En una época en la que el virtuosismo desmedido y las composiciones del rock psicodélico alargaban las canciones hasta la decena de minutos, T. Rex propuso un regreso a la frescura del rock clásico. Con una libertad artística casi lúdica, el estilo de la banda londinense se opuso a la robustez épica de Led Zeppelin y a la estridencia progresiva de Deep Purple. Es en esta tónica que otros músicos contemporáneos como David Bowie, Lou Reed y Bryan Ferry comenzaron a edificar un sonido amplio y a la vez preciso que no se agotaba únicamente en lo musical y se apoyó también en la teatralidad y la estética. Ese fue el glam rock. Una corriente que se convertiría en estilo, luego en sub-género, y que tenía su acto consagratorio en Electric Warrior, disco de 1971 que implicó un cambio de paradigma con respecto a la construcción artística en el rock.
El diseño minimalista de la portada de Electric Warrior poco permite adivinar sobre los rumbos artísticos y la importancia que otorgó T. Rex a las cuestiones estéticas. El arte de tapa consiste en una fotografía del líder Marc Bolan tocando la guitarra, respaldado por una serie de amplificadores. Las formas descansan en un fondo oscuro, más pardo que negro, que recuerda a los vacíos que hacía Rembrandt como ambiente en sus retratos. El sentido semántico se figura quizás únicamente en la dualidad de luces y sombras de una foto despojada completamente de matices y reducida una crudeza tonal que remite a las paletas binarias de Andy Warhol. La figura de Bolan, contrastada en la nada, emana una suerte de aura que lo recorta del fondo. Para colmo de coincidencias o composición, sobre la cabeza del hombre se lee el nombre de la banda; no es descabellado suponer que hubo un intento de referencia divina. La composición, simplificada en dualidades (luz-oscuridad, forma-fondo) dice más de lo que cabría imaginar en un principio, y Marc Bolan, aun sin que tengamos chance todavía de escucharlo, queda coronado por un halo que lo confirma como uno de los dioses del glam rock.
El disco es enteramente la incapacidad de una unidad y, a la vez, un ente singular que se construye como un solo mensaje. Es, ante todo, como buen representante del género, una pequeña ópera. Parte de las características musicales que tanto se le atribuyen al sonido de genios del calibre de Bolan (Bowie, Lou Reed, Elton John, etc.) es la variedad; en gran parte de sus discos convive una línea semántica, una idea motor, con los climas y altibajos dispares de una banda sonora. Esa hermosa manía por la sorpresa y la frescura lúdica esconde, en los 39:02 minutos durante los que se extiende el disco, una multitud de géneros, armonías y sabores. Formas variadas de la música que se convertirían en influencias para las generaciones posteriores. Cabe decir que, dentro de la foto grande del rock, Electric Warrior es un álbum masa-madre: uno de esos discos que engendran aún más música de la que contienen. El signo expansivo ha sido parte fundamental del glam rock y, sobre todo, de este álbum. Para ilustrar la actitud del movimiento se podría citar a Brian Eno, quien en una entrevista de 1982 se refería al disco debut de The Velvet Underground diciendo: “Solo vendió 10.000 copias, pero todos los que lo compraron formaron una banda”.
El álbum inicia con “Mambo Sun”, una canción que vaticina el aire fresco que va a transmitir el disco entero; una melodía alegre con una base rítmica liviana y relajada que se energiza con los lamentos de Bolan, tanto los de la voz como los de la guitarra. Los coros de Volmann y Kaylan, que acompañan a lo largo del tema entero, redoblan la idea juvenil de la composición, pero a la vez, le dan un tono más serio.
“Cosmic Dancer” no se anda con sutilezas. Evoca lo suficiente a Bowie como para confundir a cualquiera que se ande un poco distraído; desde la presencia de la guitarra acústica hasta la forma de cantar de Bolan recuerdan al inicio de “Starman”. El acompañamiento de cuerdas y los ocasionales pases de batería dan el tono cinematográfico que durante años iría de la mano con la imagen artística que nos hicimos de Bowie en “Space Oddity”. Es fundamental señalar que no se trata de un guiño o de una apropiación musical: los puntos en contacto entre ambas composiciones ponen de manifiesto la existencia de una escena artística en común.
“Jeepster” sin vueltas hace un regreso al rock clásico norteamericano y se apoya en una estructura de blues; la única trampa está en el estribillo, en el que Bolan canta sobre una línea de bajo descendente que ilustra a la perfección el estilo de la banda. “Monolith” está poco menos que enteramente construido arriba de los coros. Es una balada que recuerda a los temas lentos del tercer disco de The Velvet Underground, editado en 1969. “Lean Woman Blues” se mantiene fiel a la forma británica de hacer blues y el resultado no podría ser más desprolijo y adorable.
“Get it On”, primer single del disco, sea probablemente el tema más reconocido de la banda. Lleva la semilla de un millar de canciones escondido dentro: cada diez o doce segundos puede apreciarse algún detalle que ha aparecido en música ajena a lo largo de los siguientes cincuenta años. El tiempo, más cercano al rhythm and blues, remite a The Rolling Stones y contó con la participación de Rick Wakeman (tecladista de Yes) en el órgano. Sin embargo, la esencia glam se hace presente y complejiza la composición con constantes cortes que restauran la cualidad narrativa.
En “Planet Queen” reaparecen los coros en toda su expresión y regresa esa guitarra que tanto asociamos con Bowie: no solo se escuchan las notas sino también el golpe de la púa sobre las cuerdas. “Girl” profundiza aún más en la misma línea agregándole una de los recursos mejor rescatados por la generación glam: el tarareo. Si hay un Bowie sentado al borde de un fogón cósmico, no cabe duda alguna de que está tocando esta canción. El álbum sube de nuevo con “The Motivator”, que cuenta con efectos musicales muy adelantados para la época, y vuelve a bajar con “Life’s a Gas” en un acto que demuestra que el disco fue escrito como soundtrack para una película que vivía en la cabeza de Marc Bolan. “Rip Off”, la canción de cierre, cuenta con el saxo de Ian McDonald (de King Crimson) y evoca el estilo musical que supo llevar adelante The Stooges a finales de los sesenta y principios de los setenta.
Electric Warrior es un ejercicio anacrónico: es un disco sobre la música y el arte del momento, pero también sobre la música y el arte que vino a engendrar. En su totalidad, el álbum se nutre de un estilo cinematográfico que por momentos impulsa un montaje en cámara lenta y a veces enciende pasiones bluseras. Hacia el final, reconocemos al guerrero eléctrico: no es otro que Bolan y su tropa. Nos lo han avisado desde la portada, pero hace falta hundirse en la escucha para comprobarlo; Electric Warrior es, como disco pionero del glam, una foto: una instantánea del mundo musical de los setenta y una pequeña escuela de rock. No quedan dudas de que, con su publicación el 24 de septiembre de 1971, T. Rex dejó una huella imborrable en la historia de la música. Hoy, cincuenta años más tarde, asistimos a las bodas de oro y comprobamos que la foto no ha perdido el color, más bien todo lo contrario: el legado de Electric Warrior está más vivo que nunca.