Con 15 años de trayectoria, el sello británico conocido hasta hace unos días como Young Turks ha sido hogar de reconocidos artistas como The xx, FKA twigs y Kamasi Washington. El pasado martes 6 de abril, su fundador Caius Pawson emitió un comunicado en el que anunciaba un repentino cambio de nombre para la firma. El motivo de la decisión está muy lejos de ser una estrategia de marketing y tiene su fundamento en la conexión con un atroz crimen de lesa humanidad que se remonta hace más de un siglo.
La elección inicial de bautizar como Young Turks a la compañía independiente estuvo inspirada en la canción homónima que publicó Rod Stewart en 1981, un hit que ha trascendido generaciones. Según alega Pawson, en su imaginación el título evocaba la “solidaridad de la juventud” y resumía lo que aquellos fanáticos de la música que comenzaron con el sello en 2005 eran: “adolescentes queriendo y esperando hacer algo, cualquier cosa”.
Pero lejos de las idealizaciones románticas, “Jóvenes Turcos” fue el nombre con el que se conoció al Comité Unión y Progreso, el movimiento nacionalista responsable de planificar sistemáticamente el exterminio del pueblo armenio que se llevó adelante de manera organizada entre 1915 y 1923. Además de las más de un millón y medio de víctimas de la masacre, miles de armenios fueron torturados, deportados y obligados a abandonar sus hogares en los pueblos que hasta hoy en día han quedado en territorio turco. De los descendientes de los sobrevivientes de este genocidio, solo una pequeña parte habita hoy en la Armenia actual: en su mayoría se han establecido en diversos países del mundo como Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Canadá, Siria, Francia, Australia, entre muchos otros, conformando lo que se conoce como la “diáspora armenia”.
Hay motivos para pensar que, más allá de sus comienzos en una época donde no todo era googleable, durante estos 15 años el sello tuvo oportunidad de indagar sobre el significado de aquel nombre elegido originalmente. De hecho, durante un tiempo el logo de Young Turks se trató de una calavera con un “fez”, el típico sombrero musulmán que utilizaban los Jóvenes Turcos. En el comunicado, la compañía admite que “en retrospectiva debería haber escuchado con más atención a otras voces y actuado con mayor rapidez. Siempre hemos tratado de lograr un cambio positivo y sabiendo lo que hacemos ahora, es correcto que cambiemos nuestro nombre”.
A partir de ahora, la empresa pasará a llamarse solamente Young, como se puede ver en su sitio web y en redes sociales. Además de esto, su fundador garantizó que realizará una donación en memoria de los mártires y sobrevivientes de la masacre al Armenian Institute de Londres, una organización benéfica de la diáspora asentada en el país británico. No es casual que este anuncio se haya dado a conocer en abril: el 24 de este mes se conmemora el 106° aniversario de este crimen de lesa humanidad, que ha sido reconocido por numerosos países pero no aún por el Estado turco, que hasta el día de hoy mantiene una política negacionista de los hechos.
Más allá de la lucha histórica por el reconocimiento y la reparación del Genocidio Armenio, los reclamos de este pueblo del continente asiático adquirieron recientemente una actualidad sin precedentes tras la ofensiva bélica que lanzó Azerbaiyán con el apoyo explícito de Turquía contra la población armenia de Artsaj en septiembre del año pasado. A raíz de esto, la banda System of a Down decidió publicar sus primeras canciones en 15 años para recaudar fondos y enviar ayuda humanitaria al país. Otros músicos reconocidos de ascendencia armenia como Deradoorian y Sebu Simonian de Capital Cities también se hicieron eco de la guerra que duró unos 45 días y dejó miles de muertos, heridos y desplazados.
Las adhesiones de las figuras que deciden sumar su apoyo a la causa han sido siempre bienvenidas y agradecidas por la comunidad armenia internacional: podemos recordar el caso de Chris Cornell, quien poco antes de su fallecimiento compuso la canción “The Promise” para la película homónima sobre el Genocidio Armenio, o la reciente iniciativa de Zola Jesus, quien versionó una canción folklórica armenia para visibilizar lo sucedido en Artsaj. Sin dudas, el gesto del sello del Reino Unido no será pasado por alto tampoco.
El de Young no es el primer caso en el que una compañía de la industria musical se hace cargo de los reclamos de las minorías. El año pasado, el sello británico antes conocido como One Little Indian (del que forman parte Björk, Olga Bell y Cody Chesnutt, entre otros artistas) anunció que pasaría a llamarse One Little Independent Records, ya que el nombre anterior resultaba ofensivo para la cultura de los pueblos indígenas. Su fundador, Derek Birkett, también se comprometió a realizar donaciones a organizaciones como la Honouring Indigenous Peoples Charitable Corporation y The Association on American Indian Affairs.
Lo mismo sucedió con la firma de música electrónica Whities -que de hecho era inicialmente una división de Young-, que cambió su nombre a AD93 por la connotación racista que podía inferir. En esta línea también podemos incluir la decisión de los premios Grammy de modificar el nombre de la categoría “Urbano contemporáneo” a “R&B progresivo”. Los ejemplos alcanzan a su vez a los artistas: la DJ estadounidense The Black Madonna se rebautizó como The Blessed Madonna tras una petición en redes sociales que denunciaba la apropiación cultural detrás del seudónimo.
¿Estamos ante una verdadera toma de consciencia o una obligada corrección política? Sea cual sea la intención detrás de cada caso, decisiones de este tipo contribuyen a la visibilización de las luchas históricas por los Derechos Humanos que no siempre alcanzan la agenda mediática y significan un paso más para la construcción de un ecosistema cultural donde la igualdad y el respeto por la diversidad prevalezcan.