Martin Scorsese llega a los 80 años con una de las carreras más completas que se ha visto en el último siglo. Su figura ha redefinido las maneras de hacer cine de los últimos 50 años y ha imbuido a la profesión con una nobleza enfocada en la sinceridad para con la audiencia por encima de todo lo demás. Sus universos repletos de marginados sociales -tanto exitosos como fracasados- son vistos como indicadores de época. Su fascinación por experimentar con el montaje y el uso de música forman su estilo único que de todas formas ha servido como guía para los Tarantinos y Paul Thomas Andersons del mundo. Y el encuadre de su propia filmografía como un comentario constante sobre su propia trayectoria es el tipo de auto mitologización que solo los grandes ejecutan sin derrumbarse.
Nos encontramos con su obra en un momento muy movido. El mundo cinéfilo se encuentra en anticipación por su nueva película Killers of the Flower Moon, que reúne a dos de sus mayores musas: Robert De Niro y Leonardo DiCaprio. Además, a medida que pasan los años, Scorsese se mantiene actualizado con el estado del cine, y demuestra tal pasión por su oficio que sus comentarios acerca de las películas de superhéroes y los estándares tanto de audiencias como industrias siguen causando controversia. Eso solo puede ser generado cuando la palabra de uno provoca respeto y poder de pensamiento.
Más que nada, su obra se encuentra recorrida por un hambre insaciable de poder comprender el alcance de lo que intenta lograr. Ese tipo de hambre conlleva cierto tipo de tragedia, ya que nunca estará satisfecho. Hace un par de meses declaró: “Quiero contar historias y ya no hay más tiempo”. Esa mente inquieta se encuentra plasmada en sus momentos más brillantes, donde se ven rayos de una desesperación melancólica que no cede ante nada. Indie Hoy presenta entonces una lista de las mejores películas del director, que muestra los varios recorridos de su ilustre carrera.
10. Vidas al límite (1999)
Para esta joya escondida en medio de su filmografía, Scorsese convocó a nadie más que Nicolas Cage como Frank Pierce, un paramédico frustrado en el eterno servicio nocturno de ambulancias de Nueva York. En paralelo se une al escritor ilustre Paul Schrader, con quien ya tenía un historial amplio (Taxi Driver, Toro salvaje, La última tentación de Cristo), y dicha colaboración rinde tantos frutos como las anteriores.
Tal vez sea la obra más desenfrenada de Scorsese. Contiene una edición rápida y ansiosa, centrada en el insomnio creciente de Frank exacerbado por personajes tan al borde como él (con un elenco que va desde John Goodman y Patricia Arquette hasta Marc Anthony). Temas scorseseanos como la culpa indefinida y el declive cultural constante se encuentran presentes. Pero hay una mayor angustia que se desenvuelve en un descontrol dentro de la trama, jugando abiertamente con lo surreal, y cómo parece que lo mejor que se puede hacer en esta vida es resignarse a que todo pase.
Estrenada a fines de siglo, Vidas al límite comparte todas las características frenéticas de tal época, en particular la desilusión de pensar que tal vez nunca hubo un mejor camino, que la pobreza infinita y los fantasmas acechantes en las calles estaban desde mucho antes del comienzo de la historia. Frank dice a mediados de la película, “Ha estado duro últimamente pero… siempre ha sido duro”. Se encuentra aquí una de las demostraciones más explícitas del director de mostrar la sociedad como un infierno en el que todos participamos, e incluso validamos.
9. El lobo de Wall Street (2013)
A pesar de toda la controversia y consiguiente censura en su momento, El lobo de Wall Street gana su reputación como una película incendiaria por el simple hecho de que, por cada minuto, su alcance se agranda hasta caer cual Imperio Romano. La caracterización de Jordan Belfort como un codicioso sin escrúpulos contiene la visión de las películas mafiosas de Scorsese solo que sin la mafia, solo el crimen. Hay un disfrute verdadero dentro de cada acción odiosa, como si la crueldad fuese el punto, incluso más que el dinero.
La colaboración del director con Leonardo DiCaprio, ya su quinta película consecutiva juntos, se encuentra a punto caramelo. La cinta depende del carisma inagotable de DiCaprio para que podamos creer e incluso tal vez sentirnos atraídos al mundo de sexo y drogas presentado de forma tan grotesca. Unido a esto está una precisión de montaje muy fina que la hace una candidata posible a la película más vulgar de la filmografía de Scorsese, un atributo no accidental. Los momentos de humor negro son obvios, los mensajes son lo opuesto de sutiles, la violencia es decadente.
