La Plata: cuna de leyendas inconmensurables y espíritus extraviados. Ciudad universitaria, habitada por soñadores empedernidos. Una urbe de diagonales y calles intrincadas, donde convergen estéticas sónicas del pasado, presente y futuro. Punto siempre luminoso en el radar musical del país.
Un primer disco marca un antes y un después, no solo en la carrera de un artista, sino también en la vida de quienes participan en él. Es la concreción de búsquedas internas, arrebatos exploratorios, ejercicios conscientes, influencias asimiladas y procesos colectivos.
En Indie Hoy, elegimos cinco discos platenses, cinco historias, que forman parte de un vasto circuito cuyos latidos resuenan cada vez más fuerte.
Raybet – Cómo me gustaría que conozcas el sur
Independiente
Santiago Raybet tenía 5 años cuando escuchó por primera vez Aqui, ali, em cualquer lugar, conocido en Argentina como Bossa ’n’ Beatles, el disco tributo que la legendaria Rita Lee le dedicó a los Fab Four de Liverpool. Inmediatamente desarrolló una fascinación con el formato álbum y la posibilidad de que un concepto pudiera enhebrarse entre canciones. Por esa misma época, su papá (un melómano ejemplar) le mostró el video de “Who Made Who“, de AC/DC. Entonces lo supo: haría música por el resto de su vida. Incluso una voz interna perfiló proféticamente la misión: algún día vas a sacar un disco.
El sueño infantil se terminó de concretar a sus 23 años con Cómo me gustaría que conozcas el sur, una cartografía sonora de visiones internas y de búsqueda de significados en torno a un territorio específico: Comodoro Rivadavia, su ciudad natal. “Por más que hice el disco mayormente en La Plata, siento que es un disco comodorense. No importa que esté en otro lugar, estoy todo el tiempo pensando en casa”, cuenta en conversación con Indie Hoy Santiago, quien se mudó a la ciudad de las diagonales ni bien egresó del secundario.
La voz sobria y casi quebradiza de Raybet funciona como una guía turística de sus propias experiencias vitales. Señala los alcances imponderables del desarraigo, el umbral desconocido de la madurez y la presencia constante de los elementos naturales que inmortalizan a un paisaje.
El disco comenzó a gestarse en pandemia con la colaboración inicial de Fermín Ugarte, quien luego de impulsar el proceso de composición de las canciones (además de las siete que ya tenía, le pidió a Raybet escribir unas 20 más y que después eligiera las diez mejores) tuvo que abocarse a la producción de Post Mortem, el primer disco de Dillom. La producción quedó a cargo de Martín Ruiz e Iñake Herran, dos músicos y amigos cercanos. “Como Martín se estaba por mudar a España, nos impusimos un deadline y pudimos terminar el disco en 5 meses”, cuenta Santiago.
Más allá de estos cambios durante el proceso, la consigna siempre fue la misma: encarar la producción con libertad, con dosis iguales de juego y de capricho, sin ceñirse a un patrón específico. “Mis discos favoritos son los que se permiten hacer eso, como Plastic Beach de Gorillaz o Sgt. Pepper’s de los Beatles”.
Con la colaboración de Renata di Croce, Gaby Caniza y el mismo Fermín, los géneros y estados de ánimo de Como me gustaría… se suceden de forma imprevisible, con minuciosidad, sin que el relato pierda fuerza ni coherencia. El pop rock confesional de “Ya salió el sol” y “Temporal“, el dub taciturno de “La velocidad“, el house bailable de “Mercurio” y las coordenadas electrónicas de “Siéntelo” refuerzan esta hipótesis que se despide con “Comodoro“, el track final del disco. Entre órganos deslumbrantes, Raybet termina de formalizar la invitación a una geografía intrínseca y entrañable que puede sentirse acá en La Plata, allá en Comodoro y, por qué no, en todas partes.
Escuchá Cómo me gustaría que conozcas el sur en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).
Sucia y Seca – Aro
Independiente
Las compuertas se abren, capas vaporosas e industriales se esparcen en el aire, líneas de guitarras trazan una geometría efímera. La voz de Julia Barreña brota de la nebulosa, primero delicada e indefensa, luego severa y uniforme, luego afectada y fugaz. Por unos segundos, incluso, repta procesada tras una cortina maquinal. En un punto la narración parece alcanzar su núcleo: la fuerza del viento conduce al abismo, los deseos se desvelan en un espacio suspendido.
