Luego de nueve años, Damián Szifrón estrenó una nueva película. Se trata de Misántropo, su primer film en inglés y de producción estadounidense que se inscribe dentro del thriller fiel al estilo hollywoodense de los 2000. Con un gran impacto inicial, la película muestra la celebración popular de Año nuevo en Baltimore, donde entre los fuegos artificiales se cuelan disparos que se cobran la vida de decenas de personas. Hay una trama: un asesino de identidad desconocida que la policía debe capturar.
A priori, este film podría parecerse a Zodíaco, Pecados capitales o El silencio de los inocentes. Misántropo efectivamente tiene muchos puntos en común con estos policiales, pero da un paso más, no solo por anclarse en la actualidad y efectuar una rabiosa crítica social sino también por incluir aspectos novedosos en torno a género y diversidad. Como pocas películas, logra incluir la homosexualidad y la visibilización de las inequidades de género de forma realista y naturalmente: no hay una intención forzada de sumar estas temáticas de agenda sino que fluyen en el relato de manera orgánica.
Cuando el caso está en manos de la fuerza policial, entra en escena Eleanor (Shailene Woodley), una policía de bajo rango, sin estudios y con un pasado ligado a la autoflagelación y las drogas. El director construye el perfil de un personaje propio del policial negro, signado por oscuridades y desromantizando así la idea de policía heroico. El hecho es que Eleanor es policía, básicamente, porque no le queda otra opción. La joven se involucrará en el caso junto a su jefe, Lammark (Ben Mendelsohn), quien es un agente de investigación homosexual que no cuenta con el mayor apoyo de la fuerza policial.
Entre medio de esto se cuela la prensa amarillista -un elemento fundamental para esta historia que busca visibilizar los grandes problemas de violencia que enfrenta el Estados Unidos actual- y la competencia de las instituciones por llevarse el crédito de un caso mediático. En dos horas de metraje, Szifrón se las ingenia para hablar de racismo, portación de armas, odio de clase y para crear un asesino que es producto de una sociedad enferma.
Como planteó Todd Phillips en Guasón o Martin Scorsese en Taxi Driver, estos “locos” no son monstruos sino humanos, y es allí donde reside el aspecto espeluznante. El asesino de Misántropo es un verdadero outsider, un paria de la sociedad que está abrumado por el progreso, el capitalismo, la cultura de consumo y el ideal del sueño americano. Pero hay algo muy noble de Szifrón a la hora de hacer este planteo: el hecho de ser una víctima más de esta sociedad corrompida no lo exculpa.
Existen maneras de manifestarse y de luchar contra la pertenencia a una sociedad que eyecta a los sujetos no productivos, pero ser un asesino serial no puede ser una de ellas. La idea de “comprender” al asesino es parte de las narrativas actuales -desde la simpática Cruella hasta las series de true crime- y meterse en la mente de los villanos puede terminar en una justificación, pero Misántropo plantea el castigo como lo justo, no sin antes regalarnos un monólogo fascinante del asesino.
La presencia de una mujer y un homosexual en los papeles principales de un policial clásico es, sin dudas, una ruptura. El espectador descubrirá que no hay nada de extraño en aquello, ya que el estereotipo del hombre hetero cis realizando estas tareas ya ha sido presentado en centenares de films y las narrativas actuales exigen un planteo más realista y acorde a las épocas.
Misántropo es un completo acierto. Si hay algo que Szifrón sabe hacer es narrar con originalidad y a la vez desplegar las influencias del cine y la televisión mainstream, tal como hizo en Los simuladores, Tiempo de valientes y Relatos salvajes, sus obras más reconocidas. Entrega un thriller que atrapa desde el primer minuto hasta los créditos finales, incluso con homenajes y reminiscencias al Nuevo Hollywood y al policial de los 2000.