A menos de una semana para la sexta edición del Lollapalooza, el pronóstico anunciaba lluvias. En las redes sociales revivía el fantasma de la cancelación que dejó a la edición 2018 sin su tercera jornada, pero este año la brujería virtual funcionó. “Un poquito de sol en la cara nunca viene mal”, se consolaba en voz alta Cruz Hunkeler, cantante y guitarrista de 1915, minutos después de que los cordobeses de Telescopios inauguraran el escenario principal del predio de San Isidro. Los oriundos de zona norte debutaron en el festival de la mano de su segundo disco Bandera, y aprovecharon su espacio en la grilla para anunciar la presentación del álbum en Niceto Club el próximo 10 de mayo.
Poco le importó el horario a la hinchada de Valentín Oliva, que a las 13:30 h ya copaba el césped para recibir al freestyler, mejor conocido como Wos. El campeón internacional de la Batalla de Gallos de Red Bull fue el primero en decir presente en nombre de la música urbana, la gran protagonista del festival, y clavó unas cuantas rimas picantes para combatir la inclemencia del sol. “No paramos de subir, ya parecemos el dólar”, rapeó en un mano a mano con el tucumano Acru, tras presentar tema nuevo.
El jazz también desembarcó en el Lolla, con Escalandrum como exponentes locales. Quién mejor que Pipi Piazzolla y los suyos para tender puentes entre generaciones, aun cuando la mayoría del público sub-25 se encontrara vibrando con Dak1llah en el Perry’s Stage. “¡Dale, Pipi! ¡Monumental!”, se escuchó gritar a alguien, mientras los más puristas aplaudían atentos cada solo.
Si los Parcels fueran tan populares como Greta Van Fleet, cosa que merecen, quizás cosecharían la misma cantidad de haters. Pero por ahora solo hay devoción para los australianos, que con su primer álbum bajo el brazo, fueron la perla escondida de la primera jornada. Dueños de una frescura digna de los Fab Four, el quinteto con base en Berlín supo imponer su amalgama de géneros, tan deudora del funk de los 70 como del yatch rock, Daft Punk y las armonías vocales de los Bee Gees. Además, lucen igual de vintage que en los videos. “¡Harrison!” le gritó una morocha al guitarrista Jules Crommelin, y sí: alguien tenía que decirlo.
Promediando la tarde, la superposición horaria de dos actos tan diversos como prometedores hizo que más de uno se lamentara por tener que elegir. Así las cosas, mientras Kamasi Washington le hacía frente a algunos inconvenientes de sonido en el Main Stage 1, en la otra punta del predio un aguerrido Álex Anwandter les dedicaba “Cordillera” a los presidentes Piñera y Macri. “Yo también te amo”, le respondió el príncipe del pop político chileno a un fan que no pudo contener su admiración, para luego despacharse con “Siempre es viernes en mi corazón”. Kamasi, por su parte, prometió volver, y su cierre con la épica “Fists of Fury” dejó en claro por qué lo llaman el mesías del jazz contemporáneo.
Aparte de ser la primera parada de su gira mundial, la presentación de Rosalía era una de las más esperadas de esta edición. De eso dio cuenta no solo la multitud presente en el escenario alternativo, sino el ejercicio de concentración que les tocó hacer a los del fondo, para destacar la voz de la catalana por sobre el rugir fervoroso de sus fans. Tampoco ayudaba que Bring Me The Horizon estuvieran presentando su emo distorsionado a la misma hora en el Main Stage. De la mano de El Guincho (productor de su último álbum), y secundada por su troupe de bailarinas, esta suerte de Björk flamenca desplegó en 60 minutos toda la artillería pop que pudo. Y lo hizo con dembow incluido, ya que sobre el final sonó “Con altura”, su último single en colaboración con J Balvin.
“Por el trap argentino, porque estamos rompiendo barreras”, dedicaba minutos después Khea en el Perry’s Stage, mientras la multitud centennial prendía las luces de sus celulares. Acto seguido, el creador de “Loca” invitó al Duki a acompañarlo sobre el escenario para interpretar el hitazo y celebrar su hermandad.
Si bien Interpol era otra de las propuestas apuntadas al público post-30, los neoyorquinos lograron conquistar a la generación del glitter y los pañuelos verdes con su post-punk intimista, demostrando que ser dark todavía tiene onda. Enfundados en negro, mecharon himnos indestructibles como “Slow Hands” o “Evil” con temas de sus últimos discos, mientras las pantallas transmitían el concierto en escala de grises. Refugiado en sus anteojos a lo Scott Walker, Paul Banks hizo gala de su barítono y agradeció a la concurrencia en perfecto español. Se despidieron con “Roland”, cosechando más de aquel “olé, olé, olé” que tanto había resonado la noche anterior en su sideshow del Teatro Vorterix.
Sin abandonar la melancolía, el espíritu adolescente volvió a tomar la posta de la mano de Post Malone. Al trapero pop-friendly de 23 años lo avalan unos números descomunales; tanto de reproducciones en Spotify como de puestos en los charts de Billboard. Así que su debut en Argentina era otro de los platos fuertes. Para la ocasión, el verborrágico Austin Richard Post no solo apostó al despliegue vocal y la conexión con el público, sino que además satisfizo sus caprichos rockeros: para cantar “Stay”, una balada acústica al mejor estilo Coldplay, se colgó una guitarra que luego destrozaría contra el piso al son de “Rockstar”. De su traje de dos piezas asomaba la bandera argentina entre llamaradas de pintura negra, una suerte de yin-yang que funciona con su propio sentido del equilibrio, como todo en el universo Post Malone.
Para arengar el último tramo del viernes, en el escenario contiguo estaba Olly Alexander, ícono LGTB y carismático líder de los Years & Years. Al igual que en su sideshow de Niceto, la banda apeló a una puesta en escena en clave Blade Runner queer, inspirada en la estética de su último disco Palo Santo. Como Michael Jackson haciendo su propia adaptación de “I’m a Slave 4 U” de Britney Spears, así sonó “Sanctify”, y de ahí en adelante el trío británico apenas bajaría sus decibeles. La discotequera “King”, elegida para el cierre, rankearía entre las más coreadas de la primera jornada. Apoteósicos y del lado upbeat de la vida, los Years & Years convirtieron el escenario alternativo del Lolla en un club de baile del futuro.
Mientras tanto en la otra punta, una peregrinación de atuendos tuneados con cintas amarillas copaba el Main Stage. Muchos de ellos deambulaban desde temprano por el predio a la espera de Twenty One Pilots, y finalmente obtuvieron sus 90 minutos de gloria. Tras su presentación de 2016 en el marco de la tercera edición local del Lollapalooza, sobraban razones para entusiasmarse con este regreso. Con su álbum Trench de 2018, Tyler Joseph y Josh Dun moldearon un concepto que trasciende las composiciones, y lo mismo aplica a sus conciertos. El puntapié inicial lo dieron con “Jumpsuit” y un auto en llamas sobre el escenario, prueba de que la espectacularidad sigue siendo una de las premisas de la dupla. La otra tiene que ver con la performance interactiva, que alcanzó su punto máximo con Josh tocando su batería mientras era sostenida por el público. Steve Aoki, que estuvo a cargo de cerrar la noche en el Main Stage 2, no desentonó con el espíritu participativo de los de Ohio, y arrojó tortas a los espectadores sobre el final de su set. Un cierre épico, a la altura de sus protagonistas.
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Foto principal: Post Malone por Matías Casal.