Cuando Rubio decidió dividir su el lanzamiento de su segundo disco en tres partes que develó durante la cuarentena, creó un ecosistema ecléctico de microclimas difuminados. A lo largo de los 15 tracks que componen Mango negro (2020), el proyecto de la artista chilena Fran Straube se sumerge en una exploración tribal que evoca la coexistencia del techno y la música étnica, naufragando en el aluvión que conlleva su mixtura mientras echa ancla en el enigma insondable del ser.
Elegido como uno de nuestros mejores discos de 2020, el segundo trabajo de Rubio abrió un portal entre lo selvático, lo etéreo y lo fantasmagórico, para atravesar el frenesí del mundo moderno, el rito a la naturaleza y su vital reminiscencia ancestral. Y así fue desdibujando el horizonte entre lo subjetivo y lo político, para hechizarnos con el encantamiento suscitado por su catarsis espiritual.
“Estamos muy muertos espiritualmente, todos quieren salvar el planeta pero nadie quiere cambiarse a sí mismos -dice Straube en conversación con Indie Hoy-. Por ahí va mi mensaje: hay que mirarse hacia dentro, hay que hacer terapia, hay que investigar sobre tu espiritualidad y energía. Porque así vamos a cambiar el mundo”.
Hablamos con Rubio antes de su visita a Buenos Aires en el marco de su presentación en el festival Suave este viernes 22 de abril: “Estoy muy entusiasmada de volver. Me encanta que poco a poco se está corriendo la voz sobre el proyecto. Eso me encanta de Rubio, el crecimiento ha sido muy orgánico. Me hubiera encantado ir a Córdoba, Mendoza y La Plata también, pero ya podré ir. Voy en formato dúo, es un formato nuevo sin guitarras. ¡Está bien power!”.
¿Cuál es el trasfondo poético de Mango negro?
Siempre que invento un disco le pongo el título antes que las canciones. Me hace generar una historia. Para mí, Rubio es una película casi conceptual, y eso me permite pensar las letras, los videos, la estética. Mi disco anterior se llama Pez, imaginé que este ser salía del agua y llegaba a la tierra por primera vez. Entonces ahí va en busca del fruto, y el fruto es Mango negro. Pensé en toda la historia, por eso al disco lo dividí en tres EPs. Me imaginé muchas etapas de este pez yendo al planeta. Primero enfrenta La pérdida, que son sentimientos más mundanos, se encuentra con las cosas oscuras del ser humano también, de la avaricia y de la tristeza. Después pasa a La existencia, que son canciones que hablan de la otra dimensión, de la muerte, de los guías, de los ángeles. Y finalmente llega El fruto, que es un poco como si hiciera “el viaje del héroe”. En ese tiempo estaba leyendo Siddhartha por segunda vez. Le puse así por un sueño que tuve en el cual yo iba en búsqueda de un mango negro, pero no tenía el tamaño de un mango, sino que era una fruta gigante. Y dentro tenía unas pelotas acuosas que se movían de un lado a otro. Me desperté diciendo “mango negro, mango negro, mango negro” y así quedó.
¿Y cómo sería el inicio de esta historia en Pez?
Fue mi primer disco como Rubio y también como solista. Estaba muy en la búsqueda, realizándome como artista en cuanto a la lírica, al concepto, a mi persona, a mi ser. A Pez también lo dividí en varios mini EPs, y cada portada soy yo entrando y saliendo del agua. Me imaginé que era este pez descubriéndose, conociendo y saliendo a compartir. Estaba entrando y saliendo de las profundidades porque yo misma me sentía así, descubriendo y compartiendo mi arte por primera vez como solista. En la portada del disco me inspiré un poco en esos peces que se iluminan a sí mismos y viven en las profundidades. Tienen luz propia, pero son muy rechazados por todo el mundo marino. Me hice un ser entre chamánico, techno y humano que se transformaba en este pez.
Siguiendo el hilo de tu metáfora, ¿sentiste alguna vez en tu carrera musical ese rechazo que singulariza a este tipo de pez?
