Una los puntos de la hoja. Trace las líneas. Con un lápiz, con una birome, con sus propios ojos, a su ritmo. Del 1 al 2, y luego al 3. Descubra la figura a medida que la forme. Siga la secuencia, o no. Dibuje ordenada y desordenadamente. Salte la cronología, altere los planes, distorsione la linealidad. Vaya del punto 4 al 15, si quiere. Conquiste las superficies, improvise en los espacios entre los números, omita escenas, vuelva hiperquinéticamente sobre sí.
Vayamos a un punto: Mora Palvi tiene 19 años y está rasgueando una guitarra prestada, descifrando los pocos acordes de “Yoni B” de El Mató a un Policía Motorizado e incorporando movimientos a su arsenal armónico. Vayamos a otro: Mora y el músico y productor Aziz Asse tocando juntos en uno de los tantos recreos entre cursadas en la Facultad de Artes de La Plata. A otro: ambos en un escenario, en una primera fecha que alguien organizó en pos de juntar fondos para un corto. Con dos guitarras y ritmos loopeados en un pad, Mora canta cuatro temas que compuso para la ocasión y un par de covers, entre los que hay una cumbia que, a pedido del público, repetirá al final.
Esas experiencias tempranas se matizaron en Dinotopía, un álbum pequeño, tierno, casi secreto. “Yo ya no me siento una terrícola/ Yo me voy de acá”, entona Mora, cuando en realidad su cruzada acababa de comenzar. Podemos ir más allá y ver cómo un grupo de amigos se junta para crecer arriba de los escenarios platenses y foráneos, podemos verlos encariñarse cada vez más con ese chiste que alguien dijo al pasar en alusión a los nombres largos que suelen tener las bandas platenses, un chiste que perduró y los bautizó.
Podemos dejar que la línea siga, caprichosa, y ser testigos de cómo Mora deja la carrera de Diseño Multimedial y su trabajo en la administración pública para dedicarse con tesón a Los Metegoles. Vislumbremos el origen de la etiqueta “wendy rock” un nuevo arquetipo vanguardista dentro de las bateas, fundado por otro chiste interno (“el rock de los buenos días”) y que se propagó como un campo heterodoxo de acción, abierto a cualquier género e influencia.
De la carta de presentación de rock alternativo que fue su primer EP homónimo, a la psicodelia de espíritu progresivo y experimental de Dejen dormir -con sus toques inesperados de dream pop, sus portales a mundos mágicos y a referencias fetichistas y catódicas-, y finalmente al pop rock de Suerte y el fenómeno viral de “Gran remera“, sampleada para la versión electro house del DJ australiano 1tbsp y que, además, cuenta con un videoclip que reproduce el minuto diecisiete que dura la canción una y otra vez hasta llegar a las diez horas.
La línea continúa el desarrollo versátil de una banda que se torna iconográfica gracias a las portadas de sus discos y a sus laboriosos videoclips, cada uno de ellos encarados por los directores y productores Teo Palvi y Chiara Girimonti como películas trepidantes o aventuras audiovisuales.
Además de ser el año de grabación y lanzamiento de un nuevo disco, el 2024 estuvo colmado de fechas en vivo. “Empezamos en El Emergente, con Nina Suárez. Después fuimos a Mar del Plata, a Monte Hermoso… Estuvimos en La Plata, Córdoba, Rosario. Viajamos a Uruguay también”, enumera Mora en conversación con Indie Hoy, una recapitulación del itinerario de la banda conformada por Joaquín Millón, Lautaro Osacar y Marcos Cikes, en los que se mezclan el agotamiento y la sorpresa.
Mundo moderno se sacude el júbilo y la inocencia indie de sus trabajos preliminares y se torna más crudo y garajero. “Siento que la oscuridad estuvo siempre -reconoce Mora-, pero es cierto que se nota, se escucha y se lee en las letras que al principio se hablaba desde un lugar mucho más adolescente y quizás ingenuo, y ahora por defecto crecimos. Tratamos otras cosas, tenemos otros problemas. Seguimos siendo los mismos pero pasaron los años”.
La escenografía de Mundo moderno es la casa de Mora. Ubicada en el sexto piso de un complejo céntrico de 120 departamentos, tiene una ventana-puerta frontal que desemboca directamente al vacío (“no tiene balcón, la abrís y tu cabeza está en la calle”) y recibe la luz del sol tanto como las resonancias del mundo exterior.
Con este disco, Mora parece toparse con el caos cotidiano de todos los días, una atmósfera viciada de bocinazos, arranques y frenadas, voces y gritos ocasionales. El dedo de la realidad está allí: golpeando el cristal de la ventana, tocándole el timbre o llamando al ascensor viejo y defectuoso. Más que estímulos, son intromisiones, señales difíciles de obviar. Arrancada de su ensimismamiento, ella levanta la mirada y cristaliza las manifestaciones de su alrededor: la cara interna del vacío también puede ser vertiginosa.
