El de Billie Eilish era sin lugar a dudas el show más esperado del Lollapalooza Argentina 2023. Luego de la cancelación de su gira mundial debido a la pandemia, la norteamericana pisó por primera vez la Argentina y trajo consigo una evolución artística y sonora que la diferencia muchísimo de sus primeros momentos en el mainstream. Frente a una multitud impactante –el día de mayor concurrencia por lejos–, la californiana rompió el hielo con la lisergia autodestructiva y ácida de “Bury a Friend”, introduciendo a todos los presentes en el corazón de la pesadilla y del dolor.
Considerando su presente, fue lógico que no tardasen demasiado en colarse los primeros rayos de luz de la mano de pequeñas dosis de retro lounge con estilo jazzero (“I Didn’t Change My Number”) gracias al fino trabajo de su hermano Finneas desde el teclado y el bajo. Como hija del universo Soundcloud, es notable que haya perfeccionado el mumble rap (“NDA”, “Therefore I Am”) y que haya podido combinarlo muy bien con el uso de los agudos estridentes y firmes, tal como se suele escuchar en el metal sinfónico.
Mostrando una fenomenal capacidad para llevar cada canción en el cuerpo, de transmitirla y sentirla a flor de piel desde lo performático, Billie avanzó con tranquilidad hacia el concepto del cine noir más sensual y extraño (“My Strange Addiction”) para luego explorar los complejos senderos que se bifurcan del amor y el desamor con un bellísimo cruce entre “Idontwannabeyou” y “Lovely”, dejando en claro que su voz –tanto en crudo como con el autotune como extensión– es una de las más poderosas y bellas de la actualidad.
Controlando las emociones y los tiempos a pura sonrisa, la gran protagonista de la noche expuso una esencia mutante que le sienta muy bien: sin escalas, Billie Eilish viajó del contraluz gótico-industrial (“You Should See Me in a Crown”, “Oxcytocin”, “Copycat”) a una exploración del góspel con retazos orientales (“Goldwing”), pasando antes por la bossa nova y la canción latina tradicional (“Billie Bossa Nova”).
La belleza más pura a veces puede encontrarse en lo más simple y oscuro, siendo las interpretaciones de “Xanny” y “When the Party’s Over” constituyeron un momento inolvidable que tuvo su continuidad contemplativa en el doblete acústico cuasi a capella junto a su hermano (“I Love You”, “Your Power”) en el que su rango vocal y la complicidad entre ambos fueron el centro de la escena. La cascada de luz distorsiva (“TV”) vino al rescate entre tanta exploración de las profundidades, sin por ello que no haya lugar para un momento sencillo y directo en el que Billie demostró que el traje de crooner gótica le sienta a la perfección.
Ya sobre el cierre, la experimentación jazzera, bien retro sesentosa con dejos de art-pop (“Lost Cause”, “Happier Than Ever”) contrastó por completo con la esencia industrial y esquizoide de dos ya clásicos modernos como “All the Good Girls Go to Hell” y “Bad Guy”. Viajando del laberinto de locura y desesperación a una cara más luminosa y cancionera, Billie Eilish dejó en claro que es una de las grandes referencias de la nueva generación de artistas a nivel global. Es muy saludable que haya evitado quedarse en las peligrosas mieles del impacto inicial, pudiendo reconvertirse mediante un trabajo experimental en el que nunca tuvo miedo a perder una esencia que estará siempre en constante proceso de reformulación y cambio. ¿Más feliz que nunca? Sí y con las cosas muy claras.
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