“El principal factor a considerar aquí es la mentalidad y la cultura que permiten que este tipo de comportamiento no solo se permita, sino que se fomente”, dijo Scorsese en su momento, y esa actitud es plasmada. Se ve la furia ante la posibilidad de que este sea el modo en cómo funciona el mundo, y se tiene la intención consciente de poner al espectador dentro de esa mentalidad, con sus reglas y caprichos, sin que podamos distanciarnos tan fácilmente.
8. Mean Streets (1973)
Aunque técnicamente no sea su primera película, en muchos sentidos Mean Street es la obra donde Scorsese empieza a desarrollar su estilo y sus temáticas de forma más profunda. Se junta con su gran colaborador Harvey Keitel para interpretar a Charlie, un mafioso de segunda línea a cargo de cuidar a su amigo inestable Johnny Boy, interpretado por un Robert De Niro desenfrenado, en su primera de varias colaboraciones con Scorsese.
Vale decir que es una película un poco rudimentaria. Hecha con bajo presupuesto y sin tener el renombre que tendrán luego las caras principales, el montaje final de Mean Streets es mucho más frágil que el resto de su filmografía. Hay muchos silencios y cortes abruptos, tal como era el estilo del New Hollywood antes que los nuevos nombres se apoderen de la industria cinematográfica y su estética se emprolije. De todas formas, varios núcleos temáticos se encuentran: las noches sueltas e impredecibles, el uso de música pop y rock clásico como motivo (ya con los Rolling Stones al palo), o la culpa que acecha al protagonista atormentado.
En parte por dicha falta de recursos, Mean Streets no tiene ningún toque de romantización del mundo que propone. Muestra la vida de mafioso como algo más realista, más triste, empobrecedor, donde se hacen o no se hacen cosas como un ritual de redención, para esconder la cobardía inherente dentro de estas almas. Lo diferente es que aquí no hay nada que pueda disfrazarlo.
7. After Hours (1985)
Los 80 fueron quizás la etapa más ardua para el cineasta. Sin apoyo de su estudio y frustrado por la preferencia de la industria de secuelas y efectos visuales por sobre todo mensaje, el director se encontró encaminado en proyectos pequeños, incluso experimentales dentro de su estilo autoral. After Hours es una pieza de humor negro bizarro, situada en una sola noche donde un oficinista mundano pasa por un sinfín de situaciones mientras intenta en vano regresar a su hogar.
No se puede hablar de una trama demasiado concreta ya que la sucesión de eventos sigue la lógica infalible de un sueño, donde todo tiene sentido hasta que uno despierta, y debe volver a su vida común. A cada rato, un personaje que acabamos de conocer -o incluso el mismo protagonista- dirá o hará algo fuera de cualquier razonamiento para desembocar en otra situación incluso más absurda. Hacia el final, todos los eventos caen en un ping-pong caprichoso.
Parte del chiste es pensar en After Hours como un ejercicio de miseria compartida, una mirada sádica al hombre común de los 80, el yuppie. La trasnoche sigue otra serie de reglas que no pueden ser comprendidas cuando llega la mañana, y a pesar del caos hay una cierta tristeza que la vida no funcione de forma tan arbitraria. Cerca del final escuchamos la canción “Is That All There Is?” de Peggy Lee y su frase central despectiva, “¿Eso es todo lo que hay?”, resuena en uno de los pocos momentos de quietud en toda la noche. Quizás el desenfreno frustrante sea preferible a la rutina vacía.
6. Los infiltrados (2006)
Luego de más de 30 años en la industria, Los infiltrados fue la película que galardonó a Scorsese por primera vez con el Oscar de Mejor Director. Uno de sus éxitos más rotundos, el director se alinea con DiCaprio como lo había hecho desde el comienzo de la década, lo junta con Matt Damon y Mark Wahlberg, y refuerza a un Jack Nicholson en medio de un renacimiento profesional. Lo que sale es un thriller dramático que trata en forma profunda la influencia de las “ratas” dentro del negocio gangster, una de las fascinaciones del cineasta. Trabaja aquí con una de las tramas más complejas de su carrera, en donde varios personajes con posiciones y alineaciones similares se encuentran con motivaciones contrastantes, a tal punto que pierden noción de quién realmente son.
Scorsese plantea la intención de saturar la complejidad de la vida gangster hasta que su único punto natural de desenlace sea que todo (y todos) desaparezcan. Esta idea llegará a su punto más extremo una década después con El irlandés, pero aquí todavía se encuentra la intención semilúdica de las obras clásicas de estilo del director. A raíz de esto, continúa la conversación interna dentro de sus películas de mafia, como el uso glorioso de “Gimme Shelter” por tercera vez en su carrera (y un uso amplio de The Rolling Stones en general) pero también con la adición de un tema como “Comfortably Numb” de Pink Floyd.