Las canciones del disco semejan los estadios vulnerables de una conversación mordaz y honesta que Mora tiene consigo misma, primero al atardecer, y luego en una extensa noche de insomnio. Contemplación e introspección. Un tour de vaivenes anímicos, entre la hiperactividad y cierta lasitud, en el que la búsqueda de sentido está fraguada de inventarios sensibles, distracciones, consumos virtuales, críticas sociales y alusiones políticas tan explícitas como solapadas. El atrincheramiento, la ideología y la ironía en un hibridaje sonoro que se apropia de recursos de varios géneros como el jangle, el garage rock e incluso el blues.
Al contrario que en los álbumes anteriores en los que Palvi solía presentarse con demos elaborados, esta vez las canciones no existían del todo cuando empezó a trabajarlas en conjunto con el tándem Aziz y Ramiro “el Flaco” Sagasti, la dupla que también produjo Suerte. La cantautora contaba con esbozos de intentos, gestos inconclusos de letras y música. Esto se debió a las dificultades para encerrarse a escribir. “Tenía pequeñas ideas, pero no el tiempo para desarrollarlas, para sentarme a componer una canción. Entonces inventamos ese tiempo”, cuenta.
La línea traza una paralela: así como Aziz impulsó las primeras grabaciones de la banda casi diez años atrás, esta vez el arrojo y la decisión de crear nuevo material también provino de él. “El año pasado tuve la necesidad de activar y obligar a varias bandas a que se pusieran con sus nuevos discos. Entonces le sugerí a Mora organizar campamentos intensivos de verano”, relata Aziz, quien no solo cumplió su cometido con Mundo moderno sino también con Barato ideal, el último disco de Isla Mujeres.
La participación en julio de 2023 de Mora y Aziz en la grabación de Ultra, el EP de Odd Mami, sirvió como disparador. “Nos fuimos una semana a una cabaña a componer con ella y tres personas más a Tigre -continúa Asse-. Ya sabíamos que era una modalidad que algunas bandas estaban implementando, el encerrarse un par de días para meterse de lleno en componer. Después de la experiencia en Tigre me picó el bichito de replicar eso. Y como nosotros siempre nos veníamos juntando según los tiempos de cada uno, con lo difícil que es conectar tiempo y disponibilidad de bastantes personas, nos sirvió hacerlo así”.
“Aziz es una persona con mucha iniciativa -explica Mora-. Es resolutivo. ‘¿Querés hacer esto? Bueno, lo hacemos, no importa cómo’. Ese fue el espíritu”. En total, organizaron tres “camps”. El primero se hizo en enero, en la casa de la mamá de Mora, en plena Villa Castells, Gonnet. “Nos encerramos con Aziz y la banda durante tres días y conseguimos maquetar tres canciones, ‘De la mano‘, ‘Se quiere matar‘ y ‘Peor‘”, detalla Mora, mientras que Aziz agrega: “En esa primera instancia se usó mucho la guitarra acústica, que después terminó apareciendo bastante en el resto del disco. Incluso hubo varias tomas de instrumentos que quedaron de esa vez”.
El siguiente fue en abril. Pasaron cuatro días en la casa de Joaquín, el bajista, en Villa Elvira. Ya con la incorporación de Sagasti, terminaron de componer el álbum con pocos componentes: un cuaderno, una guitarra criolla enchufada, un micrófono y una batería reducida. “Fue muy lindo participar de esa tormenta de cerebros, del armado mismo de las canciones, las estructuras, las letras y las cosas que iban surgiendo -cuenta Ramiro, también cantante de Perez-. Fue intensivo, con muchas jornadas seguidas de trabajo. Eso estuvo muy bueno porque pudimos entrar en régimen y agarrar de nuevo la idea del día anterior”.
El último campamento se realizó en mayo, nuevamente en la casa de la infancia y adolescencia de Mora. “Mi vieja es artista plástica y tiene un taller muy grande, así que me lo liberó y armamos un estudio de grabación -cuenta sobre las sesiones más extensas-. En ocho días grabamos una cantidad absurda de cosas, empezó a sonar más como un disco. Hay cosas que te das cuenta desde el demo, otras que no”.
En muchos sentidos, el sonido enérgico de Mundo moderno fue resultado de la circunstancia. “El audio salió de las herramientas que teníamos a mano, de cómo sonaba el estudio de mi mamá, de los micrófonos y amplificadores que nos prestaron -admite Mora-. No somos una banda de buscar resultados, en el sentido de ‘quiero hacer un disco que suene de tal manera específica’, es medio al revés”.