Esta es la catarsis sin final aparente de “Copla punk“, un cuento de buenas noches techno y dark que sirve de canción inaugural para Aro, el primer disco de larga duración de la incursión solista de Barreña bajo los calificativos provocativos de Sucia y Seca. Si Derrama -su EP del año 2020 tras dejar la banda Isla Mujeres– se sintió como un viraje estético, una fuerza de choque performática (profundizado por su participación en proyectos experimentales y sensibles como Piscis Viscius y Señoras Bien), en Aro asienta y expande su paleta amorfa de pop electrónico disruptivo.
En estas nueve canciones, más que un instrumento, la voz de Barreña es un catalizador maleable de vaivenes anímicos y fuerzas extrañas. Es como si poseyera los registros vocales de todas sus edades y todas sus emociones, como si fueran personajes insospechados que bullen internamente. En un momento puede adoptar un papel desfachatado (“Hoy dibujé“), al siguiente exponer una vulnerabilidad infantil (en la adorable “Mamá me llamó hoy“) y luego sumirse en una provocación alocada (“Cumple menos“).
“Así funciona un poco mi cabeza en la vida -cuenta Barreña en conversación con Indie Hoy-. Mis amigos, mi novio, siempre me dicen que hablo de una manera impredecible”. Son inflexiones tonales determinadas por la energía del momento, que se dan sin temor al absurdo y que responden a sus “búsquedas locas, deformes, frikis”.
Fraxu, músicx y performer mutante, produjo el disco. Tomó los esqueletos compositivos de Barreña y los robusteció de capas atmosféricas, brillos minimales y frecuencias sónicas. Un cúmulo de efectos y detalles que potenciaron la fuga de la realidad, la sensación hipnagógica de ciertos pasajes.
Hay aproximaciones al formato canción con “Tecno frágil“, publicado antes como adelanto. En su videoclip, Julia semeja una terrorista tempo-espacial con máscara de esquí que se entrena a la par de una melodía retro corrosiva. A su vez, los dos últimos tracks invocan las luces estroboscópicas de una pista de baile. Con anáforas y repeticiones aceleradas, “Mi cubil” logra encontrar su trance. En “Demonio inquieto“, una fuerza monstruosa siempre está a punto de desatarse sobre una base futurista y agresiva.
Todo el tiempo, Barreña despliega recursos poéticos para generar imágenes excéntricas de un sentimentalismo desenfrenado. Un spoken word cargado de hipérboles, metáforas y paradojas. “Sé que te quema la escena, sé que te quema la escena/ Cuando soy actor/ Cuando soy actor en ella”, acentúa entre rayos de estática y platillos latentes en “Martín“.
La reversión de “Sus trajes a la vista” -previamente incluida en Derrama-, más cálida y despojada, renueva los efectos y las revelaciones de un encuentro casual. “La gente se esconde en las fiestas/ Debajo de sus trajes/ Y el sudor devuelve/ Lo que siempre estuvo a la vista”, entona Barreña en una suerte de aforismo nocturno, tratando de cristalizar los claroscuros simbólicos de su deriva.
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Cikes – Sala de espera
Nuevos Vientos
“¿Ese que pasó no era Stephen King?”. Marcos Cikes no reacciona al escuchar esto, no aparta la vista de una vidriera de Microsoft. Detrás suyo, su prima transforma la pregunta en una sospecha más firme: “Creo que ese era Stephen King”. Cikes gira y se enfrenta a la agitada Quinta Avenida de Nueva York. Le señalan a un encapuchado de campera azul, mezclado entre la multitud. En un rapto impulsivo, lo alcanza en la esquina, se para junto a él y se inmiscuye en su campo visual: “¡Stephen!”.
Tras intercambiar unas palabras, el escritor le extiende una mano, amistoso. Meses después de estrecharla, acontece la zona muerta del confinamiento mundial y la necesidad de Cikes de reafirmar más que nunca su vínculo con el género de terror. Lee novelas y revisita las películas de alto y bajo presupuesto que sus padres -quizás irresponsablemente- le alquilaban de Videomanía y Blockbuster cuando era niño. “Todo se dio perfecto para construir el universo del disco”, afirma Marcos en conversación con Indie Hoy.
Sala de espera, el primer álbum de la incursión solista del guitarrista de Mora y Los Metegoles, está atravesado por los visionados de sagas como Pesadilla en Elm Street y, sobre todo, por el descubrimiento trascendental de Twin Peaks, la serie de culto de David Lynch. “La influencia de Lynch fue primordial, más que nada en la parte estética”, asegura Marcos. Estos consumos culturales montaron la escenografía onírica de eventos personales, de las secuelas incomprensibles del desamor, las ausencias, la incertidumbre existencial y de un proceso de maduración de pronto claustrofóbico.
