La nueva película de la dupla más exitosa y efectiva del cine animado, Disney-Pixar, entró en el 2018 como un huracán, arrasando con niños y adultos, batiendo records de espectadores y emocionando hasta las lágrimas. Coco parece ser la nueva favorita de Pixar en años, luego de una seguidilla de secuelas, este film podría estar a la altura de las producciones más celebradas del estudio.
La película se sitúa en Campeche, México, y recoge la peculiar tradición de la celebración del Día de Muertos. Si bien las catrinas y calacas son conocidas en el mundo entero, al igual que los floridos altares y las procesiones que convocan a miles de turistas por año, esta tradición mexicana tiene aspectos muy específicos desconocidos por varios de nosotros. Así es que los creadores tuvieron que hacer una investigación exhaustiva para retratar lo más fielmente posible la cultura mexicana y al mismo tiempo enaltecerla, sobre todo luego de las críticas recibidas por la colorida Río (2011) que intentó meterse en la cultura brasilera simplemente mostrando el Cristo, el Pan de Azúcar y el carnaval carioca. Así es que Coco se consolidó como una película típicamente mexicana, hasta en sus últimos detalles decorativos, incluso ironizando con Frida Kahlo, incluyendo a El Santo en una glamorosa red carpet, recogiendo la tradición mariachi y de la canción popular, mientras vamos y venimos entre el mundo de los muertos al de los vivos.
Disney siempre se ha especializado en tratar temas complejos de manera que un niño pueda comprenderlos o de dejarnos escenas desgarradoras que nos marcaron de por vida (para qué hablar de la muerte de Mufasa o de la mamá de Bambi) y en Coco se apuesta doblemente en este sentido: la película aborda la cuestión de los mandatos familiares, esos que empiezan a tambalear cuando hay una “oveja negra” que se opone a la tradición, como Miguel, el protagonista de esta historia, que reniega del negocio familiar: el oficio de zapatero que se ha heredado de generación en generación. Miguel quiere dedicarse a la música, como su ídolo Ernesto de la Cruz, una profesión que en su familia está vetada. Con ese objetivo, Miguel quedará atrapado en el mundo de los muertos (en pleno 1 de noviembre, celebración del Día de muertos) y allí comenzará su real aventura junto a Dante, un perro Xoloitzcuintle super divertido y disparatado, formando lo que es tal vez una de las mejores duplas en años. En medio de este complejo objetivo para volver al mundo de los vivos mientras sus brazos de convierten en huesos expuestos, la película expone las complejidades sobre los límites entre la vida y la muerte, la función que cumple el recuerdo como mecanismo para revivir, la cuestión del olvido… eso que hace que una persona desaparezca por completo; y como historia principal tenemos los dramas de una familia tradicional mexicana que carga con la espina de una tatarabuela abandonada por su marido músico. El planteo del film es, al menos complejo; sobre todo para un niño o niña. Y esa tal vez de es uno de los aspectos que hace a esta película tan grande, asumir el reto de hablarle a los niños de la muerte, de las elecciones propias, de los sueños personales que nos separan del deber ser.
La verdad es que Coco, además de sus osados planteamientos, es un deleite visual y auditivo. Sus canciones son preciosas y el despliegue de colores (sobre todo en el mundo de los muertos) es arrasador. Alebrijes, puentes hechos de pétalos, carreteras en el cielo, obras conceptuales y autorreferenciales al mejor estilo Frida, flores por doquier, bailarinas con vestidos de miles de colores… el estímulo visual es inacabable e inabarcable en una primera mirada. Como espectador no llegamos a absorber la información de este verdadero viaje a la cultura mexicana. Coco es exuberante, es latinoamericana, emocionante, divertida y transgresora en su planteo. Una verdadera obra maestra.