En Chile no me siento parte de ningún grupito a nivel musical. Acá el hip hop es muy fuerte, el indie y el techno también. Pero no me siento parte de ninguno. No sé si es por mi personalidad, soy medio tímida y no tan sociable. Me cuesta pertenecer a grupos. Entonces sí, me he sentido muy sola dentro de la escena, pero tiene que ver con mi forma de ser. Soy solitaria y me cuesta un poco la gente. Por eso quizás Rubio no se parece mucho a algo, porque desde muy chiquitita siempre jugué sola y soy muy de mi mundo interior. No me invado de lo externo. No sé si me sentí rechazada, pero sí tengo mi propio planeta.
La música electrónica es un género que se suele asociar con la ciudad, en cambio tu proyecto lo saca del lugar común y lo mimetiza con la profundidad de la naturaleza. ¿Por qué dirías que Rubio tiene tanto de la mística del ritual como de una rave oscura?
Me encanta la música electrónica, soy muy melómana. Creo que parte un poco de que escucho muchos estilos de música. Valoro lo étnico desde muy chica gracias a mi mamá, desde la infancia ando con el lado étnico en mi vida a diario. Me hace vibrar mucho esa sonoridad, no sé si porque la escuché siendo muy chiquita o mis vidas pasadas están por allá. Escucho sonoridades étnicas y realmente se me rompe el corazón, se me paran los pelos, me hace ir muy profundo. Pero también tengo mi lado citadino, techno, oscuro, de raves. Me encanta la ciudad y me encanta la naturaleza, tengo mis dos lados muy en el goce. Claramente la naturaleza me llama más la atención, es lo que más me hace feliz. Los animales me caen mejor que los humanos también. Involucro lo orgánico y lo electrónico porque es algo que llevo adentro. Hay muchos sintes de Rubio que los hice con la boca y después los arreglamos. Hay muchos beats que hago con beatboxs, o bombos también. Me gusta mezclar ambos porque me siento muy parte siendo así también. No me considero tan estricta en cada área. Me encanta la música clásica y pongo tintes en algunos temas, hay un collage. Yo encuentro que Rubio es para todos los gustos. Hay gente que le puede gustar un tema medio dembow, y después escucha otro que es folk y parece no entender. Me gusta generar eso, porque ese era mi sueño cuando creé Rubio: tener distintas sonoridades y ser muy libre en el proyecto. Me gusta sentirme libre y camaleónica con el arte.
El año pasado publicaste el EP Hacia el fondo con remixes realizados por varios productores europeos. ¿Qué sentiste cuando estuviste del otro lado siendo reinterpretada por distintos estilos de la música electrónica?
Fue con un sello europeo que se llama Be Free Recordings. Me contactaron por redes sociales, me dijeron que les encantaba esa canción y querían remixearla. Yo no sabía qué responder al principio, pero empecé a agarrar vuelo cuando descubrí que muchos artistas increíbles de allá quisieron participar. De Portugal, España, Italia. Fue muy bonito cómo se generó esa colaboración a través de la redes y sin conocer a ningún artista. Es lindo cuando una canción tuya de repente se transforma en techno, acid o experimental. Eso es lo sorprendente de los remixes, y yo soy muy abierta a que hagan lo que quieran hacer. Lo bueno de internet es que te da la posibilidad de conectar y generar arte con personas que no conoces y están al otro lado del mundo.
En tus canciones expresás de diferentes formas tu preocupación por la pérdida de lo esencial en el ser humano. “Qué es lo que realmente importa” o “La especie”, por ejemplo. ¿Podés ahondar en esta reflexión?
