Ya desde el comienzo, Julian Casablancas nos pone en claro que la casa no está en orden. Más bien todo lo contrario: les va bien, pero en ese momento The Strokes la está pasando mal. Dice en “What Ever Happened?”, la canción que abre Room On Fire: “¿Nos ofendieron y quieren que suene nuevo?”. ¿A quién –o quiénes- le está hablando?
Hay varios objetivos de estas palabras que suenan, en esa garganta y cantadas de ese modo, como balas desesperadas y rabiosas: la prensa especializada -que por entonces los miraba con desconfianza como si todavía les faltara ganarse algunas medallitas de credibilidad rockera-, un sector recalcitrante del público de rock -que los miraba con desconfianza por considerarlos un mero revival (recordar al crítico inglés Simon Reynolds y su libro Retromanía) sin verdadero espesor- y la industria discográfica -que los miraba con desconfianza porque estaban expectantes a ver si superaban, o no, las ventas y el prestigio logrado con su extraordinario debut Is This It-.
Definitivamente: estaban ardiendo. La casita –una banda también es un lugar donde irse a vivir- que habían armado para enfrentarse al mundo corría el riesgo de perderse para siempre en el basurero de la historia. A 20 años de la salida de su segundo trabajo, y con el tiempo totalmente a nuestro favor, podemos decir que este disco fue la primera muerte de The Strokes. Después de Room On Fire, la banda que habían sido perdió completamente su inocencia. Los niños habían crecido (la imagen del fuego también puede entender como el símbolo de quemar las naves del pasado) y no hay nada que duela más que la adultez (pensar, por ejemplo, en First Impressions of Earth).
En su libro ¿Por qué leer a los clásicos?, el gran escritor y crítico italiano Italo Calvino da una serie de respuestas (muy lúcidas siempre) a este cuestionamiento. Escribe en una parte del texto: “Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos”. Cambiar la palabra “libro” por “disco” y estaremos hablando, por supuesto, de Is This It de The Strokes.
¿Por qué? Porque es un disco en donde confluyen varios elementos generacionales (la juventud como un arma cargada de futuro), históricos (fin de un siglo y comienzo de otro con su correspondiente cuota de incertidumbre), sonoros (resurgimiento del rock como pista de despegue hacia la aventura –de estar vivo- y el peligro montado en un sonido guitarrero y afilado), políticos (comienzo del terrorismo global con el atentado a las Torres Gemelas y un devenir del neoliberalismo planetario como único sistema económico posible en el nuevo milenio) y territoriales (Nueva York como centro del mundo recupera su gloria perdida en el nuevo siglo). Is This It, publicado a fines del 2001, se convirtió en zeitgeist de ese momento único para el rock y devino en fuerza centrífuga que atrajo todas las miradas (y los oídos) para volverlo un clásico instantáneo.
En este aspecto, la categoría de clásico implica también que pudo romper el cerco de su propio campo de acción: la música. Is This It le quebró la espalda a su algoritmo y se convirtió en una pieza cultural (tapas de revistas cuando, en otra vida, el periodismo de música aún era influyente) que marcó un rumbo de lo alternativo en su época (también estaba masificándose el acceso a internet) y definió la existencia de muchas bandas o solistas: desde Arctic Monkeys hasta Billie Eillish (que dijo que “Julian Casablancas es un genio”), por citar unos pocos nombres. Esto les trajo muchísimo trabajo (giras alrededor del mundo) y expectativas (¿cuál es el próximo trabajo?). Es como dice el dicho popular: para el primer disco tenés toda tu vida, pero para el segundo solo seis meses. Bueno, The Strokes tuvo nada más que tres meses para entregar a su discográfica RCA un nuevo trabajo. ¿Lo lograrían?
Todo empezó con un error: tratar de unir a The Strokes con el ingeniero de sonido y productor Nigel Godrich, quien ya era reconocido por haber trabajado con Radiohead y Beck, entre otros. Esto duró dos semanas porque tenían formas de trabajar muy distintas: Godrich quería grabar todo y luego ir revisando hacia atrás, The Strokes quería grabar cada instrumento y no avanzar hasta estar conformes con cada toma. Estas diferencias irreconciliables hicieron que la banda volviera a trabajar con Gordon Raphael, el responsable material de lograr el sonido de Is This It, incluyendo la voz saturada (Raphael venía de la escena grunge de Seattle antes de irse a Nueva York a vivir y poner un estudio) de Casablancas.