5. Casino (1995)
En pleno esplendor comercial y crítico, Scorsese decide rearmar el equipo detrás de Goodfellas años antes. De Niro y Joe Pesci como protagonistas, y el guionista Nicholas Pileggi forman parte de otra épica de mafia, esta vez enmascarada como parte del negocio multimillonario de Las Vegas. Con la adición de la estrella del momento Sharon Stone, se marcan reglas de estilo que antes estaban implícitas pero que ahora enmarcan a tanto películas anteriores (Goodfellas) como futuras (El lobo de Wall Street) dentro de un diálogo constante. En cuanto a Casino, De Niro esta vez no es un mafioso violento, sino un hombre de negocios que se limpia las manos de toda violencia directa, mientras que Pesci reafirma su caracterización de matón eficaz pero impredecible. Brilla como siempre el uso de canciones clásicas de The Rolling Stones, Fleetwood Mac e incluso Devo, para una visión caleidoscópica y salvaje de un rubro difícil de entender.
La edición se enfoca en condensar hechos para armar montajes apabullantes, repletos de voces en off respondiéndose una a la otra como si fuese esto un documental. Todo para sentir que lo que se está contando es trascendental y debe tener una importancia mayor. Por lo cual, cuando la película termina con nuestro personaje principal de vuelta donde había empezado, con ninguna conclusión más que “Y eso es todo”, se arma un vacío. La película fuerza al espectador a interesarse en cada detalle minucioso para que luego ese mundo se desvanezca sin dejar rastro. Una de sus más entretenidas, pero sin soltar la angustia existencial.
4. El rey de la comedia (1982)
Una película apta para ser lanzada en uno de los puntos más bajos del director. Plagado por problemas de salud y dificultades económicas, El rey de la comedia fue ignorada y desdeñada por audiencias y críticas, a tal punto que fue considerada “el fracaso del año”. Si se quiere, es Scorsese en su momento más “indie”. Tenemos aquí tal vez la película más morbosa de esta filmografía, en donde De Niro interpreta a Rupert Pupkin, un delirante acosador del exitoso comediante Jerry Langford interpretado por un añejado Jerry Lewis, que desea que ser catapultado al éxito inmediato como comediante de stand up.
Aquí De Niro deja de lado sus interpretaciones típicas de hombre serio y amenazante, y toma un personaje -igualmente inadaptado- con una presentación visual ridícula, que encaja con su delirio incesante. El espectador ve el mundo a través de los ojos de Rupert Pupkin, y dicho mundo es uno que ignora las señales de advertencia, ahonda de forma grotesca en la fantasía desaforada a punto de chiste, y trata todos los momentos incómodos como parte de un guion que nadie excepto él está siguiendo. Vemos un protagonista aislado del resto pero comprometido a hacer que todos los demás le sigan el juego.
Pero no solo se hace una crítica del personaje principal, sino también de la sociedad alrededor de él. Se nos muestra una Nueva York fría, caprichosa, en la que desde el más famoso hasta el más desamparado pueden ser tratados sin respeto ni interés. Se argumenta que todos los personajes viven de forma solitaria, sin acceso a una comunidad que los comprenda. Casi se entiende que esta cinta haya sido dejada de lado en su momento, pero si su influencia marcada en un éxito como Joker demuestra algo, es que Scorsese no era el único que se sentía así.
3. Goodfellas (1990)
La gloriosa entrada de Scorsese a los 90, y la película que lo asienta de una vez por todas como una fuerza indiscutida dentro del mundo del cine. Goodfellas no es su primera película gangster pero sí es la que establece el formato de las que vendrán, y en parte por su pureza conceptual resulta ser la mejor de todas. De Niro y Pesci se encuentran, en una rara ocasión, haciendo papeles secundarios dentro de la historia de Henry Hill, interpretado por Ray Liotta, y su esposa Karen, llevada a cabo por una maravillosa Lorraine Bracco.
Una película espléndida, sin embargo una de sus más brutales. Junto a su editora Thelma Schoonmaker y su cinematógrafo Michael Ballhaus, el director arma una visión a base de negros y rojos densos, que se unen a una violencia ruidosa que no se restringe a actos físicos. Nos encontramos con períodos de gloria que son mucho más frágiles de lo que parecían. La pareja principal se atormenta psicológicamente -en particular el personaje de Karen es uno de los personajes femeninos más complejos del director- pero las interpretaciones de De Niro y Pesci confinan elementos violentos peligrosos, que de todas formas llevan un tinte de desesperación dentro de ellos, como si no se dieran cuenta que tanta matanza puede ponerse en su contra.