Cikes define la sala de espera como “un espacio de transición incierta, donde no sabés hacia dónde vas a ir pero sabés que vas a salir diferente, o que vas a caer en otro lugar”. Un black lodge personal de -como figura en la fotografía de la portada del álbum tomada por Valentina Saavedra- paredes color madera, un suelo alfombrado, un televisor antiguo y sillas vacías.
El lugar también podría representarse como el iconográfico cuarto de motel al lado de una carretera desolada. Un paréntesis sellado de dimensiones estrechas, donde el personaje de Cikes parece un señor gigante atribulado por los recuerdos, por ese fantasma escurridizo del pasado que proyecta siluetas tenebrosas en todas las canciones.
“Me obsesioné con una década que no viví, como que tuve nostalgia de una época en la que no estuve”, revela Marcos. En ese caso acentuado de anemoia, recupera elementos del pop rock de los ochenta. Y para ello se sirvió de un dream team de producción compuesto por Nicolás Carlino -ex Un Planeta y su mano derecha en la realización-, Juan Baro Latrubesse –cantautor solista también conocido por integrar Peces Raros– en sintetizadores, María Auge -integrante de Rara y colaboradora de Juan Baro- en bajos y Ramiro Sagasti de Perez en la producción de voces y letras.
Un gran ejemplo es “Tu juego“, donde utiliza los teclados luminosos y el beat acelerado que The Weeknd pidió prestado a “Young Turks” de Rod Stewart y “Take On Me” de A-ha para “Blinding Lights“. Aún en los límites estéticos que establece, Cikes encuentra un territorio oscuro y titilante donde experimentar, una zona de nuevas ideas compositivas para manifestar los estragos de la separación como una experiencia terrorífica: las idas y vueltas de un Freddy Krueger atrapado en su propia pesadilla sentimental.
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Emiliano Augusto – Todo ahora
Independiente
Es una hora imprecisa de la madrugada cuando Emiliano Augusto no logra dar con el título del que será su primer disco. Tiene ante él una hoja llena de juegos de palabras insatisfactorios. Tacha y vuelve a escribir. Se le ocurre poner “Tickets” o “Argot”, nombres de dos de las canciones, pero no lo terminan de convencer. Una amiga íntima se acerca, ve su frustración e intenta calmarlo. Llegado un punto lanza: “vos también querés todo ahora”.
Las palabras resuenan en la mente de Emiliano y, a los días, se fijan definitivamente. Todo ahora: una demanda interna que concentra la historia y el contexto de producción del álbum, el desafío y compromiso colectivo que implica el registro creativo en una época de zapping existencial, tiempos atomizados y algoritmos arbitrarios.
Todo ahora es un manifiesto proletario-artístico en sí mismo. El cospel vandalizado de la portada representa la pulsión de lo urgente, la marca de la resistencia, el afán por sortear los avatares y contratiempos cotidianos (como la falta de presupuesto o el trabajo con herramientas limitadas y dispositivos al borde de la vida útil). Es la apuesta de todo lo que haya en juego para que algo salga a un mundo disincrónico, de gente que se apresura a ir de un presente a otro. Esa ficha metalizada es una última (o primera) oportunidad.
Emiliano Augusto es más que un nombre propio. Entre los secuaces de su misión irreverente —por mencionar algunos— se encuentran Lucas Soldavila -integrante de Solda y Firpolar-, Santiago Monroy -de Irma Vep y la banda de Ramiro Sagasti– y Martín Britos -integrante de la banda de Erich Larsson-.
“Es como si Charly García chapara con Adrian Dárgelos”. Con esa imagen extraña y desconcertante —además de imposible, si nos ceñimos a la declaración desvergonzada (“odiamos a Charly García”) que unos precoces e inquietos Babasónicos hicieron sobre el bigotudo bicolor tras el lanzamiento de Pasto, su debut del 92— alguien cercano a Emiliano se animó a sintetizar las ocho canciones. Las potencias no se reconcilian, pero sí se turnan para colarse en varios temas (óigase “Accidente“, “Argot” o “Están golpeando los tambores“).