De esa manera, por ejemplo, nacieron los segundos bluseros de “El eco lejano“. “Joaco tenía la armónica en el bolsillo hacía un año -continúa Mora-. Terminó apareciendo porque se puso a improvisar en el estudio, en un tiempo que nos sobraba. Sacamos un fragmento y lo utilizamos como track”.
“Lo que sí buscamos fue la interpretación, la toma entera -suma Ramiro-. Pusimos el ojo en transmitir lo que sucedía en el momento, lograr que el disco estuviese vivo más allá de los elementos que usáramos. La clave del sonido estuvo puesta en esa actitud, en el modo de tocar más que en la elección de determinados efectos. En realidad, los efectos estuvieron a disposición de ese concepto”.
“Aziz y Sagasti se comprometieron, se obsesionaron, se involucraron emocionalmente -cuenta . El Flaco se iba caminando desde la casa de mi mamá en Gonnet hasta Tolosa y al otro día volvía con la cabeza llena de cosas. De hecho, el sitar de “Bigote” apareció así, el último día del último campamento. El Flaco llegó a las diez de la mañana. Yo seguía en la cama cuando de pronto escucho que empieza a sonar un sitar en el estudio. No entendí qué era hasta que me levanté y vi que había traído una carpeta con muestras de cosas que había grabado con Nicolás Mir, la persona que efectivamente grabó ese sitar. Pensé: No puede ser la energía que tiene este tipo, probando sitares a las diez de la mañana“.
“Se me ocurrió a la noche -recuerda Sagasti-. Me desperté y me acordé de que unos años atrás habíamos grabado eso con Aziz y Nico. No sé por qué, pero me dije que tenía que andar. Fui y los probamos, armamos el relato con frases enteras que Nico había dejado. Fue muy loco porque estaban en tempo y en tonalidad”.
“El ejercicio de componer frente a otros me sirvió mucho y amplió mi visión -esclarece Palvi-. Al principio no sabía bien de qué iba a hablar. Eso surgió después, cuando escuché todo el disco y descubrí lo que había estado pensando. Estuvo bueno. Gracias a eso aparecieron cosas inesperadas, muy valiosas, que hicieron a la particularidad del disco”.
“Siempre nos hallábamos en la situación de estar todos juntos en un cuarto, con Mora anotando cosas en papeles -señala Aziz-. Hubo mucha conexión suya con Ramiro. Él proponía ideas, potenciaba las descripciones, volvía más visuales las letras, hacía que del relato surgiera algo al principio y que después continuara en otra parte de la canción”.
“Trabajamos lo que se veía alrededor, lo que nos inspiraba -precisa Sagasti-. Atmósferas, poesía encontrada, sonoridades. Ella tiraba una frase, yo tiraba otra. Compartimos libros. Justo estaba leyendo Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, y encontré algunas ideas ahí. Ideas que me despertaron otras ideas“.
Aziz recuerda la vez que los encontró sentados en una mesa escribiendo la letra de “Robada“. El sol del atardecer desparramaba su luz en el amplio living de la casa de Joaquín. El tiempo parecía congelado. “Ellos estaban laburando la segunda estrofa del tema. Mora había empezado a describir su departamento y Ramiro le preguntaba ‘¿cómo es? ¿qué pasa ahí? ¿cómo cae la luz?’. Y anotaban las respuestas. Así, por ejemplo, salieron los versos ‘la araña cruza la pared/ el sol oeste la acompaña’. Ver escribir letras así de sensibles y emocionantes, participar de eso, fue algo muy hermoso”.
En las líneas tajantes, sesgadas, que brotaron de esos ejercicios de escritura también se entreveran los reflejos endémicos del presente, el ethos sintomático de una época tan convulsionada como sometida. Planos detalle a una existencia patológica y heterónoma, vistazos ambiguos a un catálogo generacional de sensaciones compuesto por la ansiedad, el estrés, el resignamiento, la desesperanza, el insomnio y el cansancio crónico.
Y por sobre todo, el corolario de que ya no hay nada nuevo, el “fin de la historia”, una falsa dualidad entre lo moderno y lo vetusto establecida en la percepción de que “nos cuesta cada vez más ponernos al día con cosas, que el mundo avanza muy rápido y nos estamos quedando atrás y que, al mismo tiempo, las discusiones, las problemáticas, siguen siendo antiguas, las mismas de la historia de la humanidad -completa Mora-. Al final, después de todo, seguimos peleando para que los humanos tengan derechos básicos”.
¿Por qué eligieron “Bigote”, la canción más política del disco, como corte de difusión?