Se muestran los niveles profundos de juegos para que la mafia subsista, junto con sus reglas absurdas o su jerarquía superficial, todo para proteger un sistema arcaico. Aunque suenen temas de rock clásico como George Harrison o Eric Clapton, el sonido prevalente es doo-wop de los 50, o pop bubblegum de los 60. Se nos muestra un inframundo atascado en el tiempo, y se hace todo lo posible por permanecer ahí. Nuestra pareja principal sale viva de ese mundo, y ese es su mayor castigo. Más allá de toda situación tensa o peligrosa, disfrutaban ese modo de vida. Eso tal vez sea lo más inquietante de todo.
2. Toro salvaje (1980)
Scorsese puede ser brutal con su violencia, pero nunca como en Toro salvaje se sintió tan opresiva. Hecha en blanco y negro (por primera y última vez en su filmografía mayor), la película lidia con el célebre boxeador Jake La Motta, y plantea el mundo del boxeo como uno en el que los golpes no terminan fuera del ring. Se plasma aquí una de las mayores críticas de la masculinidad desmesurada instaurada dentro de la sociedad, y cuán profundas son sus raíces.
Se presenta una vida a base de tortura desarrollada por una angustia interna inagotable. La Motta vive para recibir golpes como forma de racionalizar su propia existencia, de hacer que la violencia innata dentro de su ser valga para algo. A diferencia de sus futuras películas, no hay siquiera un intento de glamour en sus momentos más intensos: se ve sin excepción la fealdad de un hombre que falla una y otra vez en quitársela a golpes, y luego decide transmitirla a la gente alrededor suyo. De Niro notoriamente ganó peso de boxeador para esta película, y con esto su cara se encuentra tan deformada y abatida, que hace que en los mayores momentos de soledad parezca menos un ser humano y más una criatura. Y es allí donde de alguna forma, logramos sentir una profunda pena, de pensar que nadie debería sufrir tanto -o al menos, no deberíamos verlo.
Es esa fealdad la que recorre Toro salvaje en sus momentos más agobiantes. Scorsese se ha referido a la intensa experiencia de producción, en parte por su falta de conocimiento del boxeo, y este enfoque es con el que logra tratar la historia como un drama casi bíblico. Como La Motta, que peleaba –como dijo el director– “como si sintiera que no merecía vivir”, Scorsese también necesitaba probar algo dentro suyo. Lo que surgió fue una de las mayores exploraciones de la falta de fe humana dentro del cine moderno.
1. Taxi Driver (1976)
Lo más triste de Taxi Driver es que, casi 50 años más tarde, sigue siendo vigente. La película fue compuesta como una historia hiper específica, centrada en una Nueva York en declive y una población alejada de todo, traumada por la guerra, desgastada económicamente, y con movimientos de marginales como el ideal punk empezando a surgir y desenvolverse de las formas más equivocadas posible. Travis Bickle -llevado a cabo por un De Niro inigualable- es una figura típica dentro de las sombras de la sociedad: un lobo solitario inestable que solamente ve el mundo como un lugar repleto de cosas a las que odiar. No es una película esperanzadora per se, pero tampoco nihilista. Atina a pensar que las cosas no tienen que ser siempre así.
Sin embargo el mundo de Taxi Driver se mantiene vigente como una de las demostraciones de soledad compartida pero privada, colectiva pero individual, más profundas que se han visto. Parte de la universalidad de esta obra es por su contexto cultural, y por lo poco que dicho contexto importa. “Nunca hablamos del guion [al filmar] porque todos conocíamos a esa persona, éramos tres hombres jóvenes”, reflexionó el guionista Paul Schrader. Bickle se encuentra rodeado de indiferencia, y debe idear a alguien a quien salvar -en forma de una joven prodigio Jodie Foster– que no se lanza a sus brazos como él quisiera. Toda posible buena acción queda escondida bajo el escombro de las frías luces nocturnas.
Imágenes y frases han permanecido dentro del léxico cultural: Bickle en un cine porno entreviendo la pantalla, como si se pensara asqueroso; “¿Me estás hablando a mí?” como un símbolo de intimidación efectiva pero mal planeada; las piezas de jazz oscuro compuestas por el clásico Bernard Herrmann que entrelazan a los personajes uno con el otro, como si todos tuvieran la misma canción en su cabeza. La base de todo es un mundo que genera personas trastornadas para luego juzgarlas y dejarlas de lado; para ver eso no hace falta mirar tan atrás.
La obra de Scorsese se define con Taxi Driver. Es el nexo inconsciente de las actitudes de todas sus películas. Se ven los mundos paralelos subterráneos, la culpa de la existencia como incentivo para la acción, los protagonistas trágicos que se desploman sin que el mundo se de cuenta, la ilusión errónea de que se está haciendo lo que se debe hacer. Pero por sobre todo el espejo incómodo que refleja hacia la audiencia, que puede separarse de lo que está presenciando, pero le va a costar.