No es exagerado decir que Gustavo Yuste es uno de los poetas del momento en Argentina. Durante su corta y sustanciosa carrera en el mundo de las letras, este licenciado en comunicación de la UBA ha publicado varios poemarios (Obsolescencia programada, Las canciones de los boliches, Lo que uso y no recomiendo) y una novela (Personas que lloran en sus cumpleaños) que integra nuestro listado de mejores libros de 2019.
Yuste ha conseguido desarrollar una voz propia, un estilo plagado de metáforas y revelaciones que parten de detalles cotidianos para evidenciar dilemas vitales mucho más profundos. En sus textos se despliega un yo poético hiperracional que no escatima en ejercer la autocrítica y hacer mea culpa en múltiples ocasiones.
En esta oportunidad, Yuste explora nuevamente las dinámicas de los vínculos interpersonales, los afectos, y su inevitable erosión a causa de los embates de la rutina. De cualquier manera, en La Felicidad no es un lugar (Santos Locos, 2020), a menudo se retratan formas de amor discretas. Escenas que se encuentran a años luz de las aparatosas demostraciones de cariño instaladas como ideales en el imaginario popular a fuerza de telenovelas, comedias románticas y fotos de parejas besándose en redes sociales.
Una rambla en Montevideo
Apostar por las formas silenciosas
también tiene que ver con el amor.
Ahora volvemos a casa
con la certeza de que podríamos
habernos quedado horas así,
los dos sentados mirando el río
hasta lograr comprender
que existen algunas cosas
mucho más grandes que nosotros
que también se mueven
en contra de su voluntad.
Asimismo, poemas como “Siete regalos que no funcionaron” ponen el foco en el significado oculto de algunos objetos:
Ese peluche gigante
ya no se mantiene en pie
y una capa de suciedad
tapa todo lo que supo ser
una superficie suave.
Mientras que también se ofrecen situaciones irónicas de las que el autor se hace consciente tras un autoanálisis minucioso. Por ejemplo, en un verso de “Despilfarro” reconoce: “lo que abandono es lo que no me sobra”. Otro ejercicio de honestidad descarnada llega en “Mantra”, un potente texto que tan solo repite: “Somos todos frágiles excepto cuando llega la hora de juzgar al otro”.
En cuanto al poema que da nombre a este libro, en sus líneas se aborda la fugacidad de lo que puede contentarnos. Aquello me recordó la respuesta proverbial de un inmigrante alemán radicado en los Estados Unidos al que, cuando le preguntaron “Are you happy?”, contestó “Sí, sí, estoy muy feliz, aber gluecklich bin ich nicht… (pero feliz no soy)”. Ese diálogo fue citado por el filósofo esloveno Slavoj Žižek hace unos años en un artículo titulado “¿Felicidad? ¡No, gracias!”. En ese texto, el pensador posmarxista y lacaniano aborda precisamente la supuesta imposibilidad humana de alcanzar la felicidad en los términos que plantea el sistema capitalista. Allí Žižek dispara la idea de que en verdad no queremos ni deseamos ser felices: “Lo peor que puede suceder es que OBTENGAMOS lo que ‘oficialmente’ deseamos. Por ello, la felicidad es inherentemente hipócrita: es la felicidad de soñar con cosas que en realidad no queremos”.
Tuvimos además la oportunidad de intercambiar algunos mensajes con Yuste para conocer un poco más la historia detrás de este libro y su experiencia durante la actual cuarentena por el coronavirus (COVID-19).
¿Qué quisieras contarnos del proceso de gestación de esta obra?
