Me enfrenté a Room casi sin ninguna información sobre ella, con la intención de ver de qué se trataba uno de los films nominados a Mejor Película este año en los Premios Oscar. Así, despojada de datos pero llena de expectativas fue transcurriendo una historia increíble frente a mis ojos y sorprendiéndome a cada paso. En una situación inicial donde todo parece cotidiano y normal, conocemos a Jack y a su mamá, Joy, que viven en un recinto acotado, pero que cumple la función de casa, llamado “Room”. Allí, el niño Jack tiene una relación afectiva con los objetos y divide la realidad en el plano de la TV (espacio que admira con ojos desorbitados), el “espacio sideral” que ve desde un pequeño tragaluz y la vida en “Room”: Jack nunca ha dejado Room, es la única realidad que efectivamente conoce; y de hecho todo parece desarrollarse muy cómodamente allí adentro para él, donde tienen una marcada rutina con su madre, donde un misterioso señor llamado Old Nick les provee comida y medicamentos. Pero el día que Jack cumple cinco años, Joy comienza a experimentar una crisis e intenta explicarle a Jack que hay algo mas allá afuera… el mundo. Aquí es cuando el guion se pone realmente delicado y original: como si le explicara a un extraterrestre, Joy pone todo su esfuerzo en graficar lo que todos entendemos como realidad, explicándole que todo lo que ve en la TV es real, realmente existe. Así, se pone en evidencia cómo lo que es conocido para el humano es lo que de hecho considera como real: para Jack, Room y su contenido es lo real, el resto es virtual, inexistente; y la ruptura de esa ilusión, el paso de la ignorancia al conocimiento, la razón por la que viven allí y la atemorizante idea que exista algo tan inabarcable como “el mundo”, lo enfurecen.
Correspondiente a este temor ante lo desconocido, es la fascinación que irá experimentando al encontrarse con “el nuevo mundo”, a partir de lo cual, el mundo de Room irá quedando cada vez más pequeño. En este sentido, las estrategias narrativas de reconocimiento y descubrimiento, la función de maestra paciente que cumple Joy, nos recuerdan un poco a los recursos usados por varias películas sci-fi, donde el androide debe ser introducido a las prácticas humanas, y al mirarlo con extrañamiento logra que nosotros mismos reflexionemos sobre la relatividad de “lo real” y lo incorporado como normal o cotidiano.
Una de las partes fundamentales del film es la gran interpretación de Brie Larson, que le valió el Oscar por Mejor actriz en rol principal. La confluencia del factor víctima y el factor de fortaleza máxima, la hacen un personaje completamente humano que sostiene emociones extremas desde el comienzo hasta el final del film, cada uno con sus debidos matices. Si bien es ella una gran parte del sostenimiento emocional de la historia, la dupla que forma con Jacob Tremblay (una verdadera revelación) es realmente explosiva.
La película transmite una emoción genuina, una tristeza profunda y por supuesto, genera una gran empatía. Los diálogos son cuidadosos, los gestos sensibles y la fortaleza de las imágenes reside en su sutileza. Hay muchas cosas que quedan sin decirse, hay una buena parte de la historia de Joy que no llegamos a reconstruir, pero tampoco lo necesitamos, porque esta porción de la historia, que es a la que podemos acceder, contiene el signo del encierro cotidiano y la dura liberación.