Hace diez años, Sony lanzaba para la ya lejana PlayStation 3 un videojuego llamado The Last of Us. La ansiedad en la comunidad gamer estaba por las nubes porque se trataba de la nueva creación de Naughty Dog, la desarrolladora responsable de la exitosísima franquicia de Uncharted, pero también de gratos recuerdos que se remontan a los noventa con la saga de Crash Bandicoot para la primera versión de la consola de Sony.
The Last of Us es un videojuego de acción en tercera persona similar a Uncharted en sus mecánicas, pero con un planteo narrativo que la colocó como una obra de mayor relevancia, que excede lo estrictamente pasatista para abrazar lo artístico. Con la evolución de la industria de los videojuegos hasta nuestros días, con sus propias entregas de premios con ternas cual Oscars, hoy ya no es tan controversial –aunque las polémicas continúan- pensar que se trata de una forma legítima de arte. Pero era 2013 y el camino hacia esa validación recién estaba comenzando.
Siendo entonces un título tan querido y respetado, y teniendo en cuenta el pésimo historial en materia de adaptaciones de videojuegos –sin ir más lejos, después de mucha espera la película de Uncharted fue una total decepción-, por supuesto que iba a haber dudas, por no decir pánico, con respecto a esta nueva serie que se venía anunciando desde el 2020. Pero por suerte, HBO y Neil Druckmann –escritor y director creativo del videojuego- estuvieron detrás y sin perder la visión artística dieron una clase maestra de cómo hacer las cosas bien. Así se propusieron tomar un material valioso por sí mismo y transponerlo a otro lenguaje, expandiendo tramas y personajes, enriqueciendo la historia general sin descuidar la fidelidad a la fuente. El amor y el cuidado que hay detrás de este trabajo es evidente, algo que no hubo en todas esas adaptaciones que solo se colgaron de grandes franquicias para hacer dinero fácil.
Desde lo narrativo, The Last of Us se apoya en una premisa simple pero potente: en un mundo pos apocalíptico a causa de la mutación de un hongo, un hombre (Joel, Pedro Pascal en la serie) debe llevar a regañadientes y por encargo a una adolescente inmune (Ellie, Bella Ramsey) del punto A al B para lograr la cura de la humanidad. Todo se complica y el punto B pasa a ser el C, luego el D, y así. En ese derrotero por el fin del mundo en donde solo se tienen el uno al otro, ambos irán acercándose. Veinte años atrás, en el inicio de la pandemia –y a los 15 minutos de gameplay- Joel pierde a su hija Sarah, asesinada a sangre fría por un soldado, y Ellie le recuerda a ella. El destino parece darle una segunda oportunidad pero él está cansado, se volvió un huraño muy duro y no está seguro si vale la pena tomarla o no.
En el camino aparecerán otros personajes pero sin demasiado desarrollo, solo cumplen la función de facilitarles o complicarles el objetivo de la dupla en su pasaje de un punto a otro. En ese sentido, el videojuego es bastante tradicional, no es una aventura gráfica o un drama interactivo donde abundan las cinemáticas y el jugador debe tomar decisiones abriendo distintas tramas. Tampoco es un juego de mundo abierto donde se puede divagar libremente por ahí. En The Last of Us hay una sola manera de cumplir el objetivo y quizás la mayor virtud de sus mecánicas sea el gran equilibrio y transición entre cinemáticas y gameplay.
Por supuesto, al formato serie le interesa lo primero, porque trabaja con los segmentos narrativos. Toma varios personajes -incluso se inventan otros, como Kathleen (Melanie Lynskey)- y les crea un bagaje con una carga emocional tan fuerte como la de los protagonistas. Ya no importa si la narración se desvía de la misión, eso deja de ser lo más importante. Los gamers más acérrimos criticaron eso. También de que aparecen en escena pocos infectados, que no hay tanta acción y suspenso, es decir, todo lo que tiene que ver con el gameplay que se deja bastante de lado para no terminar con largas secuencias de gente agachada en sigilo o buscando municiones.