Siento que hace mucho tiempo la humanidad está muerta espiritualmente. Pienso que tampoco se educa la espiritualidad, dejó de ser un tema importante que creo que es lo esencial del humano. Los humanos somos muy avatars, tenemos dimensiones gigantes hacia el cielo, pero estamos dormidos. Los grandes poderes quieren que no nos demos cuenta de lo mágicos que somos. Y yo lo he comprobado, somos energía. Los animales, la naturaleza y las personas somos parte de esto, pero nosotros estamos contaminados y no nos damos cuenta. Estamos cagándola en varios aspectos. Dentro de mi interior está mi guía o angelito que me dice que por ahí va mi camino de la expresión artística y de lo que quiero comunicar. Estamos invadidos de la sobreinformación, hay una sobredosis de información, sin embargo nunca se habla de la espiritualidad o de lo que realmente importa. Yo misma soy súper existencial, a veces no entiendo muchas cosas, solo trato de estar en paz con mi gente y conmigo misma sobre todo. Es más fácil culpar al otro que preguntarse qué pasa contigo, lo que tú manifiestas, expresas y vas compartiendo al planeta. Eso es lo que me hace ruido y me lleva a reflexionar.
Nuestra primera entrevista fue justo antes de que se decrete el aislamiento sanitario en todo el mundo. En aquel entonces ya habías tomado la decisión de irte a las montañas para vivir lejos de la ciudad. ¿Cómo fue esa experiencia?
Volví a la capital luego de haber pasado toda la pandemia en el Cajón del Maipo, en medio de la montaña. Me fui a vivir a un pueblo que se llama San Alfonso, bien arriba, a casi dos horas de Santiago. Yo viví otra pandemia, estaba libre en cierta manera, allá en el río con animalitos y estrellas. Me parece que mucha gente se dio cuenta que las ciudades van a empezar a caducar y lo mejor es irse. Acá en Santiago no es como el sur de Chile, hay mucha sequía y varios problemas con el agua, eventualmente va a empeorar. Las personas se están yendo a vivir para allá por esto mismo, es muy triste. Por eso digo que viví otra pandemia, porque fui feliz y fue un momento muy hermoso. Pero cuando volvieron las actividades me demoraba mucho en bajar a la ciudad, el tráfico era muy tedioso. Agradezco que para mí fue un año muy hermoso, ya que necesitaba parar también. “Qué es lo que realmente importa” la hice en plena pandemia, y habla un poco de eso, de lo bueno que fue poner stop.
A Mango negro le siguieron los singles “Invierno” y “Buena suerte muchacha”, ¿qué nos podés contar acerca de estas canciones?
“Invierno” también la hice en pandemia después de Mango negro. Le pedí a un amigo que toca conmigo que me ayudara a producirla. Él hace rato que quería producirme una canción, así que avanzamos con esa. Me estaba gustando cómo iba quedando y dijimos de lanzarla. Todavía falta para mi disco nuevo, pero quería compartirla. “Buena suerte muchacha” salió en una serie mexicana que se llama Señorita 89. Ya estaba tomando forma y pensé que no podía meterla en el álbum. La voy a sacar junto a otra canción que se viene, “Pasos de gigante”, y va a ser en un EP que se llama Índigo. Son dos canciones que son parte de la serie entonces me pareció coherente recopilarlas, son canciones son súper tristes, “Pasos de gigante” tiene algo muy experimental y descontracturado.
¿Y sobre el nuevo disco? ¿Sigue la misma línea del relato?
El disco va a salir este año, ya está bien avanzado. Se llama Venus & blue y va a seguir la historia. Llega al fruto y al comer este mango negro entra a este paraíso. Mi color favorito es el azul, siempre lo he tenido en mi vida. La palabra “blue” en el idioma inglés también refiere al concepto de la nostalgia, de ahí nace el estilo de música blues. Trata un poco sobre eso, de la tristeza, la soledad. Y Venus es lo femenino desde el amor. Este disco nace un poco en pandemia, fue como la mezcolanza de la nostalgia y la contemplación con Venus.
Rubio se presenta este viernes 22 de abril a las 21 h en Groove (Av. Santa Fe 4389, CABA) en el festival Suave junto a Haien, Lupe, DJs Pareja, De Lein y Todo Rotito, entradas disponibles a través de Ticketek. Escuchá Mango negro en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Apple Music).