Durante el período más estricto del aislamiento pandémico, Peces Raros optó por reprimir las ansias y abocarse de lleno a la producción de Dogma (2021). Sin embargo, el llamado del silencio fue fragmentario, ya que el dúo deleitó a sus seguidores con dos canciones inéditas que sacaron por separado, “Rápido y seguro” de Lucio Consolo y “Olas de vapor” de Marco Viera, seguidas por un EP titulado Vendaval (2020), conformado por cuatro remixes de Anestesia (2018) a cargo de DJs reconocidos en la escena nacional.
Pero antes de llegar a la sala de disección, es necesario repasar un par de cuestiones que constituyen un acercamiento parcial a la gestación. Peces Raros modeló la alineación de su liveset con Juan Baro y Gregorio Jauregui, sesionistas oriundos de la ciudad de las diagonales y miembros fundadores de Fus Delei, y el bajista Mariano Sosa Acosta. No obstante, se estableció una toma de decisiones compartidas basada meramente en los postulados de los vocalistas. En el transcurso de dos años encaminaron la depuración guiados por su colaborador habitual Juan Stewart, quien trabajó puntillosamente junto a Lamadrid en Estudio El Árbol.
“Cicuta”, primer adelanto del repertorio, plasmó una serie de imágenes alusivas a la metamorfosis: una enorme pintada con la palabra “Futuro”, danza urbana y una fosforescencia al estilo Spring Breakers. El enigma se despedaza por un riff electrizante que colabora en afinar la retentiva al impregnarse en la memoria social, y enseguida proliferarse de recital en recital. Heredera de “No van a parar”, “Cicuta” inspira una sensación equivalente con un arranque contagioso, digno de dinamizar en masa. Es una canción narcótica que entraña una alusión a Sócrates camuflada, filósofo condenado a morir bebiendo cicuta por haber expresado sus ideas en contra de la creencia religiosa. Meses después, los Peces desconcertaron a su audiencia al estrenar un inesperado crossover con Trueno. Fascinado por sugerencia de Tatool, su productor, el vocero de La Boca resignificó la apertura del álbum al agudizar su verborragia encima de los stems originales. El resultado: una versión 2.0 que desdobla la contundencia y el sonambulismo inmanente del track gracias a la detonante cohesión entre estos dos universos disímiles.
Dogma avanza con “Fabulaciones”, el segundo corte cargado de reciedumbre sónica y delirios paranoides. “Vos me vas a matar esta noche”, repite Viera ensimismado en un conjunto de perturbaciones mentales que provocan un estado de opresión surrealista y tonifican la pulsión de muerte latente del álbum. Cualquier seguidor de la banda advierte en la cadencia gradual de los sintetizadores, el preámbulo de una explosión inminente. A mitad del camino, sucede. La espacialidad inaugural queda eclipsada por la distorsión, la adrenalina acelera la frecuencia cardíaca y aumenta la tensión entre espejismos del edén volcánico. Rompecabezas de aura peligrosa y calibre pesado, “Fabulaciones” es un hit que persuade el trance colectivo en la absorbente densidad del expresionismo neón.
“Antes de que nos despierten” es una pieza espinal si se la examina desde distintas perspectivas. Por un lado, hace honor a las raíces de la banda como ninguna otra canción de su carrera al rememorar el talante de Radiohead con tanta fidelidad. “Weird Fishes / Arpeggi” de In Rainbows (2007), es tan solo el influjo denominativo; en cambio, referir al sistema maximizado en The King of Limbs (2011) es más propicio para justificar tal sintonía. Incluso “Antes de que nos despierten” vela un carácter vanguardista debido a que los dispositivos electrónicos están más subordinados a la experimentación de matices, que a la excitación del repiqueteo simultáneo con pies a metros del suelo. A partir del caos propagado por un generador, consiguen destapar nuevos estímulos que amplifican la energía cinética propuesta. Y por último, la sinergia entre sonoridad y poética pondera la traslación alrededor de paraísos artificiales ligados a su devenir temporal.
Hay un punto de quiebre sin precedentes cuando Dogma llega a “Reliquia”. Si bien la naturaleza del proyecto se define por evolución ulterior, nadie imaginó a Consolo desenvolverse en un loop urbano que coquetea con elementos cercanos al trap y R&B. Esta conjugación de recursos se actualiza en “Espora” a través del montaje que evoca el cruce quimérico de Charles Baudelaire y Billie Eilish. Rodeado de un halo de misterio, el cantante modula su voz embriagado en un suave tintineo, casi celestial. En la consumación, mientras los vestigios de melancolía discurren por los pasajes instrumentales, las flores malditas irradian perfume y veneno en dosis iguales.
Otro de los picos es “Insuficiente”, un techno-rock asfixiante en estrecha concordancia con la dualidad del ying y el yang que ofrece Dogma. En tanto que las composiciones de Lucio propagan una permeable luminiscencia en la atmósfera, las de Marco se dilatan entre tinieblas pobladas de fantasmas, del mismo modo que una pupila corrompida por la noche psicodélica. Ambas improntas no son excluyentes, sino complementarias y mutuamente enriquecedoras para la tracción ejercida desde el núcleo. Al igual que en “Misceláneas”, Viera se sirve del magnetismo de los secuenciadores y de las texturas rugosas de guitarra con intención de emular la claustrofobia de un presidiario dispuesto a liberar el cuerpo cantando.
El entrelazamiento de voces encuentra el equilibrio adecuado en el robótico y vertiginoso “Luz del sol”. Un track atestado de efectos y laberintos que desborda la pista de baile por su valor ornamental. Los golpes percusivos adquieren un rol protagónico en pos de instalar el frenesí que renueva el circuito tras la vorágine concatenada a la variación del ritmo. Asimismo, la ruptura del pacto computarizado a nivel sonoro procede con elegancia del susodicho y, sobre todo, de la desusada yuxtaposición del soporte digital y acordes acústicos que recuerdan a la época de No gracias, el debut desterrado fuera de sus confines estéticos.
En la lejanía, los truenos vibran al compás del umbral de “Infieles”, balada sintética que amalgama destellos relevantes en el perfil de Peces Raros. “Una luz también crea sombras”, la voz de Lucio parece sumida en parte de un mal sueño y, al solaparse las notas, forma una álgida armonía en pro de abrillantar el escenario para los vaivenes de la mitad. El traqueteo del bombo en negras altera el clima de forma abrupta partiendo de una interfaz de nu-rave que echa leña al fuego a favor de una danza epiléptica al estilo “Muertos de miedo”. Nada tiene de casual que “Infieles” sea la del medio, es el eje pendular encargado de cristalizar el método de contrastes en el plano etéreo del final. La gama de colores edificada en “Aluminio” cubre con melodiosa lozanía el entramado de relieves del disco hacia un desenlace idóneo en clave pop melodramático. El cierre acentúa el componente onírico del relato y busca difuminar los espacios bajo el último resplandor del crepúsculo vespertino.
En conclusión, Dogma ramifica la óptica del grupo al aglutinar chispazos del techno con el nervio rockero que siempre mantuvieron en paralelo. Desde los diversos paisajes orbitados hasta la poética ambigua versificada en una decena de canciones, podemos asegurar que, además de impulsar el baile mediante una secuencia hipnótica de arpegiadores, desnaturalizarlo también atañe a la esencia de Peces Raros. El cuarto disco de la dupla platense deconstruye la electrónica para nadar en torno a la desembocadura de los ríos subyacentes que configuran su idiosincrasia experimental y, así, traspasar los límites de su propio lenguaje.
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