“¿Cómo no habría deseado yo escribir? Si los libros se apoderaban de mí, me transportaban, me hacían sentir su poder desinteresado; si me sentía amada por un texto que no se dirigía a mí, ni a vos, sino a otre” – (Hélène Cixous, La llegada a la escritura)
Así despliega su mapa del tesoro este primer libro de Melina. Por mano propia: la justicia, el placer, la muerte de una. O la escritura. Plural la llave que propone sentidos desde el título. Plural pero profundamente enlazada en lo real, un contexto ineludible a través de los poemas: buenos aires, la fin del mundo, comienzos del siglo XXI.
Pero falta un dato, piedra fundamental, se trata de ese contexto y de una chica.
Desde sus versos de apertura “La primera noche / que no pude dormir con un hombre”, la alquimia de esta mano propia se patentiza: una mujer joven a comienzos de este milenio, una mujer atravesada por su tiempo elige por mano propia. Y el lugar propio ahora no es solo un cuarto, es la plaza abierta y las calles que se toman con la mismas voracidad con que se toma el propio cuerpo.
Un derecho al desastre. Y también a la aventura. Por momentos, chica busca chico. En otros, chica busca chica. También, más: alguien que se busca en les otres, ese portento y maravilla. En su dinámica, este libro despliega un deseo que excede y se excede. “Nunca supe medir distancias” afirma la voz y así se suelta sin olvidar que “están ahí, lo infinito y el muelle, la silla y la soga”. Un cadalso posible cuando se espera que la melatonina suba y nos deje caer.
Confesional en su toma de partido, “soy una chica luchando con su corazón”, la que encuentra su nombre entre los nombres de las mujeres asesinadas y sabe esa posibilidad para ella y para cualquier otra ella, la que sube las escaleras persiguiendo su deseo aunque intuye, de nuevo, no lo va a encontrar.
Así Melina despliega sus poemas en tres zonas que parecieran dar cuenta de un kit de supervivencia. Todo aquello que deberíamos tener a mano para sobrevivir a nuestro presente filoso: cuadros y fiestas, marchas, libros, algún arma para el bolsillo de la dama y, también, y sobre todo, búsquedas. Motor insistente que marca el beat continuo de esta poética: un yo lábil que no se detiene ni encasilla en la norma esperada. Lábil y móvil, este yo chica reniega, toma impulso, se entrega a sus pesquisas y a sus ansias. En la escritura, ese buscar se patentiza en distintas formas donde por momentos resuenan voces que antecedieron. Así, por pasajes, aparece destellos de cierta oralidad, el tono de charla interna con que la chica se habla y el poema aparece. Dice: “Miento porque no sé, miento / y sigo inventando historias / como si esperara alguna noche / dar con la última, la verdadera”. En otras instancias, resuena una Alejandra Pizarnik inmemorial, su insatisfacción y sus hambres. Propone: “soy yo este pánico, la huída, la decisión / de tirarme por la borda antes / de que las papas quemen”. O confirma: “en una balsa infinita / de la embriaguez al sueño / del sueño al sexo / del sexo al amor.”
Hablé recién de búsquedas, y podríamos decir ansia. Las tres zonas que el libro propone dan cuenta de eso. Buscarse entre les otres a través del derecho al desastre, buscarse en la justicia para redefinirla y suturar la herida Por mano propia, buscarse en los objetos de una cultura que nos hace quienes somos: “Algunos barcos se construyen solo / para verlos quebrarse sobre la superficie”. Un motor en instancias inquietante, en otras contemplativo para permitirse la reflexión. Por estos devaneos, aparecen poemas intensos, su paso en falso entre el don y la carencia: “Es esto dios, una destrucción”.
Las tres zonas del mapa del tesoro de Por mano propia se complementan amorosa e irreverentemente y dan tres facetas que indagan en pos de alguna instancia de completud. Casi como si hoy fuera preciso mirarse más de una vez para lograr, aunque sea, algún acercamiento momentáneo a algo así como una respuesta. Un hoy en tránsito con sus interrogantes, nos trae este libro. Y sorprende. Por la crueldad y la maravilla de estos tiempos: su resquicio de posibilidad latente y, a veces, casi al alcance de la mano. Pero también porque revelan un emergente de estas subjetividades alertas y en pie de lucha, conscientes de que la acción –el poema, la fiesta, la denuncia, el cuerpo o el amor- son gestos políticos y colectivos. No se está allí sola. Se llega con les antecesores y les compañeres.
Leía este libro y la belleza de su estar aquí encarnado me alcanzaba. También algo más personal y del orden de la experiencia: Melina nos trae unos poemas donde nos encontramos y nos reconocemos. Algo de esta chica del siglo XXI actualiza los riesgos de otras chicas: los 90, los 80, 70 o los 60 dan lo mismo. Y ahí creo que se hace presente su particularidad: Por mano propia evidencia que peligros, dolores y desigualdades siguen vivitos y coleando, hieren y atraviesan nuestras historias. Entonces está acá también para recordarnos que las luchas y la urgencia siguen siendo precisas: hoy como antes. Creo que ahí está su potencia propia y su desmesura.
Ahí, y en versos como “Aprendí” de Turner / que es feroz la fragilidad / que algunos barcos se construyen / solo para verlos quebrarse / sobre la superficie / pero si uno no es / para ser firme/ para ser solo / frente a la tormenta / entonces / ¿para qué?
Un primer libro siempre trae la alegría de una primera carta de amor, de la suma de una voz nueva al canto maravilloso y terrible de los días. Sea bienvenido Por mano propia, por donde resuena una y otra vez la vocecita grave de Melina, algo cascada en la sorpresa: semejante voz en un cuerpo tan pequeño. De eso, también habla este libro. Bienvenida sea, Melina, su voz y sus poemas.