En casi todos mis libros, el tiempo de producción es un tanto difuso. En ese sentido, cada vez que publico, me siento un tanto disociado: ahora que salió La felicidad no es un lugar, mi cabeza está metida en otros poemas que fui y estoy escribiendo en ese tiempo que se da entre terminar un libro, editarlo con un editor/editorial y su salida, que siempre suelen ser varios meses o incluso más. El hilo invisible que une a estos poemas se encuentra un poco en mirar de manera crítica, o al menos desconfiada, el mandato de la felicidad y los objetivos que muchas veces nos ponemos en frente a la hora de la productividad. Y eso me gusta pensarlo tanto en un plano íntimo -las relaciones afectivas, la familia, los amigos- como también en un plano social y colectivo, que a fin de cuentas se entrecruzan todo el tiempo. Después, la melancolía es otro de mis grandes estados de ánimo, al cual más que combatir ya estoy aprendiendo a convivir con él, por lo que es imposible que mis poemas no se vean teñidos de eso. Tanto en los libros de poesía anteriores como en Personas que lloran en sus cumpleaños estos conceptos también entran en disputa en mayor o menor medida.
¿Bajo qué criterio organizaste los poemas de este libro en sus diferentes secciones?
El criterio muchas veces es consciente y también inconsciente. A gran escala, podría decir que en “Miniaturismo” me quedo en un plano más íntimo, introspectivo, y también es donde hay más poemas de amor/desamor que son siempre la doble cara de una misma moneda y se dan en simultáneo. En “Situación sentimental” me pareció interesante hacer coincidir y dialogar poemas breves que se centran en una imagen o experiencia poética puntual, dejando siempre lugar para la experiencia del lector. Por último, en “Veneno en dosis controladas” es donde se pone en juego esa mirada más hacia la sociedad en su conjunto como señalaba antes, en donde se evidencia aún más esa frontera permeable y flexible entre lo más colectivo y la mirada y experiencia personal.
El siempre polémico Michel Houllebecq dijo hace poco que el mundo seguirá “exactamente igual” después de esta pandemia, o incluso “un poco peor”. ¿Crees que algo cambiará en los parámetros de felicidad occidentales después de esto?
En La promesa de la felicidad, Sara Ahmed plantea la idea de la felicidad como una técnica disciplinaria, y creo que con esta pandemia se pone en jaque aún más lo que expone en las primeras páginas: “Lo que está en juego aquí es la idea de que es posible conocer ‘de antemano’ aquello que contribuirá a mejorar la vida de las personas”. En ese sentido, siendo optimista, me gustaría pensar que vamos a dejar de lado la noción de que existe una única manera de ser feliz, productivo o exitoso, poner en disputa qué tipo de vida queremos, la calidad de vida, y no solo plantearnos constantemente la supervivencia. En ese sentido, algunos sentimientos que se venden como negativos en el neoliberalismo, como pueden ser el aburrimiento, la quietud, el hastío, pueden ser vistos de mejor manera en la actualidad. Me gusta mucho pensar en esta frase de Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio: “La pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce lo ya existente”. Esta obligación a detenernos a pensar, puede producir grietas a ese movimiento frenético y cambiar un poco la mirada.
¿Y qué ha sido lo más positivo que te dejó hasta ahora esta cuarentena?
No sé si puedo pensar mucho en términos de positivo o negativo con esta cuarentena, pero sí me gusta creer que nos puede permitir observar que todos, de alguna manera u otra, estamos intentándolo todo el tiempo, con la seguridad y fragilidad que eso implica. Después, nos obliga a ponernos cara a cara con nuestra ansiedad, que es un sentimiento que socializa muy rápido con el resto de lo que nos pasa y puede aliarse con la nostalgia, el miedo, la tristeza, por ejemplo. Verle la cara a esa ansiedad, que muchas veces entra en diálogo con ese mandato de la felicidad del que hablábamos, también nos puede hacer ver qué tipo de vida queremos, romper el engranaje en el que estamos. Después, releer a Rilke en estos meses me fue de gran ayuda para seguir comprobando que gran parte de lo que nos pasa se encuentra dentro del terreno de lo indecible. En esa lucha silenciosa por convertirlo en palabras estamos.