Pero el disco es más que esta fórmula. Emiliano y cía. disponen un arsenal de texturas, construcciones melódicas, patrones rítmicos y guitarras radicales. La idiosincrasia épica y orgánica del rock envuelta en una tabla periódica de elementos electrónicos. El mayor exponente de esto podría ser el laboratorio sonoro que es “Tickets“.
“No era lo que esperabas/ El mundo no se arregla/ Con un estribillo”, entona Emiliano en la inaugural “Express“, en una clave derrotista que sugiere que incluso soñar con una utopía semejante es un despropósito. Todo ahora está “empapado de contexto”. La crisis económica es uno de los escenarios principales y el imaginario político se expone con líricas contestatarias, con metáforas incisivas.
“Deambulo por/ Tu inmaculada calle en libertad/ Y no hay ofertas para nadie”, observa en “Accidente“. La batería marcada, los pulsos metálicos y la distorsión de la guitarra de “Película“, último track, enfatizan la retórica y nos sitúan en el centro de la trama: “Aquí las cosas no andan bien/ Aquí las cosas no andan/ Aquí las cosas no andan bien”.
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Nave – La misma confusión
Ojo Emergente
Para Gastón Paganini, hubo un punto de la pandemia en el que parecía que todo el mundo tenía algo para enseñar. La sobreinformación del aluvión de talleres, charlas, cursos y transmisiones en vivo lindaba con la desinformación general, con el desasosiego sin precedentes producto del enemigo invisible que había paralizado al planeta.
Experimentó algo similar la noche del intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner, cuando un testigo lo relató así en un noticiero: “no sabíamos lo que estaba pasando, todo fue una confusión”. A partir de ese episodio, Gastón incluso empezó a ver la palabra “confusión” en todas partes, especialmente en los medios.
De ese limbo post pandémico, de ese clima desconcertante de época, surgió el título La misma confusión del primer LP de Nave, proyecto que integra junto a Santiago Coria, Luciano Caselli, Matías Patinho y Tomás Selva.
El grupo se consolidó gracias a las presentaciones en vivo de Nave (2016), el álbum solista, cosmopolita y experimental de Paganini, una mixtura de jazz, post rock y krautrock. Tras ello, publicaron “Bit” (2018), “Test” (2019) y “Drei” (2021), una trilogía de singles en los que los componentes electrónicos cobraron cada vez más preponderancia.
“La misma confusión se compuso de manera muy colectiva, prácticamente desde cero, sin demos ni nada”, admite la banda en conversación con Indie Hoy. El desafío fue el siguiente: que de cada encuentro semanal en el estudio quedase algo registrado.
“Todos los martes se tenía que adelantar algo -cuentan-. Por más que fuese una cagada teníamos que dejar algo grabado, algún avance, una nueva idea o lo que fuera del tema que estuviésemos armando”. Con intervenciones espontáneas, acordes y arreglos del momento, pruebas y múltiples referencias, edificaron seis canciones que oscilan entre el pop alternativo y el trip hop.
En su comunicado oficial de prensa mencionan que las principales influencias fueron Beck (especialmente el collage lúdico de Odelay), Portishead, Blur y David Bowie. Pero el abanico es mucho más amplio. El tramo final de “Fuera de juego” podría acomodarse con facilidad en Siempre es hoy de Gustavo Cerati. La melódica de “Rota” remite a “Clint Eastwood” de Gorillaz, otro de los cien rostros de Damon Albarn. La corta agresión de la guitarra en “Bronson“, segundos antes del segmento en español, bien podría pertenecer a alguna de las distorsiones hipnóticas de Robert Fripp.
Para Gastón, esas resonancias no son casuales. “Son bandas masivas que ya tenemos incorporadas, están en el inconsciente colectivo -cuenta-. En el grupo hay mucha música tocada y escuchada. Y no lo digo desde la soberbia sino que somos chabones grandes, venimos de tocar mucho, en un montón de proyectos. Excepto Tomás, todos pasamos los 40”. La percepción del paso del tiempo es también discursiva, con letras que transmiten imágenes evocativas, a veces inconexas entre sí, y otras, aparentemente abstractas.
“Le escapamos bastante a todo lo que sea demasiado explícito o lineal. Nos gusta ser más sutiles y que, obviamente, la canción funcione por sí misma, tanto para quien la capta como para quien no”, concluye Gastón, justificando esas pistas que están tan expuestas como encriptadas. Esto ocurre, por ejemplo, en “5.11.55“, donde los recuerdos y las alusiones son narrados en francés. La experimentación sonora de Nave desde el happy-sad de la melancolía.
Escuchá La misma confusión en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).