Imponente: Que causa una intensa impresión de admiración. Admirable, asombroso, magnífico, estupendo. Me pareció la palabra justa para empezar a describir lo que viví el pasado martes 29 con el show de los Grizzly Bear en la Trastienda.
Luego de haberse presentado en un show gratuito en Mar del Plata la banda ofreció un show mucho más íntimo, deleitándonos con la presentación de Shields, su último albúm de estudio.
Ese martes la Trastienda estaba repleta, con un calor agobiante y la dulce espera de los newyorkinos. El show empezó un poco más tarde de lo acordado, las 9 de la noche. En ese entretiempo podíamos ver a los mismísimos Daniel Rossen o Chris Taylor acercarse al escenario a dejar todo listo para el comienzo de la función. La gente los aplaudía y ellos parecían intimidarse, con sonrisas tímidas, hasta parecían sonrojarse.
Pasadas las 9 y cuarto la banda se subió al escenario y la gente les brindó un caluroso recibimiento.
“Speak in Rounds” abre la impecable presentación de la banda, que suena más viva que nunca. Al instante percibimos la prolijidad, el hermoso sonido que emanaban los cuatro y sabíamos que este show iba a ser uno para recordar. Es así que para un arranque glorioso, a “Speak in Rounds” le sigue el interludio “Adelma”, sí, un interludio, para dar lugar a “Sleeping ute”, la canción que abre el disco Shields. Droste agradece al público presente por estar ahí y apunta que reconoce que muchos de ahí tuvimos que viajar bastante para verlos, agradece nuevamente y nosotros somos los que más agradecidos estamos. “Ahora vamos a tocar una vieja”, aclara, y así comienza la hermosísima “Lullabye” del amado Yellow House. Esta canción tan especial nos dejó ver el inexplicable virtuosismo de Chris Taylor que variando entre diversos instrumentos de vientos creaba el ambiente propicio para la calma más placentera o el caos absoluto. Y es que eso es lo más emocionante de ver a los Grizzly en vivo, que los detalles son los verdaderos protagonistas.
Así supimos que este show era íntimo hasta los huesos, casi rozando el alma, a veces avallasándola, como cuando se sintieron los primeros acordes de “Foreground”. Es difícil de explicar, pero la voz de Edward Droste en vivo no tiene ataduras, es lo más puro y visceral que pueda existir y por eso conmueve con cada palabra que canta, llegando a matices imposibles de imaginar con sólo escuchar el disco. Es una voz penetrante y él lo sabe, no tiene intenciones de ocultarlo, la explota, quiere llegar hasta ahí y lo logra, y así se siente, escalofríos de placer absouto, de felicidad efímera o melancolía pura, y uno se da cuenta del papel vital que cumple en el sonido total de la banda, ya sea como protagonista o como mera acompañante. Una vez expresé en mi reseña de Shields que la voz de Droste puede cargar toda la melancolía y la felicidad del mundo con la misma facilidad, y lo sigo sosteniendo, pero experimentarlo en vivo es algo único, escalofriante.
“Yet Again”, la gran esperada de la noche, una de las grandes protagonistas del último disco, y fue tan poderosa que nos dejó enamorados a todos. Y así el encuentro se iba haciendo cada vez más finito, y como era de esperarse, las canciones de Shields acapararon casi todo el repertorio. Así se sucedieron “A Simple Answer”, “Gun Shy” (que estrenó video hace pocos días) y “What´s Wrong”, donde por fín presentaron a Aaron Arntz, el quinto integrante que por más escondido que aparentaba estar, todos sabíamos de su existencia.
Lo singular del encuentro fue la impecable distribución de las canciones. Nunca pudimos quedarnos estancados en una emoción, pues los temas se sucedían en altibajos entre canciones poderosas, alegres y esperanzadoras a canciones más tranquilas, melancólicas, de ese Grizly Bear que nos gusta tanto. En esos espacios estaban las infaltables canciones de los discos anteriores, como “Shift” de Horn of Plenty y del gran Veckatimest: “Ready, Able”, “Cheerleader” “While you wait for the Others” y la antes mencionada “Foreground” que nos partió el alma a tantos. Por supuesto también contamos con la adorada “Two Weeks”, que prosiguió a “What´s Wrong” y donde antes Droste bromeaba con Rossen acerca de cómo no habían tocado esta canción lo suficiente y probablemente no les salga. La complicidad entre los 4 afloraba la gran amistad que deben mantener luego de 10 años de trayectoria.
Un detalle que no debe ser olvidado, pues ayudó en hacer cada momento más mágico, fue la iluminación, creando los ambientes perfectos entre cada caos y tranquilidad y dándole protagonismo al público cuando era necesario.
El final se acercaba, el mismo Droste lo predijo y así, de la misma manera que en Shields, las encargadas del cierre fueron la imprescindible “Half Gate” tan dulce y endemoniada a la vez y el épico final con “Sun in Tour Eyes” que despidió a los Grizzly con una fuerza totalmente aluscinante, el máximo clímax antes de la partida.
Pero fue una corta partida, los Grizzly volvieron sonriendo al escenario después de que la audiencia, totalmente hambrienta por más, coreaba los típicos cantitos:
“Olé olé olé olé… Grizzly… Grizzly”
Y los Grizzly volvieron y nos contaron acerca de su amigo Nicolas, a quien le dedicaron la canción “Service Bell”, para luego tocar la infaltable “Knife” y realizar el verdadero cierre con la inesperada “On a Neck, On a Split” y así dejar a todos con la sensación de haber experimentado el show de nuestras vidas.
No podíamos pedir nada más. Excepto que vuelvan, claro. Igual, quedémosnos esperanzados que prometieron volver, y los estaremos esperando con los brazos abiertos.
Fotos por Rodrigo Piedra