Para nadie es un secreto que el arte hecho por mujeres ha sido minimizado e invisibilizado por mucho tiempo. Es por ello que no resulta extraño que recién ahora cobre relevancia mediática la obra de ciertas artistas que supieron ser vanguardistas décadas atrás. Tal es el caso de Jacqueline Nova, una música nacida en Bélgica en 1935, pero criada desde sus primeros meses de vida en la ciudad de Bucaramanga (Colombia). Hija de madre belga y padre colombiano, ella se inclinó desde muy temprana edad por el piano, su instrumento de cabecera.
No obstante, cuando cumplió la mayoría de edad y se mudó a Bogotá para estudiar en el conservatorio de la Universidad Nacional, terminó por darse cuenta de que no quería ser concertista sino compositora de piezas sonoras experimentales. Gracias al apoyo de maestros como Fabio González Zuleta, quien a su vez era un gran seguidor y discípulo del estilo excéntrico de Ígor Stravinsky, Nova decidió apartarse de su futuro brillante como pianista y abocarse a jugar con sonidos electroacústicos en los sesenta.
Como era de esperarse, su decisión fue lamentada por la academia y su círculo social cercano. Ante la mirada (y los oídos) de sus conocidos, lo que ella hacía no eran más que ruidos absurdos, pues por entonces lo más rupturista que podía oírse en la radio eran las canciones sobre amor y pacifismo de The Beatles. De hecho, el término “música electrónica” recién se acuñaría más de una década después y cobraría relevancia especialmente en países angloparlantes.
Ante las pocas puertas que se le abrieron en su propio país debido a prejuicios de la época, en 1967 Jacqueline se mudó a Argentina tras obtener una beca del Instituto Torcuato di Tella. En ese nuevo ambiente, un poco más liberal, ella terminó de forjar su estilo y jugar con circuitos y tonalidades raras. Luego, en 1972 y gracias a la beca Guggenheim, se dedicó a adelantar un proyecto investigativo sobre la voz humana y sus transformaciones electrónicas en el Estudio de Fonología de la Universidad de Buenos Aires, entidad liderada por Francisco Kröpfl.
Fue allí que Jacqueline gestó la pieza que mejor refleja su evolución y su visión artística de ese momento (y quizá de toda su carrera): Creación de la tierra, una composición lograda por medio de sintetizadores rudimentarios, transistores y cintas de grabaciones. En sus compases, ella combina cantos de rituales indígenas con secuencias digitales de todo tipo. No resulta extraño que quien escuche hoy por primera vez ese material piense que forma parte de la obra inédita de Aphex Twin.
Vale destacar que entre 1969 y 1970, Nova dirigió Asimetrías, un segmento radial en la Radiodifusora Nacional en la cual presentó nuevas composiciones y sus respectivos análisis. Durante una de sus alocuciones, habló sobre su propio proceso creativo y dijo lo siguiente: “Lo nuevo debemos abordarlo como una necesidad, no como una fórmula. Lo nuevo se producirá por necesidad histórica”.
En diálogo con el diario El Espectador en 1976, la artífice volvió a dejar en claro que su única convicción era la de empujar los límites de lo convencional:
“Mi concepto estético sobre ella es que es música por música. No describo nada y mucho menos doy mensaje. Lo único es que está comprometida con la época”.
Nova falleció en 1975 con tan solo 40 años debido a un cáncer de huesos, y no sería sino hasta varios años después que la escena electrónica de su Latinoamérica querida comenzaría a florecer. Recién en los ochenta se puede decir que los ritmos sintetizados llegaron a oídos de las masas que encontraron en ellos un nuevo refugio sonoro para bailar, meditar, o simplemente disfrutar de ese híbrido entre lo digital y lo humano.