La palabra “bossa” tiene un recorrido etimológico interesante. Su antecedente francés, “bosse”, refería a protuberancias óseas, pero el término fue adoptado por el portugués y, bajo el sema compartido de lo sobresaliente, comenzó a ser sinónimo de “destacado”. Con el espíritu de renovación que se respiraba en la Río de Janeiro de 1959 (Joao Gilberto estaba modernizando el samba, Orfeo Negro escalaba a éxito global), la noción de bossa nova quedó instalada como la “nueva onda”. Y en la Buenos Aires de 2021, donde la novedad musical viene escaseando desde hace rato, el concepto le sirve de leitmotiv a Eugenio García Carlés para llevar a cabo sus afrontas transgresoras.
A la manera de Charli XCX, quien postuló su deseo de mover el pop hacia adelante en su mixtape del 2017, Carlés acaba de publicar su segundo disco como Coghlan, Bossa Buenos Aires, y anuncia desde el título sus intenciones de sacudir el zeitgeist. Intenciones consumadas, porque al igual que la popstar británica, el hitmaker argentino acaba de dar vuelta el tablero. ¿Carlés XCX?
Hay un deseo manifiesto a lo largo de la Bossa de encontrar el sonido para una nueva identidad nacional. Se intenta todos los años, se logra en menor medida. Podría tomarse de ejemplo a otra historia de éxito y pensar en los modos en que los bandoneones de Piazzolla quedaron inextricablemente ligados a la desazón que atravesó Capital durante la segunda mitad del siglo XX. La diferencia en Coghlan es que no está documentando su época sino moldeándola a gusto, proponiendo una Buenos Aires, por ahora imaginada, que suena como la captura en alta definición de una instantánea desteñida.
Co-producido por Carlés junto al gran Moreu, Bossa Buenos Aires llega a funcionar como Rear Window de Alfred Hitchcock, donde las ventanas del edificio que espía Jimmy Stewart contienen, según ciertas lecturas, un género cinematográfico cada una. La Bossa es un muestrario donde intersectan ejercicios de estilo perfectamente ejecutados de varias de las corrientes estilísticas predominantes de los 2010s. “Sintiendo todos estos ríos de ser corriendo tan fuerte dentro mío”, llega a decir el artista en un punto temprano de la escucha. Si su primer disco de 2017, Bolero Midi, era netamente Panda Bear, esto es su Post de Björk; no solo lo posterior al debut sino lo posterior al género, sin que eso jamás vaya en desmedro de la cohesión.
En Bossa Buenos Aires, un IDM de arpegios metálicos como “Santa Lucía” puede ser orgánicamente sucedido por el indie pop a lo Washed Out de “Las flores DM”, donde el subidón de las líricas es expresado en la entrada de Panchito Villa. Carlés y Villa ponen su genio como melodistas al servicio de melismas vitoriosos (la última sílaba de “manera” es coreada con regodeo a lo largo de diez notas), y el resultado es la clase de luminiscencia veraniega que prometió, y no supo cumplir, Solar Power de Lorde a mediados de este año.
Por otro lado, el impacto psicodélico de Tame Impala se deja apreciar en “En Pinamar”, la canción que inaugura la escucha y asienta la riqueza en producción que recorre la totalidad del LP. Construida sobre capas de sintetizadores y percusiones sincopadas, el track reencuentra a dos ex amantes en una fiesta, y sus miradas que se cruzan parece ser una constante a lo largo de la Bossa: se reitera en el house baleárico de “El último baile” (donde el “ya no queda nada de vos en mí” de la canción anterior se convierte en “no te puedo sacar de mí”) y, posteriormente, en el momento R&B titulado “Montecarlo” (donde la pluma ahora escribe en tercera persona y el erotismo descrito se acentúa en las guitarras de Pato Lema). “El último baile”, ya que estamos, es la “Dancing On My Own” de Coghlan: los momentos donde entra el bajo de Paco Leiva están meticulosamente dispuestos, alcanzando una absoluta maestría pop.
El hyperpop, por supuesto, encuentra su cauce en “UFO Point”, un corte al estilo “detonate” que señala con el dedo a regiones sureñas, no necesariamente de nuestro país, y culmina pitcheando la voz de Carlés a alturas orgásmicas. En el otro extremo de PC Music, “Después de los bailes” canaliza las cadencias ska de 100 gecs sobre programaciones aceleradas. Detrás de este par de temas se insinúa otro de los grandes aciertos del proyecto. A diferencia del vanguardismo solemne de AGVA, por más impresionante que sea, Coghlan también tiene sentido del humor. En su intento de escindir lo pretencioso del arte, dignifica la no-seriedad tratándola con sumo respeto. Puede escribir renglones de nonsense o estar homenajeando a la estimulación anal y, en el medio, escurrir una frase brillante sobre no perpetuarse en formas auto-establecidas: “Si la particularidad de lo que pensás ya no te representa, hacelo a mi manera”.
De la electrónica al trance y desde Ibiza hasta Palermo, Coghlan hace escala en Montevideo para un dueto con el músico uruguayo Juan Wauters. Sobre bases de candombe y un bajo que se vuelve audible a medida que el ritmo “se siente en la pista y en la piel”, “Joven guarda” es el corazón que sintetiza la tesis de Bossa Buenos Aires: el abrazo eufórico al deseo asequible y la aceptación resignada de lo que no puede ser. La Bossa es un disco deseante o, como designa Carlés retomando a Federico Manuel Peralta Ramos, gánico. Cosmovisión contagiada mediante formas convincentes.
Bossa Buenos Aires es la entrega más reciente, y quizás la más prolija a la fecha, de la nueva escena local que, por más atomizada que todavía se encuentre, está comenzando a delinearse alrededor de la híper-canción argentina, donde lo nítidamente tecnológico convive con lo decididamente humano. Queda por verse si sus protagonistas (Coghlan, Punto y Pacífico, O.L.I.V.I.A, Moreu como presencia ubicua entre proyectos) terminarán de coagular una movida alrededor de este nuevo pop rupturista y, de ser así, si se consolidará al punto de convertirse en algo que se retroalimente y sea emulado por fuera de su círculo original.
Lo que no deja de ser claro es que, del mismo modo que sería reduccionista proponer una versión monolítica de lo que es la argentinidad, Bossa Buenos Aires es un disco heterogéneo que encuentra miles de identidades nacionales posibles, todas igualmente válidas. La única constante a lo largo de ellas es Coghlan, floreciendo en el medio y al frente de todas. Surgió una verdad y nos dio vuelta la cara.
Escuchá Bossa Buenos Aires en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Apple Music).