Fue un poco decisión de los amigos. Era un tema buenísimo pero que me resultaba medio raro para sacarlo primero, por esta cuestión medio agreta que tiene en su manera de decir las cosas y por su sonoridad característico. Pero cuando mostramos el disco a un grupo de amigos, “Bigote” fue el que más les llamó la atención, con el que más se quedaron fanatizados. Así que le dimos importancia a eso, a bancar la rareza. Podríamos haber sacado otro, más light o fácil de digerir y no, decidimos ponerle valor a lo particular y extraño. En ese sentido, con la construcción del video redoblamos la apuesta, lo enrarecimos más aún.
Siluetas propias de un policial, frutos venenosos, una cabeza gigante, calaveras flotantes que ríen, náufragos de un desierto mágico, los integrantes de la banda encajonados y revoltosos… Es “Close to Me” de The Cure, filmado como un Sin City fantástico. ¿Por qué esa impronta surrealista?
Fue una necesidad despegarlo de la actualidad y darle apertura al discurso. A veces el video refuerza la idea de la canción y no quisimos que pasara eso, por lo que apareció el surrealismo, que nos encanta. Alicia en el País de las Maravillas, Los viajes de Gulliver, ese tipo de cosas. Creamos un universo sin mucho sentido, pero que sí denota las incomodidades de una pesadilla. Intentamos pensar situaciones raras, incómodas, y volverlas antiguas. También quisimos sacarnos de nosotros mismos, interpretar personajes y correr aún más la lectura. Esa fue la premisa que pensamos con Teo y Chiara. Le dimos lugar también a la aparición del Flaco [la cabeza gigante], a Nico Mir [la silueta con el sitar], a Chester [el perro que suele hacer cameos en sus videos] y a Aziz [inserto de manera misteriosa]. Creamos un mundo onírico pesadillesco. Además, el chiste de que estamos en cajas y el estribillo dice “tan cómodo y holgado”… Hay referencias directas a la letra, pero son sutiles.
¿Por qué los puntos de la portada?
Me parecieron un buen recurso para construir un pensamiento propio. Por más que haya un significado dado, una verdad, igual tenés que hacer el trabajo de hilar, de unir los cabos. Siento que es ese un problema de época: tener la información dada y asumirla como verdadera y real.
¿Creés que la gente no une los cabos?
Muchas veces no. No quiero decir la gente en general, porque yo también me incluyo en eso y muchas veces yo tampoco uno los cabos. Es un ejercicio que me planteo a mí misma todo el tiempo, esa lucha contra la domesticación del pensamiento. “Imaginación” habla un poco de esa cuestión, de estar yo misma desconectada de mi propia imaginación. Es muy fácil caer en la trampa.
Dan ganas de imprimirla y dibujarla…
Bueno, al principio Mundo moderno me parecían dos palabras gráficamente muy fuertes, con su peso, que tenían que estar incluidas. Pero después me di cuenta de que no era necesario, que la austeridad y la falta de información también dicen un montón de cosas. Las palabras están, pero las tenés que armar. Su impacto tiene que ver con otra cosa, con algo visual que no te atrapa inmediatamente. Fue arriesgado. Me dije que en vinilo se iba a ver muy bien, ya veremos cuando tenga la plata para hacerlo.
En el 2019, cuando te preguntamos acerca de las aspiraciones que la banda, como grupo indie platense, tenía para el futuro, contestaste: “Me encantaría poder pagar el alquiler tocando en vivo y grabando canciones. También tocar para más gente en lugares con mejor sonido y sin tener que estar yo armando todo”. ¿Cuáles de esas aspiraciones se cumplieron y cuáles no? ¿Es más difícil ahora que antes?
A grandes rasgos, ninguna. Sí es verdad que de vez en cuando tenemos acceso a mejor sonido, lo voy a reconocer. Más fácil o más difícil, hay un montón de factores que influyen. No son las mismas condiciones que teníamos profesionalmente en 2019, que también veníamos de una crisis, o sea, los centros culturales estaban en un momento complicado, era difícil apostar al asunto. Y nosotros éramos unos niños, también. Es razonable. Ahora estamos en un momento de emergencia, pero trato de no comerme la cabeza tampoco. Ya bastante que más o menos elijo lo que quiero hacer. Estamos en un contexto de mierda y por suerte tengo casa, no sé, no me voy a poner en ambiciosa. Tener mejor sonido me pone muy feliz. Poder escucharme mientras toco, que se escuche bien, es lindo. Pero todo eso seguirá siendo una aspiración, obviamente. Siempre. Vivir.
Mora y los Metegoles se presenta el jueves 19 de diciembre a las 20 h en CC Konex (Sarmiento 3131, CABA). Entradas disponibles a través de la web de Konex, con 20% de descuento para socios de la Comunidad Indie Hoy.
Escuchá a Mundo moderno de Mora y los Metegoles en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).