Todas los días, Federico Durand sube las escaleras hacia al altillo de su casa y se sienta a hacer música. Las mesas están llenas de instrumentos, las paredes de dibujos, y desde la ventana se ven algunas plantas de su pequeño jardín en el pueblo de La Cumbre, al norte de Córdoba. Toda una vida parece transcurrir allá afuera, donde vive junto a su familia, pasa horas perdiéndose en las sierras forestales, cuidando su jardín y atendiendo la librería de su mujer. Arriba en el ático existe otra vida, un refugio musical, un universo de sonidos sutiles que hablan de ese mundo exterior, pero también señalan algo más allá.
Durante los últimos doce años, la música de Durand ha encontrado la forma de salir de su habitación y recorrer el mundo. Los más de quince discos que lleva publicado fueron editados por sellos discográficos japoneses, europeos y estadounidenses, y lo llevaron a dar numerosas giras por el exterior. Su firme trayectoria y su estilo inimitable lo han convertido en un referente dentro de la escena global de música ambient. Sin embargo, la música de Durand mantiene la intimidad de ese altillo en La Cumbre, una calidez susurrada de melodías al borde del silencio.
Parte de esa intimidad proviene del lugar que la música ocupaba en su vida desde antes de empezar a publicar discos. Oriundo de Muñiz, barrio de casas bajas y caras amables en el Conurbano bonaerense donde nació y vivió hasta hace siete años, sus primeros discos fueron cassettes o CD-Rs de entre diez copias que repartía a sus amigos íntimos y su madre. Así nació su forma de entender la música como una invitación a compartir un momento preciado con alguien, un regalo que solo se da a personas muy cercanas, un secreto.
“Esta cosa de hacer música constantemente la tengo desde chico -cuenta Durand en conversación con Indie Hoy-. En los noventa hacía collages con una grabadora de cassette, una portaestudio Tascam, y me di cuenta que esa era una forma de tocar”. Con los años fue coleccionando sintetizadores, pedales de efectos, instrumentos de juguete, cajitas de música, guitarras, liras; pero su sonido nunca se despegó del minimalismo, la repetición y las pequeños sonidos.
Sus primeras canciones subidas a MySpace atravesaron el mundo hasta llegar a los oídos de Nao Sugimoto, editor del sello Spekk en Tokio, quien le ofreció publicar su primer disco fuera de su círculo íntimo de amigos. Publicado en abril de 2010, el hoy clásico La siesta del ciprés contiene muchos de los sonidos que Durand venía explorando desde chico y que profundizaría a lo largo de su discografía, como las grabaciones de campo y la repetición.
“Siempre me atrajo la sencillez -agrega-. Es algo que no solo me conmueve sino que me da mucha paz. La repetición siempre me pareció un recurso estético fascinante. Me dan mucho placer las variaciones sutiles, sobre todo cuando los loops son asimétricos y aparecen combinaciones azarosas. Hay algo ahí que me parece muy ancestral. No sé cómo era la música en el paleolítico, pero seguramente había loops”.
La música de Durand produce esa sensación propia del género ambient de inducir a perderse en la espacialidad del sonido hasta habitarlo, incluso olvidándose por un momento de estar escuchando música. Hay emoción en sus canciones, pero más que nada hay calma, ese estado en la mente que se logra al meditar o mirar un paisaje profundo, cuando se despierta minutos antes del alba o se percibe la luz de la tarde entrar por la casa.
“Sucede algo con la repetición musical en un nivel físico y espiritual que te conecta con algo muy misterioso -afirma el artista-. Entredormido podés tener experiencias asombrosas escuchando música cuya estética recaiga en la repetición”. El tiempo parece volverse más lento, casi detenerse. Los sonidos aparecen y se esfuman con suavidad, algunos se estiran hasta convertirse en un silencio enriquecido.
En uno de sus primeros viajes a Europa, Durand conoció al músico japonés Tomoyoshi Date y juntos decidieron grabar un disco durante los momentos libres de la gira. Desde entonces, Durand comenzó a hacerse un tiempo en sus viajes para conocer músicos locales y juntarse a improvisar juntos. “Si escuchás detenidamente las colaboraciones, hay elementos de cada músico, pero no suena como a ninguno de los dos -dice sobre Melodía, el dúo que formó junto a Date-. Eso me interesa de tocar con alguien, es como charlar”.