Por esto es posible ver a Room on Fire a la sombra de Is This It. Se trabajaron con un sistema muy similar y tratando de encontrar lo mismo: esas texturas que, tal como sucede con la película Mad Max, no quedaba claro si venían del pasado o de un futuro posible. Sin embargo, hay una diferencia clave: la energía física, el tiempo de composición de las canciones y las expectativas que habían sobre ellos (por parte de la industria, los medios y, claro, de la misma banda) eran diametralmente opuestos. Cuando no hay nada para perder no cuesta nada ser valiente y arriesgado. Ahora que la banda tenía una reputación que cuidar, la presión interna y cargada de toxicidad apareció casi naturalmente. De todas maneras, algunas canciones ya las venían mostrando, como “Meet Me In The Bathroom” y “Between Love and Hate“. Eran las señales de la causa personal del grupo: seguir por el mismo camino que ya habían trazado.
Room on Fire, como segundo disco de una banda longeva (The Strokes se acerca a los veinticinco años de existencia a sus espaldas), suena a la profundización de una estética. Pensar sin ir más lejos en los segundos discos de Ramones (Leave Home), Suárez (Horrible), Virus (Recrudece), V8 (Un paso más en la batalla) o Mujer Cebra (Clase B), por nombrar unos pocos. Se trata de la continuidad de una propuesta lograda como conquista reconocible, la defensa del territorio en el que se plantó bandera. Por otra parte: ¿por qué abandonar el mundo que se creó con tanto esfuerzo?
De esta manera, para comprenderlo, es importante contemplar el factor tiempo. Su injerencia es vital en el resultado. Las canciones de Is This It construyen una totalidad que da cuenta de una identidad, una cosmovisión, y sintetizan un lugar en el mundo. En cambio Room on Fire es un conjunto de, por supuesto, buenas canciones, pero que están buscando un lugar que las contenga y, además, parecen compuestas simplemente para seguir armando giras mundiales: “Reptilia” -la canción más escuchada en Spotify de la banda-, “The End Has No End“, “12:51“, “Automatic Stop” y “What Ever Happened?”. Y eso está en el corazón (fracturado y, a la vez, precipitado) del disco y en lo que se escucha finalmente.
A dos décadas de haber salido, Room on Fire (con este disco llegan por primera vez a la Argentina) posiciona a The Strokes como una banda que estaba queriendo salir del cerco donde se habían metido involuntariamente. El de haber empezado su carrera con un disco inolvidable, económico y que funcionó como suma de todo lo que el rock siempre había sido: agitación, guitarras dialogando con el cuchillo en los dientes, las influencias correctas, deseo de vivir en un mundo que siempre se está derrumbando.
De esta manera, esta continuación, por su estirpe distinta, es un trabajo más amargo, con letras cargadas de furia interior, necedad, cantidades necesarias de maldad y muchísimo desprecio al entorno como quien tira manteca al techo. De ahí que se hable de algunas influencias para rescatar esta lírica a nivel sonoro. Dijeron, en diferentes notas (la más llamativa fue la tapa de la revista Rolling Stone donde el periodista Neil Strauss escribió que Casablancas le dio “la peor entrevista” de su vida), haber escuchado a Bob Marley, The Cure, Guns N’ Roses y Cyndi Lauper.
Se podría decir lo siguiente: si la carrera de The Strokes hubiese comenzado con Room on Fire, su destino hubiese sido otro. Sin embargo, es un disco que en la carrera de la banda contiene temas que ya forman parte del setlist clásico de la banda en vivo. Y ese espacio se percibe como generador de grandes momentos que sostienen cierta emoción y calidez cuando ya corrió tanta agua debajo del puente. Es un disco que se resignificó porque el tiempo hizo su trabajo. Decía el escritor polaco Gombrowicz: “quien cede no penetra”. The Strokes siguieron insistiendo y eso los sostuvo.
En ese aspecto, Room on Fire también es el rito de pasaje a la búsqueda de nuevos sonidos y perspectiva que llegó con First Impressions of Earth (cada oyente evaluará la calidad del resultado de este disco). Lo que significa que es una segunda publicación que marca un agotamiento de la propuesta inaugurada con Is This It para despegar de ahí y sentir que también pueden nadar en otras aguas menos seguras, más caóticas e incluso peligrosas para la vida de la banda (en todo este tiempo se habló varias veces de separación). Y es ese viaje el que los lleva hasta la nueva credibilidad lograda con la salida de The New Abnormal (2020).
Room on Fire es un paso más en la batalla. Sí, pero para bifurcarse (artista es quien escapa al destino que le quiere imponer el público, parecen decirnos) y meterse en selvas espesas donde no hay forma de saber si hay salvación posible. Como decía el escritor Alberto Laiseca: el que abandona pierde. Hay que seguir.