Si bien algo de cierto hay en este último reclamo –no hubiese estado mal más bichos y algo de suspenso en las cloacas, los momentos más estresantes del juego cuando ya roza el terror-, los guionistas parecen entender y compensan con un par de escenas épicas que en el juego son bastante anodinas, como la muerte de Tess (Anna Torv) en el capítulo 2, o la secuencia con Joel como francotirador tratando de proteger a los suyos de una horda de infectados en el episodio 5. El enfrentamiento de Ellie con David –que en el videojuego es lo más parecido a un boss o jefe final y por lo tanto se trata del clímax absoluto- mantiene el espíritu y la escena logra el mayor pico de estrés de la temporada en el capítulo 8. El “baby girl” de Joel cuando se reencuentra con Ellie te destruye tanto en el juego como en la serie.
Pero, como bien ilustra el meme de Pascal llorando bajo la leyenda “Me prometieron zombies pero lo que tengo ahora es depresión”, esta no es una serie de acción, sino un terrible drama. Quien no haya llorado con al menos uno de los capítulos no puede considerarse humano. Y no es una dirección gratuita tampoco porque el videojuego se presta para eso y deja la puerta abierta para sufrir por otros personajes. Recordemos que a los pocos minutos, el jugador ya queda totalmente conmocionado –e involucrado emocionalmente- tras el asesinato de la joven Sarah (Nico Parker).
Vía libre entonces, y ahí están Henry (Lamar Johnson) y Sam (Keivonn Woodard), con rasgos nuevos -uno es cobarde, el otro sordomudo- y un pasado reciente que hacen que sus muertes duelan más. Pero, sobre todo, ahí está ese tercer capítulo maravilloso. La agridulce historia de Bill (Nick Offerman) y Frank (Murray Bartlett), haciéndole justicia al primero con una muerte suave y voluntaria para no dejarlo vivo, solo y lleno de rencor como en el juego, en el que apenas aparece sólo para equipar a Joel y entregarle una camioneta. El capítulo, además de ser un prodigio del guion, se desvía completamente de la historia y podría verse solo, como una película. Y sería una gran película. Esa ventana de madera blanca que aparece en el menú de inicio del juego ya no será la misma, ahora es la imagen más triste posible.
Aquí es donde los hardcore fans más se indignaron, aludiendo que el capítulo no aporta nada a la trama principal, pero en muchos casos lo que realmente molesta es la cuestión queer, tan poco aceptada por un sector gamer que ya se anduvo quejando por la dirección que tomó la segunda entrega del videojuego, con Ellie fuera del closet. Para mayores pruebas, el otro capítulo que no gustó tanto –Metacritic lo demuestra– es el que se basa en la expansión (DLC) del juego que se lanzó en el 2014. “Left Behind” funciona como precuela en la vida de Ellie, que nos cuenta su relación con Riley (Storm Reid), su mejor amiga y un poco más. Se podría decir que tampoco forma parte de la misión porque todo el episodio es un gran flashback, pero es parte del universo del videojuego y fue una alegría que la serie lo tomara en cuenta y lo adaptara con tanta fidelidad, logrando además grandes momentos de ternura y melancolía.
Más allá de la adaptación y sus repercusiones, los aspectos técnicos e interpretativos están a la altura y son inmejorables. La dupla protagónica tiene la química sin la cual nada funcionaría: Pedro Pascal es el daddy protector del momento y Bella Ramsey demostró desde Game of Thrones que sus personajes tienen la actitud necesaria para sobrevivir en un mundo adverso. El diseño de producción es otro prodigio, con esas ciudades devastadas que son un calco del videojuego y, una vez más, las cuerdas sentidas de Gustavo Santaolalla aportan al clima de distopía triste pero luminosa.
La primera temporada terminó luego de nueve episodios en el momento exacto en el que termina el primer videojuego, con el mismo dialogo amargo entre Joel y Ellie, con esa última palabra de ella que elige creerle a él. Claro que una segunda temporada ya está confirmada y ojalá el camino sea el mismo. Porque además de todas estas bondades, hay un montón de pequeños detalles que los fanáticos agradecen. Los juegos de palabras, los diálogos a caballo sobre béisbol y el deseo de Joel de ser cantante, el cassette con la canción de Hank Williams, los chistes con la revista porno gay y, sobre todo, la escena con las jirafas, un momento sublime del juego que la serie tiene la delicadeza de recrear a la perfección. No hay dudas de que esta producción de HBO es la mejor adaptación que alguna vez se hizo de un videojuego. Y un ejemplo de adaptación a secas.
The Last of Us está disponible en HBO Max.