En el documental Seguir siendo (2010), que celebra los 20 años de la banda, Gustavo Santaolalla se refiere a ellos como una de las mejores bandas del mundo y otros expertos en la materia la ubican al mismo nivel que U2, The Rolling Stones, Radiohead o The Beatles.
La presentación de Jei Beibi (2017), octavo álbum de estudio de Cafeta, en el Gran Rex, no dejó dudas respecto a la apreciación del productor y músico argentino. El show, perfecto, sin fisuras ni altibajos, heterogéneo y balanceado, a cargo de cuatro talentosos artistas llenos de recursos que devoran el escenario, y con la profesionalidad de eludir el paso del tiempo, para seguir siendo referentes a la hora de pensar la música latinoamericana del último cuarto de siglo. Como una periodista alguna vez dijo sobre ellos: Estados Unidos tiene a los Red Hot Chilli Peppers, Inglaterra a Radiohead y México a Café Tacvba.
La ocasión también vino a saldar la deuda: El objeto antes llamado disco (2014) no tuvo su respectiva presentación en Argentina, y el show que brindaron hace unos meses en el C.C. Konex, no tuvo un marco específico: fue más bien una exhibición de éxitos y clásicos.
Pasadas las 21.30, la intro de “Futuro” empezó a sonar al son de varias parrillas de led ubicadas en el fondo del escenario. Mientras los músicos se acomodaban en sus respectivos puestos, las formas lumínicas y los colores parecían jugar con nuestra imaginación. El ritual estaba comenzando, y por casi dos horas nos mantendrían a todos en un trance hipnótico. La intensidad del beat se sentía en el pecho y la ansiedad, se tradujo en palmas. Una luz general descubrió a los cuatro tacubos personificados como en el vídeo: Joselo de cura, Rubén representando una especie de Muerte, Quique como un doble del “Tío Cosa Adams” – pero multicolor- y Emanuel vestido como con bolsas de basura negras (acaso el “personaje” más incomprensible de los cuatro).
El Rangel bajista se ubicó en el centro del escenario para abrir el concierto, antes de explotar en una especie de carnavalito electrónico y psicodélico. De éste modo, las cartas quedaron sobre la mesa y en la elección de ese comienzo, develaron el juego. “Futuro”, tan primitiva como sofisticada, habla curiosamente de valorar el presente como una versión contemporánea del famoso lema carpe diem, porque a fin de cuentas no tenemos más que el hoy. Borrar los límites del tiempo, jugar con las variables, les permitió a los mexicanos tener una visión íntegra de un recorrido que casi lleva 30 años. “Futuro”, además, condensa musicalmente una tradición folclórica mexicana con una base electrónica, y ese entrecruzamiento de raíces y tecnología, delimita la versión actual de una banda que no deja de reinventarse, que sigue mirando para adelante, reconciliándose una y otra vez con su identidad y haciendo de sus orígenes la bandera de su libertad.
La segunda canción, también de Jei Beibi (pero sin los disfraces), empezó inmediatamente sin mediar palabras con el público, y por la recepción, uno podía advertir que a las nuevas producciones les faltaba un poco de tiempo para madurar en una audiencia ansiosa de hits y deseosa, desde el primer momento, de escuchar ese pseudo himno, llamado “El baile y el salón”, que comienza con un “paparu papa ueo eo”, coro que se repitió con insistencia durante toda la velada.
El conjunto, ni lento ni indiferente, dijo que estaba muy contento de estar de nuevo en Buenos Aires y que además de presentar su nuevo material, iba a tocar los clásicos que todos querían escuchar. Euforia general. La lista de temas tuvo, en consecuencia, diferencias significativas respecto a la que presentaron en su último concierto. Fiel a ese sincretismo cultural del que hablábamos antes, integraron añejas con actuales. Incluyeron joyitas que los seguidores acérrimos hacía mucho que no escuchábamos como “Eo“, “53100” (de Cuatro Caminos y Sino respectivamente) sin dejar los indiscutidos: “La chica banda“, “Déjate caer” y el clásico inoxidable de Leo Dan “Cómo te extraño mi amor”.
El público, predominantemente sentado, se incorporaba cada vez que un tema impedía la permanencia en la comodidad del asiento, y empezaba a disfrutar del show bailando, o al menos moviéndose discretamente, entre los espacios reducidos entre las filas. Así subíamos y bajábamos, cada dos o tres temas. La banda propone una dinámica tan ecléctica, que bien se la puede disfrutar desde una butaca (por ejemplo cuando sonó la maravillosa “Volcán” -con los cuatro juntos en el medio y en el borde del escenario, con Rubén enfundado en un delicado kimono negro- única junto a “Pájaros” de El objeto antes llamado disco) o saltando al ritmo de la explosiva “El fin de la infancia“, esa canción que sugiere valorar nuestra tradición latinoamericana y dejar de pensar que Estados Unidos es la vanguardia.
