#AmorEInternet #01
Malén Denis es @malendenis (1989). Publicó los libros de poesía Con una remera de Sonic Youth (2009), Buscar drogas en Wikipedia (2014) y Un gran incendio de vidrios (2017) por Nulú Bonsai. Trabaja en Futurock.fm donde hace una columna diaria de cultura en #ALosBotes. Desde el 2015 dicta el taller “Escritura e intimidad”.
Escribiendo en esta computadora, en este momento, me gustaría ser un poco más Carrie Bradshaw. Nunca me conmovió Sex and the City, pero es por el glamour que me gustaría ser ella ahora, por esa cosa resuelta, esa cosa ¡ay todo bien con las pijas y los zapatos! ¡todo bien con mi departamento de 7 millones de dólares en Greenwich Village!
Escribo bajo una luz mortecina en la habitación verde de la casa de mi madre, la habitación que dejé hace 5 años y a la que tuve que volver hace uno y medio, afirmando estar regia, afirmando puro pragmatismo, que sólo serían unos meses. Con total sinceridad, si fuera una Carrie sería más bien la de Stephen King, aunque por más preciado que haya sido ese atributo en vidas pasadas mías, ni siquiera tengo el don de ser rubia.
Puedo reírme de ser esta mujer de 28 años, atrapada en una habitación adolescente, con postales de Compass pegadas en la puerta del placard, con cajas con entradas de recitales y el encendedor violeta que le regaló Leandro en el 2004; puedo reírme de esta mujer, porque esta mujer soy yo. Y porque esto también pasará.
Hace unas semanas fui al local de ropa de un amigo. Este amigo (a partir de ahora A.) fue conmigo a la primaria. Con A. hacíamos de todo: comíamos milanesas, mirábamos Nickelodeon, nos disfrazábamos, viajábamos en nave espacial, comprábamos mielcitas, bailábamos rápidos y lentos. Mis papás creían que iba a ser mi primer novio, incluso, mi papá decía que iba a casarme con él.
A. no es mi marido, ni fue mi novio. A. es gay y está en pareja con uno de los chicos más espectaculares que existen, después de él, claro. Fui, entonces, a probarme un vestido negro de seda, de un solo hombro, para usar en mi fiesta de cumpleaños. Cabe aclarar que A. y su pareja son muy sofisticados, y que por más que me encantaría seguirles el estilo y la copa de malbec, yo salí más bien groncha. Sé que no me visto definitivamente mal, pero siempre estoy un poquitín de más, siempre un poquito mucho, siempre un poquito Gilda–Almodóvar.
En el local no estaba A., sino su mamá. No nos veíamos desde 1997, época en la cual realmente yo era una belleza (tengo fotos que lo prueban). Igual, lo que más la sorprende al momento de reconocerme no es mi fealdad, sino que ahora tengo rulos. Ah, ¡sí! tengo rulos.
Me pregunta cosas, le pregunto cosas, lo necesario, lo vital: la temida actualización después de, ¿cuántos? ¿VEINTE años? Y acá viene lo que me deporta de la tierra de la serenidad cumpleañerística, de la seguridad de chica que fue a ELCOLEGIO (capítulo aparte), acá es donde yo misma me expulso de la nación de la gente más o menos contenta consigo misma. Gente normal digo, no un exceso: no te digo Moria, no te digo Madonna, te estoy hablando de gente como vos, como tus amigos, la gente que ves y que sabés que está más o menos bien.
Me destierro a mí misma de la claridad cotidiana, porque cuando Patricia me pregunta dónde vivís, después del clásico “en lo de mi madre”, después del clásico “es temporal”, viene, sin ser pedido, viene, como un chubasco, como un rayo viene: “es que me separé”. Me pasé tres pueblos. “…y…viste cómo es…”. Cuatro.
Okey, no es idea mía que es más aceptable que una vuelva porque no le fue bien con una pareja que porque tuvo un problema laboral, uno de salud, no es sólo idea mía, claro. Pero esto no fue un gesto patriarcal, algo que me salió al no poder desprogramarme, no. Esto fue una mentira impune y ridícula, fue más que innecesaria, fue un petit peu patética.
Le mentí, pero no fue por diversión, como cuando le digo a un taxista que soy cantante de jazz. Le mentí por la desesperación, por la sensación de que me va caer encima la sangre de chancho en el medio del baile de graduación. Le mentí porque nunca tuve novio, o tuve demasiados, en mi imaginación, en los poemas y en los chats. Porque hasta deseo la tristeza de haberme separado, de tanto que llegué a desear tener un novio real.