Entre otras de sus colaboraciones se distingue el meditativo disco Magical Imaginary Child, grabado en 2014 junto a Chihei Hatakeyama, y el más reciente In the Open, grabado en 2017 junto a Date y el artista sonoro japonés Asuna durante un día libre de su gira en la ciudad antigua de Kanazawa. “Ese disco lo recuerdo con mucho cariño porque está embebido de amistad -admite Durand-. Estaba muy feliz de estar ahí, tocando con amigos, que encima son músicos excepcionales, en Japón, haciendo sight-seeing y grabando un disco. Era todo increíble“.
En paralelo a su discografía editada en sellos internacionales, Durand mantuvo el hábito de grabar pequeñas tiradas de cassettes que regala a modo de suvenires para el público que se acerca a verlo tocar. “En vivo está siempre el frenesí de querer llenar un vacío -agrega sobre su experiencia tocando para otras personas-. La primera nota es fundamental, es como el primer paso que marca cómo va a continuar: podés ir hacia la izquierda, hacia la derecha, hacia atrás o hacia adelante. Un amigo una vez me dijo que esa primera nota es sagrada. Antes de tocarla no hay nada, después está todo. Es mágico eso. Disfruto mucho de tocar y me produce mucho vértigo también”.
Al igual que le sucedió al resto del mundo, el privilegio de viajar y tocar en vivo se pausó hace dos años para Durand. Aislado de vuelta en su altillo en La Cumbre, el artista posó la mirada en su entorno más cercano y encontró inspiración en la flora de su propio jardín. Herbario, su disco publicado en junio de 2021, es un catálogo musical de sus plantas favoritas, a las que le dedica quebradizas melodías de sintetizador y frecuencias hipnóticas. Como un ejercicio de alquimia botánica, Durand destila la esencia sonora de hierbas como el cedrón, la menta y el romero, en pequeñas canciones de ensueño minimalista.
“Herbario es un disco de la pandemia -reflexiona-. Fue como una balsa a la cual me subí y me llevó a casa. Una de las cosas que me sostuvo durante ese tiempo fue concentrarme en lo que tenía y en cosas más inmanentes, como mis plantas. El jardín de mi casa es muy lindo, crece salvajemente, es tupido. Así que me puse a pensar en qué plantas me gustan más. En líneas generales me gustan todas, o casi todas. Las palmeras no, hay algo con las plantas tropicales, una exuberancia, que a veces me agobia. Por eso me gustan las más modestas, las más pequeñas”.
Las plantas son frecuentes protagonistas de los títulos de los discos y canciones de Durand desde sus inicios, junto con los nombres de pequeños animales, insectos, montañas, estanques y paisajes propios de mitos fantásticos y cuentos infantiles. La literatura es otro de sus más grandes intereses; durante años, mientras vivía en Muñiz, estudió antropología y enseñó literatura en algunas escuelas de la provincia de Buenos Aires.
El entrerriano Juan L. Ortiz y el alemán Friedrich Hölderlin son los primeros referentes que nombra al pensar en los poetas que lo acompañaron y, a su manera, inspiraron su sensibilidad desde adolescente. Siglos y continentes separan a Juan L. y Hölderlin, pero no sería una comparación remota señalar que ambos escritores comparten una búsqueda por retratar lo bello en la naturaleza, por encontrar una hermosura en lo frágil y perecedero. Muchos de sus poemas, así como gran parte del repertorio de Durand, construyen escenas que duran un instante, como un sentimiento fugaz o un atardecer, y al mismo tiempo revelan algo trascendental.
“Herbario me pareció que era un jardín que se podía compartir -concluye Durand-. No soy jardinero, pero hago canciones. La música es la forma que tengo de hacer florecer algo”.
