#IntroducciónAlHit #06
Gala Décima Kozameh es @GalaDK (1989). Rosarina, mitad periodista, mitad publicista. Divide su tiempo entre la producción de contenidos para marcas y relatos de historias en forma de crónicas y entrevistas para distintos medios. Le gustan las bandas ruidosas, la cerveza bien fría y los viajes en ruta. Su mail es [email protected].
Qué menudita que es Camila Cabello. Me da la sensación de que si la agarra una oleada de fans la pasan por arriba sin siquiera verla. Tiene 21 años recién cumplidos y uno de los discos más exitosos del 2018. Apareció con letra grande en el line up de la última edición del Lollapalooza Argentina y con menos de 5 años en la industria musical, ya protagonizó un drama pop fantástico al abandonar Fifth Harmony, la girlband de la que surgió gracias a The X Factor. Ella dice que se fue, sus exs best friends forever dicen que la echaron.
Lo de Fifth Harmony era cantado. Ni siquiera a Simon Cowell le debe haber temblado el labio cuando Camila se escapó de su invento como nene chiquito que esquiva un abrazo. Desde la primera audición en The X Factor, la cubana radicada en Miami mostró que tenía el suficiente carisma para meterse en el bolsillo al jurado del certamen, a los televidentes, a los productores y a todo el mercado latino del pop. Tenía 15 años cuando apareció en el programa por primera vez y le preguntaron qué hacía cuando no estaba cantando. Con una gracia natural respondió que no tenía nada interesante para contestar porque lo único que hacía era cantar en el karaoke y ver videos de One Direction. Para cuando terminó de interpretar su versión de “Respect” de Aretha Franklin la piba ya había demostrado que la voz le daba para todo, que era simpática y espontánea. El jurado se quedó con la boca abierta y Britney Spears dijo que era una dulzura. Gol de Camila.
El tiempo y los hits pasaron rápido desde que The X Factor terminó esa temporada y Camila dejó en evidencia desde el comienzo que era la más independiente de las Fifth Harmony. Este fue el principio del fin para la girl band que hoy continúa como cuarteto pero con fecha de vencimiento. Antes de que nos diéramos cuenta estábamos googleando quién era la voz femenina del tema “Know No Better” de Major Lazer y la que parecía ser la sobrina de Pitbull y J Balvin en “Hey Ma”. Para cuando terminamos de googlear, Camila ya tenía un álbum solista con temas compuestos por Sia y Ed Sheeran, producción de Skrillex y Frank Dukes -que produjo y compuso para Drake, Travis Scott, Selena Gomez, Pusha T, Usher, Zayn, Lord y dejo de enumerar porque se me van a terminar los caracteres- y coros de nada más y nada menos que Pharrell Williams.
Lo maravilloso de la industria discográfica es que cuando los productores encuentran un personaje que les gusta son como unos amish de la música: se juntan entre todos, traen sus mejores herramientas (en este caso músicos) y laburan sin parar hasta que sacan un gran producto. Y el disco homónimo de Camila Cabello es el mejor granero que unos amish podrían construir. Durante 37 minutos y diluido en 10 canciones (11 en realidad pero el último es un radio edit) fluye armonioso un dulce pop con toques de R&B y ritmos suaves latinos para no olvidarnos sus orígenes. Como lo mejor de Camila es su voz, que domina y utiliza a su gusto sin demostrar esfuerzo, el protagonismo de cada tema lo tiene su entonación. Las letras son simples declaraciones acordes a su edad, lo que diría cualquier chica que se está revelando ante el mundo. Hay unas tímidas expresiones feministas y menciones a drogas que probablemente Camila debe haber conocido cuando los compositores le pasaron la letra. La crítica lo alabó, la chica demostró estar a la altura de las circunstancias y el éxito parece estar recién empezando. Gol de Frank Dukes.
Lo que no entiendo de esta creación llamada Camila Cabello es la necesidad que tienen los productores de hacerla parecer más grande de lo que es. Aunque ya no es adolescente, Camila sigue siendo en apariencia muy pequeña. Los tacos aguja le bailan en los pies y parece una nena que se robó los zapatos de mamá para jugar. Si bien desde siempre la industria del pop se ha caracterizado por aparentar que las idolas pop son símbolos sexuales desde temprana edad, en Camila toda esta puesta en escena hace ruido.
El primer tema de su disco, “Never Been The Same”, es potente y un buen puntapié para enganchar al oyente. Dan ganas de salir corriendo a conseguir lo que uno quiere en la vida, o gritarle al jefe en la cara que el laburo es una mierda y vas a renunciar, aún cuando el tema no tiene nada que ver con todo esto. La canción te atraviesa y moviliza. Es pop en su máximo esplendor porque no parece pop. Sin embargo el video es llamativamente espantoso. Aburrido, forzado y muy poco verosímil. Empieza con una aparente filmación casera en la cual Camila se revuelca en una cama de hotel usando solamente una camisa blanca de hombre, tiene los pelos revueltos como quien recién se levanta, come papas fritas que vinieron con la comida del servicio a la habitación y juguetea sexy con las almohadas mientras le hace caritas a la cámara. Después el video pasa a unas escenografías con paredes de piedras que están iluminadas de colores y ella canta modulando exageradamente y lanzando a la cámara más miradas que intentan ser sensuales. Se pasa la manito por los labios carnosos mientras el pelo -que está recogido en un rodete desprolijo- le cae húmedo sobre la cara. Luego hay más paredes de piedras con otras luces y Camila cambia de outfit para lucir unos trajes futuristas y aparecer dentro de una caja de vidrio a la que parece que se le rompió el tubo de luz porque titila como el mío de la cocina. Todo esto se alterna cada tanto con Camila retorciéndose en la cama de hotel con el torso desnudo.
Me alegra haberme enganchado con la canción cuando todavía no tenía video porque si hubiera empezado por ahí no podría destacar lo buena que es. En “Never Been The Same” intentan generar una imagen sexy y termina pareciendo una nena que recién está aprendiendo a maquillarse y posa en el espejo como si fuera una modelo.
En mi video ideal Camila finge ser una joven que sueña con ser youtuber, aprende a editar con tutoriales y tiene un revista que es como un Instagram color pastel en formato de fanzine. Escribe poemas y responde preguntas en Curious Cat. Canta tirada sobre una moquet gris de su habitación que está mutando de la pieza de una adolescente a la de una joven adulta. Los pósters que quedaron se pierden entre estantes con libros de la facultad y sobre el piso hay desparramados cuadernos, stickers, sharpies de colores y fotitos Polaroid porque está armando el journal de su última ida al Coachella. Mira a la cámara mientras de reojo chequea en su laptop si ya se subió a YouTube su último vlog sobre las películas de estreno y canta: “It’s you, babe, and I’m a sucker for the way that you move, babe. And I could try to run, but it would be useless. You’re to blame. Just one hit of you, I knew I’ll never be the same”, mientras abre Instagram para ver si el chico que le gusta ya vio la última selfie que subió en Stories.