk del insigne compositor y productor. Asimismo, en “Four Sticks” y “Misty Mountain Hop” centellean los arreglos laberínticos y las progresiones inherentes al cambio de paradigma musical.
En el lapso de tres años, Led Zeppelin irrumpió con un temperamento multilateral influenciado por el hard rock, el blues, el folk, el rock psicodélico y la música celta, india y árabe. Con el correr del tiempo fue considerada uno de los pioneros del heavy metal junto a Deep Purple y Black Sabbath. Su cuarto disco le sirvió para proclamar el trono, una vez depurado el modo de acoplar tanta incidencia sonora en una fórmula ruidosa y eficaz. Cinco décadas después de su publicación, podemos afianzar la relevancia de Led Zeppelin IV dado que transparentó la sagacidad anacrónica de difuminar los límites del rock para expandir su legado con una obra inmortal.