Con sus más de diez años de carrera, Durand se ha consolidado como uno de los músicos más respetables en su género, y un referente esencial dentro de la incipiente escena de música ambient en Argentina. Sin embargo, el artista es reticente a identificar un progreso lineal en su discografía, o a pensar en una evolución en sus habilidades. Si bien se puede escuchar una transición de las guitarras acústicas y los pianos que caracterizaron sus inicios hacia los sintetizadores envolventes de sus discos más recientes, esta sería solo una distinción técnica. No hay una transformación perceptible entre su último disco y el primero: la música de Durand es un movimiento en cámara lenta, una sucesión de instantes de eternidad.
“Creo que hay un esplendor en la sencillez -dice el artista sobre su estilo-. Como un haiku que dice todo en tan pocas palabras. ¿Qué te regala un haiku? Una sensación, cuenta un camino, abre algo. No hay ninguna moraleja, ni siquiera hay un yo a pesar de que a veces puede haber una primera persona. Hay un vacío, una inclinación benevolente. Te cuenta algo, que había un estanque, había una rana, y cuando saltó hizo ‘plop’. Pero ese sonido te queda resonando por siempre. Ahí se abren unas puertas que en definitiva apuntan al misterio de todos los misterios: ¿qué diablos es todo esto? Yo estoy acá, hablando con vos, pero esto en realidad es un gran sueño que estamos compartiendo. Y ahí aparece la libertad, no hay nada definitivo. Estamos construyendo sobre el vacío: mundos, sociedades, teléfonos, lenguaje, sistema. Pero todo esto podría ser completamente diferente. Entonces, esa rana saltando te pone los pies no en el más allá sino en el más acá. Es maravilloso. Y la música opera ahí, es una forma de despertar la conciencia”.
¿Cómo mantenés esa simpleza a la hora de componer?
No compongo en el sentido hermenéutico de tener una idea y seguirla, sino que son cosas que voy encontrando. No podría hacerlo de otra manera, yo hago la música que me sale. Y no es nada loable, es una limitación, es lo que sé hacer. Nunca tuve mucho interés en estudiar música, más allá del estudio particular y de indagar en la práctica. Disfruto muchísimo de tocar porque es un espacio de inmensa libertad, hago lo que quiero.
Tu música suele ser descrita como lo-fi, frágil y delicada, en relación a los métodos de grabación que usás…
En mi casa tengo varios bordados. Me gustan mucho, mi mujer es ilustradora y gracias a ella conocí a muchos artistas que hacen bordado. Pero a mí me gusta mirar la parte de atrás de los bordados. A lo prístino le huyo un poco, me gusta más que se noten las costuras. Más allá de que mi música está grabada con cassettes o con lo que fuere, no trato de ocultar esas imperfecciones. En un punto son mis límites, como músico y como persona que se graba, así que no tengo problema con eso.
Muchas de tus canciones provienen de grabaciones de una sola toma. ¿Qué tanto editás de esas improvisaciones?
Mi amiga Cecilia [Alfonso Esteves], que es ilustradora, siempre dice que uno tiene que tender a lo que tiende. Si uno tiende a lo prístino y ultra arreglado está bien, pero si uno tiende a otra cosa también está bien. Las herramientas con las que uno hace música son con las que uno se comunica. Es tu sonido, es el sonido que lográs. Un riesgo de sobreproducir la música es la pérdida de personalidad. Me interesa más tener un sonido malo entre comillas, pero personal, que un sonido prístino e impersonal. Hay algo en la rusticidad, en esas costuras, que está lleno de vida, que está por fuera de la voluntad.
¿Notás una progresión en tus discos más recientes?
En mi discografía no hay una evolución formal muy importante. Es como que estoy todo el tiempo tratando de indagar en lo mismo. Y conforme van pasando los años voy encontrando la forma de hacerlo más depurado, de simplificarlo aún más. Ahora construyo música con menos elementos y eso es algo que me da mucha felicidad.
Te estás sintetizando cada vez más…
Yo creo que sí. Terminaré con muy pocas notas o en el silencio.
Federico Durand se presenta el viernes 9 de septiembre a las 21 h en Artlab Studio (Roseti 93, CABA) junto a Guillermo Ueno en el marco del festival Mutek, entradas disponibles a través de Passline. Escuchá Herbario en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).