El show atravesó todo tipo de climas y con 27 años en los escenarios, se percibe que Café Tacvba es una maquinaria aceitada que tiene muy claro cuándo y cómo debe latir. Incluso el baterista, Luis Ledesma, que no pertenece a la formación original, pero que los acompaña hace más de una década, casi como un tacvbo más, ya parece parte de esa cofradía tan cálida y al mismo tiempo tan hermética, donde una mirada imperceptible es una señal definitiva que prescinde de las palabras. En el primer encore, las luces se bajaron casi hasta la oscuridad, Meme se acomodó al piano instalado en el centro y nos regaló una versión emocionante de “El mundo en que nací”, mientras una luz en degradé lo matizaba de azules. Un par de minutos después, los cuatro provocan risas cuando llevan a cabo la simpática coreografía que interpretan al final de “Déjate caer”, el cover de Los Tres. “Volver a comenzar” nos regala una de las mejores imágenes: los cuatro tocando instrumentos de cuerda y saltando a la vez que el público corea la parte instrumental -detalle argentino por excelencia, que siempre sabe sacarle una sonrisa y genera un vínculo especial con las bandas foráneas.
El grupo se destaca –entre otras cosas- por su energía magnética y contagiosa, pero la vitalidad de Rubén Albarrán es algo incomparable. Su actitud frente al público (¿frente a la vida?) lo rejuvenece, como si hubiera un abismo generacional con sus pares. Si la banda es una de las mejores del planeta, debemos considerar que el vocalista es uno de los intérpretes más geniales de la historia de la música. Se entrega al público de mil maneras, baila, corre por el escenario y por los pasillos del Teatro, mira a la gente a los ojos y sonríe con una felicidad natural, despojada de cualquier pose, hipnotiza. No deja de moverse, ni de saltar; elabora un personaje en cada tema que bien puede ser cómico, como el “Chafirete” (chofer) de “Chilanga banda”, o trágico como en la épica “Matando”, del último trabajo. A diferencia de lo que uno esperaría de un frontman y todos sus clisés (problemas de drogas, rebeldes, controversiales, dueños de arrebatos inclasificables, múltiples escándalos mediáticos), Albarrán derriba los preconceptos y se erige casi como un guía espiritual, un chamán musical ancestral, acaso un puente para que nosotros podamos despertar de nuestra vida y focalizar en otra, más pura, más distante de los aparatos celulares y divorciada del consumo.
Como en cada presentación, tiene su momento de charla TEDx donde difunde “ideas dignas de difundir” (si buscan en la web, hay una muy buena que brinda en el Distrito Federal). Sus palabras brotan con la serenidad de un budista, pero con una preocupación digna de guionista de Black Mirror. Su punto de vista trasluce a un ser humano excepcional, al que se lo nota cómodo en su propia piel, angustiado por la destrucción del medio ambiente, el fin de las relaciones humanas, el avance de las corporaciones, el maltrato animal, la discriminación a las minorías sexuales, la indiferencia a los pueblos originarios, la corrupción política y la caducidad de un mundo ausente de conciencia ecológica. No importa si genera o no un cambio, Rubén es un firme defensor de sus ideales, y los shows le dan el espacio para su prédica. Cuando logró volcar todo lo que tenía, empezó a sonar “1-2-3”, la primera canción de Jei Beibi y luego de toda esa carga social que había instalado en forma de poesía, entendí que esa canción de música alegre y melodías retro, habla sobre los 43 estudiantes desaparecidos en México. La escuché muchas veces antes y no lo había percibido. Entonces empecé a ver. Las palabras de Albarrán me llevaron a otra comprensión que solo, en mi casa, o en la calle, no había percibido. La canción termina con la frase “El amor siempre ganará”… ¿Será una pista?
Finalmente, el público tuvo su esperada recompensa cuando la banda volvió a salir por tercera, y última, vez y Meme empezó el coro de “El baile y el salón”, entonces la música nos abrazó por completo. En ese instante, el indicio que me había quedado rebotando se confirmó, cuando ese verso que dice “el amor es bailar” me generó una revelación. Eso era.
En éste mundo tan caótico, Café Tacvba es una banda que, como alguna vez hizo Don Juan con el joven Castaneda, nos ajusta las percepciones para entender la realidad, y volvernos más liviana la carga existencial. Recordemos que “la última mudanza debe ser la más ligera”. Dárgelos decía en Infame (2003) que la música no tiene un mensaje para dar pero que sin embargo te lo da; los oriundos de Ciudad Satélite no te dan un mensaje, redoblan la apuesta y nos dicen: “vos sos el mensaje” y asumirlo conlleva una responsabilidad hermosa: poder cambiar el mundo. Ahora, ¿seremos capaces de bailar por nuestra cuenta?